viernes, 13 de noviembre de 2009

Martes 26 del tiempo ordinario: la salvación se proclama universal, en la Iglesia, camino hacia la Jerusalén celestial que es el Reino que proclama Jesús, a quien vemos hoy inculcando el espíritu de amor: «volviéndose, les reprendió», les corrige y a

 

 

Profecía de Zacarías 8,20-23. Así dice el Señor de los ejércitos: Todavía vendrán pueblos y vecinos de grandes ciudades; los de una ciudad irán a los de otra y les dirán: 'Vayamos a implorar al Señor, a consultar al Señor de los ejércitos...'

Así vendrán pueblos incontables y naciones poderosas a consultar al Señor de los ejércitos en Jerusalén y a implorar su protección. Aquel día diez hombres de cada lengua extranjera agarrarán a un judío por la orla del manto, diciendo: 'Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros'

 

Salmo 86,1-3.4-5.6-7 (R. Za 8,23). R. Dios está con nosotros.

Él ha cimentado sobre el monte santo; y el Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

            "Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí." Se dirá de Sión: "Uno por uno todos han nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado"

            El Señor escribirá en el registro de los pueblos: "Este ha nacido allí". Y cantarán mientras danzan: "Todas mis fuentes están en ti".

 

Evangelio de Lucas 9,51-56. Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.

 

Comentario: 1.- Za 8,20-23. Con dos oráculos más terminamos la breve lectura del profeta Zacarías. Esta vez no sólo anuncia el bienestar del pueblo en su vuelta a Sión, sino que afirma el carácter universal de la salvación que Dios tiene programada: "vendrán pueblos incontables y numerosas naciones a consultar al Señor en Jerusalén". O sea, todos se habrán enterado de que la Palabra salvadora, la Verdad plena, está en Jerusalén, y correrán a porfía a "consultar" al Dios verdadero.

"Diez extranjeros agarrarán a un judío por la orla del manto": o sea, le pedirán insistentemente que les diga cómo se va a Jerusalén y que les admita en el grupo de los que rinden culto a su Dios. Nosotros, escuchando estas palabras, nos damos cuenta de que no se trataba, en los planes de Dios, de Jerusalén en su sentido geográfico: ya entonces los planes de Dios eran "católicos", universales. Pero que en Jesús lo empezaron a ser más plenamente.

La nueva Jerusalén es la Iglesia de Jesús. Si de los judíos se podía decir: "Dios está con vosotros", mucho más de nosotros, porque él nos ha enviado al que se llama en verdad "Dios-con-nosotros". Si iban a subir los pueblos a consultar la Palabra de Dios a Jerusalén, mucho más desde que ha venido el que es la Palabra viviente de Dios, Jesús. Por descristianizada que nos parezca nuestra generación, en los planes de Dios todos están destinados a la fe y a la salvación. Lo decía S. Cirilo de Alejandría: "diciendo que serán de toda lengua aquellos que agarrarán al manto, ha puesto además de relieve claramente que aquel día la llamada a la bienaventuranza no estará reservada sólo a los israelitas, sino a todas las gentes dispersas por todo el mundo". Pero queda en el aire el interrogante: ¿somos en verdad, los que formamos la Iglesia, un signo tan lúcido de la presencia de Dios, una comunidad tan atractiva a la que da gusto acudir a "consultar con Dios" y a escuchar su Palabra? Los que nos ven actuar, ¿se sienten atraídos y nos tiran de la manga para que sin falta les dejemos juntarse con nosotros en nuestra vida de fe?

Todos los cristianos debemos ser "misioneros", preocupados de que cuantos más mejor escuchen la Palabra de Dios y se enteren de sus planes de vida. Empezando por los que tenemos más cerca en la familia o en la sociedad.

También nuestro mundo de hoy, a veces sin saberlo explícitamente, anda a la búsqueda de los valores que le den la felicidad. ¿Encuentran en nosotros la luz que les oriente? ¿les resultamos creíbles en nuestro testimonio de fe? ¿se cumple en la Iglesia lo que el salmo decía poéticamente de Sión: "contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles", hasta el punto de sentirse todos orgullosos, porque "uno por uno todos han nacido en ella"? Seguro que tendremos que mejorar nuestra imagen para que todo esto deje de ser utopía.

El universalismo forma parte, HOY, de las aspiraciones de muchos hombres. Toda visión demasiado estrecha de la humanidad, está destinada al fracaso. Hay que tener amplitud de miras.

-Así habla el Señor del universo: «He aquí que afluirán los pueblos y habitantes de muchas ciudades. El universalismo forma parte del alma de Israel. Inmersos entre paganos, durante su largo destierro, los judíos más fervorosos adquirieron conciencia de que su Fe iba destinada a todos los hombres. Y expresaban esta convicción anunciando que todos los pueblos irían un día, en peregrinación, a Jerusalén.

-Y los de una ciudad irán a otra diciendo: «Ea, vamos a implorar al Señor; vamos a buscar el rostro del Señor del universo. En cualquier caso, yo voy. Al límite, el proselitismo no es ni siquiera necesario. Entre los paganos hay una especie de emulación mutua. El verdadero Dios es atrayente. Entran ganas de visitar esa ciudad, Jerusalén, donde se le adora. Nuestra vida cristiana, ¿hace también reflexionar a nuestros contemporáneos? ¿Manifiestan éstos deseos de saber el secreto que nos anima? En lo más profundo de nuestras vidas, ¿hay una alegría que les intriga? Y en nuestros corazones ¿hay un amor universal, humanamente inexplicable?

-Pueblos numerosos y naciones poderosas vendrán a Jerusalén a implorar al Señor del universo y a buscar su rostro. No se trata pues de una unidad política. No de la capital de un imperio terrestre: al contrario, ¡unos poderosos van hacia lo pequeño! Esa reunión de la humanidad es únicamente religiosa, está suscitada por la fe. Si pensamos en ello, ¿no es verdad que, a pesar de las apariencias, hay millones de hombres muy diversos, íntimamente unidos en la misma búsqueda del rostro de Dios? Siendo fiel a la oración, cada día, me uno a esa multitud de hombres y mujeres que contemplan el rostro de Dios y comulgan con el mismo soplo.

-En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas de las naciones asirán por la orla del manto a un judío diciendo: «Vamos con vosotros porque hemos sabido que Dios está con vosotros». Jesús también repetirá que «la salvación viene de los judíos». (Jn, 4, 22). Pero, al mismo tiempo, hará que estalle todo particularismo y proclamará un amor universal sin fronteras. La verdadera entrada de los paganos en el pueblo de Dios será la Iglesia de Pentecostés. Históricamente es un hecho innegable.

Un judío contemporáneo, A. Chouraqui, antiguo alcalde de Jerusalén, sabe reconocer la función única de Jesús: «Más que por la substancia de su enseñanza, la singularidad de Jesús se sitúa en el extraordinario poder de su personalidad natural y sobrenatural: ésta proporciona un fundamento suficiente a la edificación de un universalismo que no era extraño al genio de Israel, ciertamente, pero que Israel no tuvo nunca la fuerza o la audacia de afirmar así. Jesús prevé que la era de las naciones ha pasado y que la gran obra de Israel deberá ser en adelante la de realizar la unidad universal del género humano". En cuanto a mí ¿cuál es mi concepción? ¿Vivo encerrado en pequeños clanes, en capillitas o ghettos? ¿Respiro ampliamente el aire del mundo entero? ¿Cuál es mi dinamismo misionero? ¿Soy un cristiano para mí mismo? ¿Presento un rostro atrayente de mi fe? (Noel Quesson).

El reconocimiento del Dios único, revelado a nuestros antiguos Padres, hará que finalmente todos acepten lo que Jesús, nuestro Señor, había indicado a la Samaritana: La Salvación viene de los Judíos. En torno a Dios y su Mesías se reunirán todas las naciones como un sólo pueblo que alabe su Nombre y le haga ofrendas agradables. No sólo tomaremos por el borde el manto de Jesús para ir con Él a glorificar al Padre Dios; sino que nos revestiremos de Él, de su dignidad de Hijo para participar de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Finalmente aquella dispersión de la humanidad iniciada en Babel, ahora regresa a su unidad no en torno a un edificio que se elevaría para contemplar a Dios, sino en torno a Jesús que nos hace no sólo contemplar, sino participar de la misma vida divina. Procuremos que la Iglesia de Jesús se convierta, realmente, en signo de unidad para todos porque nuestro lenguaje, lenguaje de amor, sea el mismo en todas las naciones. Así, amándonos, podremos en verdad hacer que quienes no crean en Dios puedan decir: vayamos al Dios de los cristianos, pues nos gustaría amar como ellos se aman y vivir guiados y protegidos por el Dios que los guía y protege a ellos.

2. Sal 86, donde parece proclamarse que todas las naciones formarán parte del Pueblo de Dios, profecía de la Iglesia (cf Hch 2,5) como camino a la Jerusalén celestial, "nuestra madre" (Ga 4,26). Hay una referencia a Sión, monte sobre el que se edifica Jerusalén, al comienzo de la perícopa de hoy, y luego a que las naciones hostiles a Israel, Egipto y Babilonia, se conviertan al Dios verdadero, y también luego hay una referencia a que los judíos de la diáspora, estén donde estén, se consideren hijos de Jerusalén. Habiendo Dios escogido a Israel como Pueblo suyo y ovejas de su rebaño, el Señor mismo lo convierte en signo de salvación para todos los pueblos. Esa salvación no se limita a las naciones que, por lo menos, no hayan sido totalmente hostiles a Dios y a su Pueblo, sino que está abierta incluso a quienes les hicieron daño y les persiguieron como Egipto y Babilonia. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad, para que seamos libres, hijos y no esclavos. Por medio de la Iglesia el Señor ha hecho realidad este plan de salvación por el que quiere manifestar su amor misericordioso a todas las naciones. No importan los grandes pecados de los hombres, lo que importa es que vuelvan al Señor y hagan de su vida una continua alabanza de su Nombre, reconociendo que el Señor es la fuente de nuestra salvación, y que, fuera de Él, no puede encontrarse otro nombre ni otro camino que nos conduzca a la plena unión con Dios. La salvación nos viene de Dios, pero por la Iglesia nuestra madre, como dice el Catecismo: La salvación viene solo de Dios;  pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación" (Fausto de Riez, Spir. 1,2). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe (…) "Creer" es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la madre de todos los creyentes. "Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre" (S. Cipriano)" (169,181).

"Todas mis fuentes" indica todos los beneficios del Señor, recordando el paraíso (cf Ez 47,1,12; Za 13,1; Biblia de Navarra).

Comenta Juan Pablo II así este salmo a Jerusalén, madre de todos los pueblos: "El canto a Jerusalén, ciudad de la paz y madre universal, que acabamos de escuchar, por desgracia está en contraste con la experiencia histórica que la ciudad vive. Pero la oración tiene como finalidad sembrar confianza e infundir esperanza. La perspectiva universal del salmo 86 puede hacer pensar en el himno del libro de Isaías, en el cual confluyen hacia Sión todas las naciones para escuchar la palabra del Señor y redescubrir la belleza de la paz, forjando "de sus espadas arados", y "de sus lanzas podaderas" (cf. Is 2,2-5). En realidad, el salmo se sitúa en una perspectiva muy diversa, la de un movimiento que, en vez de confluir hacia Sión, parte de Sión; el salmista considera a Sión como el origen de todos los pueblos. Después de declarar el primado de la ciudad santa no por méritos históricos o culturales, sino sólo por el amor derramado por Dios sobre ella (cf. Sal 86,1-3), el salmo celebra precisamente este universalismo, que hermana a todos los pueblos.

Sión es aclamada como madre de toda la humanidad y no sólo de Israel. Esa afirmación supone una audacia extraordinaria. El salmista es consciente de ello y lo hace notar: "¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!" (v. 3). ¿Cómo puede la modesta capital de una pequeña nación presentarse como el origen de pueblos mucho más poderosos? ¿Por qué Sión puede tener esa inmensa pretensión? La respuesta se da en la misma frase: Sión es madre de toda la humanidad porque es la "ciudad de Dios"; por eso está en la base del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relación con esta madre: Raab, es decir, Egipto, el gran Estado occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental; Tiro, que personifica el pueblo comercial del norte; mientras Etiopía representa el sur lejano y Palestina la zona central, también ella hija de Sión. En el registro espiritual de Jerusalén se hallan incluidos todos los pueblos de la tierra: tres veces se repite la fórmula "han nacido allí (...); todos han nacido en ella" (vv. 4-6). Es la expresión jurídica oficial con la que se declaraba que una persona había nacido en una ciudad determinada y, como tal, gozaba de la plenitud de los derechos civiles de aquel pueblo.

Es sugestivo observar que incluso las naciones consideradas hostiles a Israel suben a Jerusalén y son acogidas no como extranjeras sino como "familiares". Más aún, el salmista transforma la procesión de estos pueblos hacia Sión en un canto coral y en una danza festiva: vuelven a encontrar sus "fuentes" (cf. v. 7) en la ciudad de Dios, de la que brota una corriente de agua viva que fecunda todo el mundo, siguiendo la línea de lo que proclamaban los profetas (cf. Ez 47,1-12; Zc 13,1; 14,8; Ap 22,1-2). En Jerusalén todos deben descubrir sus raíces espirituales, sentirse en su patria, reunirse como miembros de la misma familia, abrazarse como hermanos que han vuelto a su casa.

El salmo 86, página de auténtico diálogo interreligioso, recoge la herencia universalista de los profetas (cf. Is 56,6-7; 60,6-7; 66,21; Jl 4,10-11; Ml 1,11, etc.) y anticipa la tradición cristiana que aplica este salmo a la "Jerusalén de arriba", de la que san Pablo proclama que "es libre; es nuestra madre" y tiene más hijos que la Jerusalén terrena (cf. Ga 4,26-27). Lo mismo dice el Apocalipsis cuando canta a "la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios" (Ap 21,2.10). En la misma línea del salmo 86, también el concilio Vaticano II ve en la Iglesia universal el lugar en donde se reúnen "todos los justos, desde Adán, desde el justo Abel hasta el último elegido". Esa Iglesia "llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos" (Lumen gentium, 2).

En la tradición cristiana, esta lectura eclesial del salmo se abre a la relectura del mismo en clave mariológica. Jerusalén era para el salmista una auténtica "metrópoli", es decir, una "ciudad-madre", en cuyo interior se hallaba presente el Señor mismo (cf. So 3,14-18). Desde esta perspectiva, el cristianismo canta a María como la Sión viva, en cuyo seno fue engendrado el Verbo encarnado y, como consecuencia, han sido regenerados los hijos de Dios. Las voces de los Padres de la Iglesia como, por ejemplo, Ambrosio de Milán, Atanasio de Alejandría, Máximo el Confesor, Juan Damasceno, Cromacio de Aquileya y Germano de Constantinopla, concuerdan en esta relectura cristiana del salmo 86. Citaremos ahora a un maestro de la tradición armenia, Gregorio de Narek (ca. 950-1010), el cual, en su Panegírico de la santísima Virgen María, se dirige así a la Virgen: "Al refugiarnos bajo tu dignísima y poderosa intercesión, encontramos amparo, oh santa Madre de Dios, consuelo y descanso bajo la sombra de tu protección, como al abrigo de una muralla bien fortificada: una muralla adornada, en la que se hallan engarzados diamantes purísimos; una muralla envuelta en fuego y, por eso, inexpugnable a los asaltos de los ladrones; una muralla que arroja pavesas, inaccesible e inalcanzable para los crueles traidores; una muralla rodeada por todas partes, según David, cuyos cimientos fueron puestos por el Altísimo (cf. Sal 86,1.5); una muralla fuerte de la ciudad de arriba, según san Pablo (cf. Ga 4,26; Hb 12,22), donde acogiste a todos como habitantes, porque, mediante el nacimiento corporal de Dios, hiciste hijos de la Jerusalén de arriba a los hijos de la Jerusalén terrena. Por eso, sus labios bendicen tu seno virginal y todos te proclaman morada y templo de Aquel que es de la misma naturaleza del Padre. Así pues, con razón se te aplican las palabras del profeta: "Fuiste nuestro refugio y nuestro defensor frente a los torrentes en los días de angustia" (cf. Sal 45,2)"".

3.- Lc 9,51-56 Los estudiosos afirman que en este pasaje empieza toda una larga sección, propia de Lucas, a la que llaman "el viaje a Jerusalén". En Lc 9,51 se nos dice que "Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén", y este largo viaje durará diez capítulos del evangelio, hasta Lc 18,14. Ha llegado para Jesús la hora "de ser llevado al cielo". Ha terminado su predicación en Galilea, y todo va a ser desde ahora "subida" a Jerusalén, o sea, hacia los grandes acontecimientos de su muerte y resurrección. De paso va a ir adoctrinando a sus discípulos sobre cómo tiene que ser su seguimiento. El primer episodio en el camino les pasa cuando tienen que atravesar territorio samaritano y no les reciben bien (porque los samaritanos no pueden ver a los judíos, sobre todo si van a Jerusalén). La reacción de Santiago y Juan es drástica: ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos? Se repite la reacción del profeta Elías, que hace bajar fuego del cielo contra los sacerdotes del dios Baal. Jesús, una vez más, les tiene que corregir, y duramente: "no sabéis de qué espíritu sois".

Una primera interpelación de este pasaje es, para nosotros, la decisión con que Jesús se dirige a cumplir la misión para la que ha venido. Sabe cuál es su camino y se dispone con generosidad a seguirlo, a pesar de que le llevará a la cruz. ¿Somos conscientes de dónde venimos y a dónde vamos, en nuestra vida? Nuestro seguimiento de Cristo ¿es tan lúcido y decidido, a pesar de que ya nos dijo que habremos de tomar la cruz cada día e ir detrás de él? También podemos dejarnos interrogar sobre nuestra reacción cuando algo nos sale mal, cuando experimentamos el rechazo por parte de alguien: ¿somos tan violentos como los "hijos del trueno", Santiago y Juan, que nada menos que quieren que baje un rayo del cielo y fulmine a los que no les han querido dar hospedaje? ¿reaccionamos así cuando alguien no nos hace caso o nos lleva la contraria? La violencia no puede ser nuestra respuesta al mal. Jesús es mucho más tolerante. No quiere -según la parábola que él mismo les contó- arrancar ya la cizaña porque se haya atrevido a mezclarse con el trigo. El juicio lo deja para más tarde. De momento, "se marcharon a otra aldea". Como hacía Pablo, cuando le rechazaban en la sinagoga y se iba a los paganos, o cuando le apaleaban en una ciudad y se marchaba a otra. Si aquí no nos escuchan, vamos a otra parte y seguiremos evangelizando, allá donde podamos. Sin impaciencias. Sin ánimo justiciero ni fiscalizador. Sin dejarnos hundir por un fracaso. Evangelizando, no condenando: "porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder, sino a salvar" (J. Aldazábal).

Hoy, en el Evangelio, contemplamos cómo «Santiago y Juan, dijeron: 'Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?'. Pero volviéndose, les reprendió» (Lc 9,54-55). Son defectos de los Apóstoles, que el Señor corrige.

Cuenta la historia de un aguador de la India que, en los extremos de un palo que colgaba en sus espaldas, llevaba dos vasijas: una era perfecta y la otra estaba agrietada, y perdía agua. Ésta —triste— miraba a la otra tan perfecta, y avergonzada un día dijo al amo que se sentía miserable porque a causa de sus grietas le daba sólo la mitad del agua que podía ganar con su venta. El trajinante le contestó: —Cuando volvamos a casa mira las flores que crecen a lo largo del camino. Y se fijó: eran flores bellísimas, pero viendo que volvía a perder la mitad del agua, repitió: —No sirvo, lo hago todo mal. El cargador le respondió: —¿Te has fijado en que las flores sólo crecen a tu lado del camino? Yo ya conocía tus fisuras y quise sacar a relucir el lado positivo de ellas, sembrando semilla de flores por donde pasas y regándolas puedo recoger estas flores para el altar de la Virgen María. Si no fueses como eres, no habría sido posible crear esta belleza.

Todos, de alguna manera, somos vasijas agrietadas, pero Dios conoce bien a sus hijos y nos da la posibilidad de aprovechar las fisuras-defectos para alguna cosa buena. Y así el apóstol Juan —que hoy quiere destruir—, con la corrección del Señor se convierte en el apóstol del amor en sus cartas. No se desanimó con las correcciones, sino que aprovechó el lado positivo de su carácter fogoso —el apasionamiento— para ponerlo al servicio del amor. Que nosotros también sepamos aprovechar las correcciones, las contrariedades —sufrimiento, fracaso, limitaciones— para "comenzar y recomenzar", tal como san Josemaría definía la santidad: dóciles al Espíritu Santo para convertirnos a Dios y ser instrumentos suyos. La marcha hacia Jerusalén, ciudad de su pascua, es una partida memorable. Para Lucas, Jesús ya no regresará más a Galilea, su pequeña patria. De hecho, el término griego empleado por Lucas (lit. "Cuando se iban a cumplir los días de su arrebatamiento") es un término técnico: tan pronto dice relación con el arrebatamiento de Elías (4Re [2Re LXX] 2,9.10.11; Eclo 48,9; 49,14; 1Mac 2,58) como con la ascensión de Jesús al cielo (Hch 1,2.11.22). Con una serie de determinaciones análogas, Lucas irá indicando el acercamiento progresivo de este momento histórico (18,35; 19,11.29.37.41; 22,1.7.14), la hora de la muerte de Jesús, que acaeció figuradamente el día de la Pascua judía, figura del Exodo definitivo del Mesías fuera de Jerusalén. Por eso continúa: "Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran, también él decidió irrevocablemente ir a Jerusalén" (9,51b). La frase contiene una referencia clarísima a una actitud semejante narrada en el Antiguo Testamento. Literalmente dice que "también él (Jesús evidentemente) plantó cara a la situación encaminándose hacia Jerusalén". En el libro del profeta Ezequiel, en la versión griega llamada de los Setenta, hallamos una serie de expresiones análogas, en las que Dios invita al profeta a encararse con una serie de situaciones (once pasajes). En concreto, el pasaje a que aquí se hace referencia es Ez 21,7: "Por eso profetiza, hijo de hombre, y planta cara a Jerusalén, fija la mirada contra su santuario y profetiza contra la tierra de Israel. " (El original hebreo contiene algunas variantes: "Hijo de hombre, gira tu cara contra Jerusalén y haz gotear tu palabra contra el santuario y profetiza contra la tierra de Israel".) Jesús, como en otro tiempo Ezequiel, toma la decisión irrevocable de encararse con la institución judía simbolizada aquí por el término sacro "Jerusalén", término que empleaban los judíos y, casi de forma exclusiva, los escritores del Antiguo Testamento. (Cuando Lucas quiere designar simplemente la ciudad de Jerusalén, como lugar geográfico, se sirve del término "Jerosólima", término neutro empleado exclusivamente por los paganos y por los otros evangelistas, si exceptuamos el logion de Mt 23,37.) "Mi vida, nadie la toma, soy Yo quien la da." Contemplo ese instante decisivo en el corazón de Jesús. Señor, ayúdanos en las decisiones valientes que a veces hemos de tomar. "La Cruz es llamada también gloria y exaltacion de Cristo. Ella es el cáliz rebosante, de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeción Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria (...) También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuadno dice: cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo" (S. Andrés de Creta).

-Envió mensajeros por delante; yendo de camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento, pero se negaron a recibirlo porque se dirigía a Jerusalén. Los judíos fieles consideraron cismáticos a los Samaritanos cuando éstos construyeron un templo rival al de Jerusalén en la cumbre del monte Garetzim. Despreciados por los judíos, se tomaban su revancha ocasionando toda clase de molestias a los peregrinos que atravesaban su país para subir a Jerusalén. Jesús no evita pasar por esa tierra en la que un racismo y un desprecio recíproco hacía estragos. Jesús quiere a todos los hombres. Fracaso estrepitoso de los misioneros enviados a Samaria... Quizá trasmitieron que el profeta iba a ser coronado mesías en Jerusalén, y no era bien visto en Samaria... Un filtrado parecido del mensaje, según las conveniencias de cada uno o de un grupo o comunidad determinada, lo hacemos con frecuencia. Cuanto más fanáticos seamos y más cerrados estemos sobre nosotros mismos, más filtros interpondremos entre la Palabra que nos quiere interpelar y el mensaje que dejamos rezumar. "Profeta" es precisamente aquel mensajero "por cuya boca habla" Dios o el Señor Jesús. Y lo es cuando el contenido de la palabra que pronuncia no es lo que él piensa, sino aquello que, desde lo más profundo, experimenta de manera irresistible que debe comunicar.

-Ante ese rechazo, los discípulos Santiago y Juan le propusieron: "Señor ¿quieres que ordenemos que caiga fuego del cielo y acabe con ellos?" Era el castigo que Elías infligió a sus adversarios (2 Reyes 1, 10). Sed de venganza... Santiago y Juan, en representación del grupo de los Doce, después de haber comprometido con sus tejemanejes el viaje de Jesús a través de Samaria, lanzan ahora el grito al cielo y claman venganza. La propuesta que le hacen, la formulan con palabras del libro de los Reyes, donde se dice que Elías, en un caso parecido en que el rey Ocozías de Samaría le envió unos mensajeros pidiéndole que acudiese para librarlo de la muerte con que Dios lo había castigado por culpa de su idolatría, "hizo bajar fuego del cielo" que consumió a los cincuenta hombres que había enviado (4Re [2Re] 1,1-14 LXX). Piden, por tanto, a Jesús que actúe al modo de Elías y se vengue de la mala acogida de los samaritanos. No les basta con tergiversar el mensaje, sino que exigen un castigo en nombre de Dios contra sus enemigos mortales. "Jesús se volvió y los increpó" (lit. "conminó", como si estuviesen endemoniados) (9,55). De hecho, están "poseídos" por una ideología que les impide actuar como personas sensatas: están repletos de odio, de intolerancia religiosa y de exaltación nacionalista. Jesús "se vuelve": esto quiere decir que él no se había inmutado y que proseguía su camino, mientras que los discípulos se habían quedado atrás, esperando la venganza del Mesías contra aquellos canallas samaritanos. El conjuro que les lanza debía ser sonado. "El Señor hace admirablemente las cosas (...) Actúa así con el fin de enseñarnos que la virtud perfecta no guarda ningún deseo de venganza, y que donde está presente la verdadera caridad no tiene lugar la ira y, en fin, que la debilidad no debe ser tratada con dureza, sino que debe ser ayudada" (S. Ambrosio). "Y se marcharon a otra aldea" (9,56). El espíritu de poder está siempre ahí, en el corazón de los hombres. Y lo que es peor que todo: ¡que es de ese modo, como nosotros nos imaginamos el comportamiento de Dios! Esos pobres discípulos creían ser los intérpretes de Dios, y ¡cuán seguros estaban de poseer la verdad! Creían disponer del "fuego divino" para juzgar a esos Samaritanos. Fácilmente, también nosotros tenemos quizá deseos de ese género: que Dios intervenga y destruya de una vez a sus enemigos, que muestre su Poder. Este episodio evangélico nos presenta el viaje de Jesús, hacia Jerusalén, la ciudad que era el centro del poder político y religioso del judaísmo. El viaje se vuelve conflictivo al pasar por Samaria.

Lucas, como Marcos, enfatiza la decidida voluntad con que Jesús emprendió ese viaje, aún con la oposición de los Doce, que, según Marcos, protestaron por esta decisión y lo siguieron a regañadientes (Mc 10, 32). Seguir a Jesús, no es un viaje fácil; puede convertirse en un "viaje sin retorno", y aunque tiene como meta el encuentro definitivo con el Padre, no se puede olvidar -como Jesús nunca lo olvidó- el duro y cruel trance de la cruz. A medida que Jesús se acerca a la hora definitiva de la cruz, los seguidores del Maestro, más que acercarse al punto de vista de Jesús, parecen alejarse de él. Los apóstoles entran en una confusión mental de incomprensión, miedos y dudas. La actitud de Santiago y de Juan pone en evidencia que los apóstoles no han entendido plenamente a Jesús. Ellos, por su intolerancia, no encuentran otro camino para tratar a los samaritanos sino el camino de la violencia. Jesús los reprende y les pide enérgicamente que se comporten de acuerdo al proyecto que Él mismo les ha enseñado. La actitud de Santiago y Juan sigue estando presente en muchas religiones del mundo. Por todos los medios los seres humanos a lo largo de la historia hemos buscado la forma de acabar con los que piensan, actúan o viven de forma diferente. Solamente, por poner algunos ejemplos de esta intolerancia tan cruel, patrocinada muchas veces por la religión, pensemos un momento en la relación entre católicos y protestantes durante cuatro siglos; o la relación entre cristianos y musulmanes. No podemos olvidar esta cruel historia de intolerancia y de irrespeto que hemos tenido unos con otros. Pero frente a esta cruda realidad, la intervención de Jesús sigue siendo válida hoy: "¿Acaso no saben de qué espíritu son?". Los cristianos estamos llamados a comportarnos con la misma altura y responsabilidad con que se comportó Jesús de Nazaret. Estamos obligados a ser respetuosos con los demás y hacer posible la paz entre las religiones, que traerá como fruto la paz universal. Y para la paz entre las religiones, primero debe haber diálogo entre las religiones, y, antes aún, debe haber un "intradiálogo" en cada religión (R. Panikkar; Josep Rius-Camps). El espíritu de Jesús es un espíritu de no violencia, de misericordia. Jesús pide a sus discípulos que respeten los plazos de la conversión: el descubrimiento de la verdad es lento, muy lento, en el corazón del hombre. Jesús nos da aquí la verdadera imagen de Dios. El, que siendo Todopoderoso, no interviene como potentado para doblegar a los que le están sujetos o a sus enemigos, sino que, humildemente, pobremente, espera la conversión, a la manera de un padre o de una madre.

-"Y se marcharon a otra aldea." Como hacen los pobres cuando se les despide. Contemplo a Jesús marchándose hacia otra aldea... Señor, me interrogo sobre mis impaciencias... Ante mis propios pecados, mis propios fracasos, ante los rechazos de los demás, ante las lentitudes o los retrasos de la Iglesia... Danos, Señor, tu divina paciencia (Noel Quesson).

Algunos manuscritos griegos, que fueron seguidos por la Vulgata, añaden al final del v 55: "diciendo: no sabéis a qué espíritu pertenecéis. El Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos". Jesús nos dirá: Yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo; pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Y para hacer eso una realidad, porque nos ama y para Él valemos más de lo que nos imaginamos, lo contemplamos hoy iniciando su camino hacia Jerusalén, desde donde, después de padecer por nosotros, será elevado y glorificado junto a su Padre Dios. Mediante la obra de salvación realizada por el Hombre-Dios el Señor, siempre fiel, cumplirá sus promesas hechas a Jerusalén: desde ahí llegará la salvación al mundo entero. Quienes hemos sido hechos depositarios de la salvación de Dios para proclamar la Buena Nueva a todas las naciones, y llevar la Luz y la salvación que Dios ofrece a todos los hombres, no podemos excluir a nadie de esa oferta que Dios nos ha confiado. No importa el que alguien nos rechace, se comporte mal con nosotros, nos persiga y ponga en riesgo nuestra vida por Cristo; el Señor nos pide orar por los que nos persiguen y maldicen, no nos indica que hagamos bajar fuego contra ellos para hacerlos desaparecer. Finalmente somos portadores de la Vida y del Amor que proceden de Dios, y no de la muerte ni del egoísmo que proceden del Maligno y ofuscan la mente de los hombres para quitarles la paz y destruir entre ellos el amor fraterno.

Quienes celebramos la Eucaristía, celebramos el amor de Dios, que ha salido a buscarnos para ofrecernos sus perdón y su Vida. Quienes hemos respondido a este llamado de Dios y estamos en torno a Él para escuchar su Palabra y hacerla nuestra, para entrar en comunión de vida con Él, hacemos nuestro también el compromiso de dejar a un lado aquellos signos de destrucción y de muerte que tal vez nos habían dominado. Es necesario hacer que la Iglesia sea más creíble en su fe por el amor que manifieste hacia aquellos que, incluso levantándose en contra de ella, han tomado por caminos de persecución, de maldad, de destrucción y de muerte. Tomar nuestra cruz de cada día y tomar la firme determinación de seguir a Cristo hacia Jerusalén, significa no sólo hacer nuestra la salvación que Él nos ofrece, sino convertirnos en un signo verdadero de salvación para todos. Por eso jamás podremos condenar a nadie, pues somos signos de Cristo, que vino a dar su vida en rescate por la humanidad de todos los tiempos y lugares.

Un filtrado parecido del mensaje, según las conveniencias de cada uno o de un grupo o comunidad determinada, lo hacemos con frecuencia. Cuanto más fanáticos seamos y más cerrados estemos sobre nosotros mismos, más filtros interpondremos entre la Palabra que nos quiere interpelar y el mensaje que dejamos rezumar. "Profeta" es precisamente aquel mensajero "por cuya boca habla" Dios o el Señor Jesús. Y lo es cuando el contenido de la palabra que pronuncia no es lo que él piensa, sino aquello que, desde lo más profundo, experimenta de manera irresistible que debe comunicar.
diciones y culturas. Así como Él nos reúne como hermanos en la Eucaristía sin distinción de personas, así nos quiere a todos como hermanos en el seno de su Iglesia, y así nos quiere ver reunidos por un mismo amor y un mismo Espíritu en la Casa eterna del Padre Dios.

Quien se dedique a condenar aplastando y haciendo gala de su poderío, en lugar de salvar y sanar las heridas que ha causado el pecado, la pobreza y la enfermedad, no recibirá la bienaventuranza de Dios, sino una fuerte recriminación de Aquel que nos envió a buscar a la oveja perdida, no para maltratarla, sino para cargarla amorosamente sobre nuestros hombros y llevarla de vuelta al redil. No podemos hacer caer fuego del cielo para quienes se oponen a nuestros pensamientos o intereses. El verdadero profeta no puede sólo denunciar, sino proponer caminos que den soluciones más humanas a los problemas y retos que la vida nos presenta. Quien sólo denuncia y no tiene la capacidad de encontrar los caminos de paz para una mejor convivencia, terminará asesinando y apoderándose de lo que no le pertenece. Jesús pudo haberle permitido a Santiago y a Juan que hiciesen bajar fuego del cielo sobre los samaritanos, para después pasar y hospedarse en esa tierra como si fuera suya, sin quien alguien de esa región pusiera en riesgo su vida ni le criticara por encaminarse hacia Jerusalén. Pero Él nos da ejemplo de que quien posee su Espíritu sabrá amar a sus mismos enemigos y dar su vida por ellos para que rectifiquen sus caminos y, unidos en un solo pueblo, construyan un mundo más fraterno y más capaz de convertirse en un inicio del Reino de Dios entre nosotros. Quien actúa de un modo distinto y se levanta contra su prójimo, si dice que es cristiano, está manifestando, con esas actitudes y con esas obras equivocadas, que no conoce ni ama a Dios, pues no sabe qué clase de Espíritu es el que ha recibido.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber trabajar denodadamente por construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, guiados únicamente por el Amor que Dios ha infundido en nosotros, y que nos ha de llevar a dar, si es necesario, nuestra propia vida sembrada como consecuencia de nuestro trabajo a favor del Evangelio de Jesucristo, nuestro Señor. Amén (www.homiliacatolica.com).

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