domingo, 15 de noviembre de 2009

Martes de la 29ª semana. Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte. Cuanto más ahora vivirán y reinarán. Pero es necesario vivir de esperanza, estar en vela, en fidelidad.

 

 

Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5,12.15b.17-19.20b-21. Hermanos: Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud. Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación. En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos. Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, as! también, por Jesucristo, nuestro Señor, reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida eterna.

 

Salmo 39,7-8a.8b-9.10.17. R. Aquí estoy, Señor, para hacer tú voluntad

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.»

«- Como está escrito en mi libro para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.

He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.

Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; digan siempre: «Grande es el Señor» los que desean tu salvación.

 

Evangelio según san Lucas 12,35-38. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.»

 

Comentario: 1.- Rm 5,12/15b.17-19.20b-21 (ver cuaresma, domingo 1, A). En su capítulo quinto, del que hoy leemos un resumen, Pablo establece la célebre comparación entre Adán, el primer hombre, y Jesús, el nuevo y definitivo Adán. Así desarrolla su afirmación inicial de que el evangelio es "fuerza de salvación de Dios". Por Adán "entró el pecado en el mundo". Y, "por el pecado, la muerte". Personificado en él, entra en acción el poder del mal y se extiende a toda la humanidad. Pero ahora ha sucedido otra cosa más importante: "gracias a Jesucristo vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la salvación". La vida de Dios, también es comunicada por un hombre a toda la humanidad. Pablo habla mucho del pecado, pero nunca dejándose llevar por el pesimismo. Siempre, para compararlo con la gracia de Dios, que lo supera con creces. Las antítesis se suceden: "por Adán... por Cristo", "entró el pecado... la benevolencia de Dios", "la muerte... la vida", "la desobediencia... la obediencia", "la condena... la salvación", "si creció el pecado, más desbordante fue la gracia".

Cada uno de nosotros es hijo del primer Adán y también hermano e imagen del segundo Adán. Sentimos la debilidad y a la vez experimentamos la fuerza de Jesús. ¿Qué aspecto triunfa más en mi vida: el pecado o la gracia, el hombre viejo o el nuevo, la desobediencia o la obediencia, la muerte o la vida, Adán o Cristo?

En este pasaje, Pablo reemprende su idea favorita: una humanidad totalmente pecadora... a la que se ofrece una justificación totalmente gratuita, por la Fe. Pablo aplica esta gran visión a los dos caudillos de la humanidad: todo se reduce, dice, a dos hombres, Adán y Cristo. -Por Adán vino - el pecado, - la desobediencia, - la condenación, - la muerte. Por Cristo vino - el don gratuito, - la obediencia, - la justificación, - la vida.

-Por un solo hombre, Adán, entró el pecado en el mundo y por el pecado, la muerte... Todos pecaron. Pecado, poder maléfico, contagioso. De un solo pecado, de un solo hombre, germen de otros pecados. Es como una epidemia, como un vértigo colectivo o como una solidaridad. Ayúdame, Señor, a comprender mejor esta responsabilidad que es mía. Basta abrir los ojos sobre el mundo de HOY, con sus influencias colectivas para captar cuán acertada es esta visión. «Yo» contribuyo a este ambiente del mal siempre que lo cometo. «Yo» sufro este empuje del mal, cada vez que no reacciono suficientemente. «Tú que quitas el pecado del mundo, ¡ten piedad de nosotros!»

-Pero con el don gratuito de Dios no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo, Adán, murieron todos, ¡cuánto más la gracia de Dios se ha desbordado sobre todos los hombres por medio de uno solo, Jesucristo! Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia... Entre Adán y Jesús, dice san Pablo, no hay medida común. No hay similitud entre ambos; hay oposición. La gracia sobrepasa al pecado. ¡La gracia es dada profusamente! ¡La solidaridad en el mal no es nada frente a la superabundancia de solidaridad en el bien! Así, san Pablo, no nos revela los estragos del «pecado original» más que como el reverso de otro misterio, que es la «salvación original» en Jesús. No se puede comprender el pecado original si no se comprende la maravilla de la solidaridad de salvación en Jesús. En el plan de los designios divinos, el mal es incomprensible si no está destinado a ser salvado en Jesús. Sí, creo que Jesús gana a Adán en eficacia. Sí, creo que el bien gana al mal en eficacia. Sí, Señor, creo que la gracia gana al pecado.

-El cumplimiento de la justicia por uno solo condujo a todos los hombres a la justificación que da la vida. «Uno solo», Jesús... «Todos», nosotros todos.

-Así como por la desobediencia de un solo hombre, Adán... todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, Jesús... todos serán constituidos justos. Quiero contemplar detenidamente al «único» que fue justo, al «único» que hizo la voluntad del Padre en perfección y sin desfallecimiento. La Escritura no habla nunca del Pecado original, sin evocar el remedio previsto por Dios: en efecto, Dios no ha permitido el pecado desconociendo las maravillas del perdón. Al crear a Adán, Dios veía ya a Jesús, ¡el perfecto obediente, el perfecto «hijo»! Es la vida, es el bien el que triunfa.

-Así, lo mismo que el pecado estableció su reino de muerte... Así también la gracia, fuente de justicia, establecerá su reino para dar la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor (Noel Quesson).

Estos versículos de la carta a los Romanos son de difícil explicación y constituyen la principal fuente bíblica para la teología del pecado original. En Pablo, como en el AT, las expresiones 'pecado' y 'muerte' no corresponden al contenido semántico con que se han ido cargando en el decurso del tiempo. El pecado no es siempre ni primariamente un puro acto moral, realizado libremente e imputable exclusivamente a cada persona. Hay un pecado objetivo, estructural, una situación extrínseca a la voluntad de cada uno, a modo de atmósfera contaminada y contaminante. Tampoco 'muerte' se refiere sólo al plano biológico del ser humano, sino que corresponde a un contexto signado por el 'misterio' o diseño divino sobre la existencia humana. El hecho puramente empírico del morir no tiene nada que ver con el pecado, pero la posibilidad de un sentido positivo de la muerte, que no se reduzca al puro fracaso, depende del don de Dios, de su gracia, que le ofrece a través de Jesucristo resucitado.

Esta lectura puede considerarse un midrash (narración parabólica) construida sobre la narración del pecado de Adán. Pablo intenta hacer un contraste con la afirmación positiva de Cristo, como único portador de la verdadera salvación humana. Hay necesidad, eso sí, de diferenciar dos niveles : el cultural del religioso. La discusión sobre si Pablo creía que Adán fuese el primero de todos los seres humanos pertenece al campo cultural. En cambio, el mensaje religioso es más claro: en la historia humana hay de hecho un clima contaminado en el orden moral: nacemos en un mundo entretejido de pecado, no por fuerzas superiores al ser humano sino como sumatoria de pecados individuales contaminantes.

Cristo ha venido para borrar esta contaminación de la humanidad. En el v. 19 es clara esta antítesis: por la obediencia (sumisión de Flp 2, 5-11) de Cristo "todos fueron justificados". No es un automatismo paulino de la gracia que pueda prescindir de la aceptación voluntaria del ser humano en la fe y con la consecuente conducta moral. Al mismo tiempo la desobediencia (insubordinación del primer ser humano no hace 'pecadora' en el acto a la masa humana sino en potencia y virtualidad. El pecado adquiere aquí aquel carácter objetivo del clima proclive a una atmósfera pecaminosa. Una moral puramente individualista y personalista es realmente inconcebible en el cristianismo. Es necesario llegar, entonces, a una moral comunitaria y estructural (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)

2. Al decir hoy el salmo 39, ponemos estas palabras en boca de Cristo -como hace la Carta a los Hebreos- en actitud de obediencia a Dios: "aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Lo contrario de lo que hizo Adán. Al final de una jornada ¿podemos resumir nuestra actuación diciendo que hemos obedecido gozosamente a Dios, o tenemos que reconocer que hemos buscado nuestros propios caminos? No tenemos que perder nuestra confianza: también en nuestra propia historia, aunque exista el pecado, sobreabunda más la gracia y el amor de Dios. Por muchos fracasos que tengamos que contar, son más los signos de que Dios nos ama. La solidaridad con Adán es grande. Pero mayor, la solidaridad que Dios nos ofrece en su Hijo.

En varios momentos de nuestra oración decimos: "tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros": los Kyries, el Gloria, el Cordero de Dios. Hemos de sentirlo desde dentro, cuando lo decimos, y pedirle a Dios que nos ayude a vencer las herencias del primer Adán en nuestra vida y nos haga pasar, con el nuevo Adán, a la plenitud de su vida. Si, con ocasión de esta página de Pablo, queremos ampliar más lo que la Iglesia piensa del "pecado original" y sus consecuencias para la humanidad, podemos leer los números 396-409 del Catecismo de la Iglesia Católica, y n. 2824: "En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: "He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10,7; Sal 40,7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8,29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42; cf Jn 4,34; 5,30; 6,38). He aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios" (Ga 1,4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10,10)".

 

Aquel que quiera trabajar a favor del Reino de Dios debe abrir sus oídos para escuchar al Señor, y poner todo su empeño en hacer su voluntad. Por eso Jesús nos enseña tanto a orar con los labios como con la vida diciendo: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Jesús mismo nos dice que su alimento es hacer la voluntad de Quien lo envió. Si queremos ser un signo de salvación y del amor de Dios para los demás, si queremos pasar haciendo el bien y no el mal, aprendamos a escuchar la Palabra de Dios y a ponerla en práctica. De esa forma procuraremos concretizar entre nosotros el Reino de Dios, que es Reino de Santidad y de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.

3.- Lc 12,35-38. Estos días escucharemos varias recomendaciones de Jesús sobre la vigilancia, la actitud de espera activa y despierta que él pide a los suyos. La comparación es sencilla: cuando el amo ha ido de boda, no se sabe cuándo llegará. Lo hará seguramente tarde y a una hora imprevista. Dichosos los criados que están preparados, con la casa en orden. Entonces, cosa inaudita, el amo "los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo".

La primera comunidad tal vez tenía la impresión de que la venida final del Señor era inminente. Aunque ahora no tengamos esa preocupación, sigue válida la invitación a la vigilancia: tanto para el momento de nuestra propia muerte -que siempre es a una hora imprevista- como para la venida cotidiana del Señor a nuestras vidas, en su palabra, en los sacramentos, en los acontecimientos, en las personas. Si estamos despiertos, podremos aprovechar su presencia. Si estamos adormilados, ni nos daremos cuenta.

"Tened ceñida la cintura": era la postura de los judíos al emprender el viaje del éxodo, en la primera Pascua de Egipto. La postura del que está disponible para emprender algo, sin aletargarse ni quedar instalado, con ánimo conformista, en lo que ya tiene. Dispuestos a salir de viaje. (Si vale la comparación: es lo que se dice de los entrenadores de fútbol, que no se hacen ilusiones de que vayan a durar mucho en su puesto, y viven siempre "con las maletas preparadas").

"Y encendidas las lámparas". Como las cinco muchachas prudentes que esperaban al novio. Con el aceite de la fe, de la esperanza y del amor. Mirar hacia delante. Ayer se nos decía que no nos dejáramos apegar a las riquezas, porque nos estorbarán en el momento decisivo. Hoy, que vigilemos. Es sabio el que vive despierto y sabe mirar al futuro. No porque no sepa gozar de la vida y cumplir sus tareas del "hoy", pero sí porque sabe que es peregrino en esta vida y lo importante es asegurarse su continuidad en la vida eterna. Y vive con una meta y una esperanza. En las cosas de aquí abajo afinamos mucho los cálculos: para que nos llegue el presupuesto, para conseguir éxitos comerciales o deportivos, para aprobar el curso. Pero ¿somos igualmente espabilados en las cosas del espíritu? "Dichosos ellos, si el amo los encuentra así". Y escucharemos las palabras que serán el colmo de la felicidad: "muy bien, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor". Y nos sentará a su mesa y nos irá sirviendo uno a uno (J. Aldazábal).

El tiempo intermedio, hasta la vuelta del Señor, este tiempo que vivimos, el de la Iglesia, exige una actitud: vigilar. El Señor volverá. Con toda seguridad. El discípulo no puede dormirse porque tarde. Debe permanecer alerta siempre, siempre en tensión. Sólo así el discípulo se asegura la acogida por parte de Jesús cuando vuelva. Sólo así se asegura la comunión con él en el gozo y en el amor. Sólo al siervo vigilante servirá el Señor (cf Mt 25,1-13; Lc 22,27; Jn 13,4-5).

Desde hace unos años se ha insistido mucho y con razón, sobre la necesidad que tienen los cristianos de insertar su fe en lo más profundo de su vida humana, y, por lo tanto, de participar con los demás hombres en los grandes proyectos colectivos de liberación humana y de fraternidad universal que cruzan la historia.

Hubo épocas, en efecto, en las que los cristianos parecieron desinteresarse de lo terreno y de lo temporal. La reciente y gran acusación contra la Iglesia era la de decir que la Fe era el "opio del pueblo"... el pensamiento del cielo y del infierno era como un refugio que adormecía a los hombres y que los alienaba de sus tareas humanas.

¿Qué es lo que piensa Jesús de esto? ¿Es alienador el evangelio? Y si aliena a los hombres, ¿en qué dirección lo hace?

-Jesús decía: "Poneos el traje de trabajo" -"llevad ceñida la cintura"- y "mantened las lámparas encendidas". Llevar puesto el delantal es estar presto para el trabajo. Es el "uniforme" de servicio (Lc 12,37;17,8; Jn 13,4; Ef 6,14). Era también el atuendo del viajero el que llevaban los Hebreos para celebrar la Pascua (Ex 12,11) Tener la lámpara encendida, es estar siempre a punto, incluso durante la noche.

No, el cristiano no es un alienado... Por el contrario, está en alerta constante, siempre presto a la acción y preparado para servir día y noche. ¿Estoy yo preparado para servir en todo instante, en todo momento?

-Pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame. ¿Por qué y para quién hay que estar siempre disponible? Para la "llegada" o para el "retorno", de alguien. El detalle "retorno de la boda" quiere indicar que se trata de una hora tardía e indeterminada: en las civilizaciones rurales de antaño, puede decirse que las bodas eran la única circunstancia en la cual se regresaba tarde a casa. Sí, Jesús viene... Se corre el riesgo de no estar esperándolo... porque su llegada es de "improviso", imprevisible, oculta... ¿Estoy siempre a punto de recibir a Jesús? "Viene" de muchas maneras: - en su Palabra, propuesta cada día, esta allí. ¿Soy fiel a la oración? - él está en todo hombre que necesita de mí... "he tenido hambre, estaba solo..." - en la Iglesia y lo que me propone, esta allí... "quien a vosotros escucha, a mí me escucha..." - en los acontecimientos, "signos de los tiempos", que es preciso descifrar, esta allí... - en mis alegrías y mis penas, en mi muerte y en mi vida esta allí. Los hijos vuelven de la escuela: es Jesús quien viene y espera mi disponibilidad. Un colega viene a pedirme que le eche una mano: es Jesús quien viene. Se me invita a una reunión importante para participar en la vida de la escuela, de la empresa, de la colectividad, de la Iglesia... ¿me quedaré tranquilo en mi rincón? Estoy preparando la comida... Trabajo en mi oficina, en mi despacho, en mi taller... Acepto una responsabilidad que se me confía... Es Jesús que viene y al que hay que recibir.

-Dichosos esos criados si el Amo al llegar los encuentra "en vela". Velar, en sentido estricto, es renunciar al sueño de la noche, para terminar un trabajo urgente, o para no ser sorprendido por un enemigo... En un sentido más simbólico, es luchar contra el entorpecimiento, la negligencia, para estar siempre en estado de disponibilidad. ¡Dichosos! ¡Dichosos ellos!

-Os aseguro que el Amo se ceñirá el delantal, los hará recostarse y les servirá uno a uno (Noel Quesson).

La Iglesia, esposa de Cristo, vive preparada, con el corazón despierto para cuando vuelva el Señor. Nuestra mejor preparación es a través del servicio a los demás. Se nos ha confiado el Evangelio y no podemos darnos descanso en anunciarlo a los demás. Nosotros mismos hacemos vida el Evangelio en nuestra existencia diaria. Así jamás se apagará la Luz que el Señor encendió en nosotros, pues la fe en Él nos conserva siempre iluminando aún en medio de los momentos más difíciles de nuestra vida. Que cuando el Señor vuelva nos encuentre trabajando por su Reino, haciendo el bien a los demás y sirviendo con amor a todos.

El Señor se ha puesto afanoso por nosotros. Él no se durmió mientras su enemigo amenazaba nuestra vida. Él, como el dueño de la casa, veló por los suyos y venció a quien nos amenazaba de muerte. Mediante su muerte y resurrección nos dio nueva Vida, la Vida de hijos de Dios. Así Él no sólo procura el bien de los de su casa, sino que Él mismo se convierte en alimento de salvación para nosotros. Quienes participamos de su Eucaristía conocemos el amor de Dios y todo lo que Él ha hecho a favor nuestro. Aceptemos en nosotros ese amor y, unidos a Cristo, conservemos nuestras lámparas encendidas y trabajemos constantemente para que la Vida del Señor, que nos ha comunicado, llegue a todos los hombres.

El Señor nos pide estar al servicio de su Evangelio trabajando para que su amor llegue a todos, especialmente a quienes han sido despreciados o marginados a causa de su pobreza. La Iglesia está al servicio de toda la humanidad. No ha sido puesta para aprovecharse de nadie. Más bien debe tener la cintura ceñida, siempre dispuesta a servir, siempre dispuesta a hacer el bien, siempre dispuesta a dar voz a los desvalidos, siempre dispuesta a defender la vida y los derechos de todos los hombre. No sólo en su mano, sino en su corazón, conserva la luz del Amor que procede de Dios. Es a la luz del amor de Cristo que lleva a cabo toda su acción evangelizadora y de servicio a los demás no como una filantropía, sino como una acción salvadora que procede de Dios. Cuando la Iglesia deja de actuar bajo la luz del amor que procede de Dios corre el riesgo de convertirse en una iglesia exigente para recibir honores y servicios de los demás. Entonces, por nuestra infidelidad al Señor, en lugar de ser portadores de Vida, seríamos portadores de muerte. Cristo nos llama a ser un signo del Evangelio de su amor; esforcémonos en hacer realidad esa vocación que hemos recibido.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de caminar día a día hacia nuestra perfección en Cristo por permitir que se haga su voluntad en nosotros. Así cada día seremos un signo más claro del amor de Dios en medio de nuestros hermanos. Amén (www.homiliacatolica.com).

 

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