domingo, 15 de noviembre de 2009

Lunes de la 29ª semana. La fe de Abraham es modelo de la nuestra. Y nos llevará a tener confianza en Dios y no idolatrar el dinero

Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4,20-25. Hermanos: Ante la promesa de Dios Abrahán no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación. Y no sólo por él está escrito: «Le valió», sino también por nosotros, a quienes nos valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.

 

Salmo: Lc 1,69-70.71-72.73-75. R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo.

Nos ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza.

Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

 

Evangelio según san Lucas 12,13-21. En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.» Él le contestó: -«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: -«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» Y les propuso una parábola: -«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»

 

Comentario: 1..- Rm 4,20-25 (ver domingo 10A). Sigue el ejemplo de Abrahán, que a Pablo le parece muy válido para reafirmar su doctrina de la salvación por la fe y no por las obras. La fe del gran patriarca no fue precisamente fácil. Tuvo un gran mérito, porque las dos promesas de Dios -la paternidad a su edad y la posesión de la tierra- se hacían esperar mucho. Como decía Pablo el sábado pasado, Abrahán "creyó contra toda esperanza", contra toda apariencia. Y es esa fe la que se alaba en él, la que se "le computa como justicia", o sea, como agradable a Dios. Igual nos pasa a nosotros cuando creemos "en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús". Cuando Pablo habla de "justicia" y "justificación", no se refiere a lo que ahora podríamos llamar "buscar excusas" o ser objeto de una decisión judicial: "justicia" equivale a santidad, gracia, ser agradable a Dios.

Pablo acaba aquí el análisis de los lazos de unión entre la fe y la justificación, a partir del ejemplo de Abraham (cf Rom 4, 1-8,13-17). Ha demostrado ya que Abraham era "pecador" en el momento de su justificación y llamado a ser padre de una multitud antes de ser circuncidado y de haber observado las obras de la ley. Por tanto, la fe sola le ha "justificado". Pero, entonces, ¿qué es esta fe?

a) Es, en primer lugar, una esperanza más allá de toda esperanza (v 18). La fe del patriarca se mantiene en la seguridad de que Dios es capaz de suspender los determinismos de la Naturaleza que engendran automáticamente el futuro a partir del pasado, para crear un futuro verdaderamente nuevo e inesperado. De esta manera, Abraham no se ha confiado en sí mismo encerrándose en su pasado, sino que se ha fiado de Dios como aquel que puede renovar todo. Como creyente, Abraham no ha dirigido los ojos sobre su estado físico que contradecía su esperanza; sino que ha superado esta contradicción confiando a Dios el cuidado de sobrepasarla. Hay que advertir que Pablo se sitúa en un plano teológico mucho más que en un plano histórico: no se puede olvidar que Abraham será aún capaz de dar un hijo a Agar y seis a Quetura (Gén 25).

b) La fe de Abraham remite en primer lugar a la persona del mismo Dios y no al contenido de la promesa (léase cambiar las leyes de la Naturaleza). Esta fe es eminentemente personal. Supone la consciencia de la incapacidad del hombre para definir por sí mismo su futuro (v. 19), tomando así la actitud contraria a la de los ateos o los idólatras (Rom 1, 21). Todo esto manifiesta bien claramente que Abraham está ligado a Aquel que había prometido más que a lo que había prometido...; el patriarca podrá, más tarde, liberarse del objeto de la promesa -su propio hijo-, sin poner en tela de juicio su ligadura a Aquel que había prometido.

c) Pablo, que elabora una teología de la fe más que la historia de la fe de Abraham, ve en esta un tercer componente: la fe en la resurrección (vv 19.24) o, más exactamente, la fe en Aquel que ha resucitado a Jesús. Imposible creer en el milagro o en la resurrección sin el acto previo de confianza en el que opera estos milagros. Dando vida al cuerpo apagado de Abraham, Dios anticipa algo sobre la resurrección de Cristo, y el Isaac que nace siendo estéril Abraham puede ser comparado a Jesús resucitado de la muerte. En su materialidad, los dos hechos no son comparables más que al precio de una alegorización; pero se relacionan, efectivamente, por la fe idéntica que suponen. Cristo resucitado es verdaderamente el "si' de la promesa de Dios, porque en Él Dios mismo se da al hombre, porque un don así no se merece y porque en Él, además, el hombre se une a Dios en una apertura y una confianza perfectas. El orden de la promesa y de la fe es entonces el de la reciprocidad en Jesucristo de dos fidelidades personales (Maertens-Frisque).

-Hermanos, ante la promesa de Dios, Abraham no cedió a la duda con incredulidad... La fe se presenta a menudo como una esperanza aparentemente contraria a toda esperanza. Humanamente hablando, Abraham tenía todas las razones para desesperar, para «dudar» de su porvenir, era demasiado viejo para tener hijos. En esta situación sin salida, bloqueada, Abraham se remitió a Dios, confiándole el cuidado de superarla y de crearle un «porvenir nuevo», una salida. Sencillamente, sin tensión excesiva, evoco en mi memoria las «situaciones» sin salida humana aparente, las mías o las del mundo que me rodea, mis preocupaciones, mis responsabilidades aplastantes, las cargas que pesan sobre mí... mis pecados, mis impotencias... Señor, todo esto que me podría «hacer caer en la duda», te lo ofrezco como Abraham, lo confió a tu cuidado, creo en tus promesas.

-Sino que halló su fuerza en la fe y dio gloria a Dios... En griego se encuentra el término «dunamis»: «fue dinamizado por su Fe»... Pablo nos dijo ya que el evangelio era «una fuerza de Dios». La fe no es una cosa. La fe no es estática, inerte. Es una fuerza motriz, una palanca, una levadura, una potencia de vida, que empuja a la acción, que da un sentido a la acción. «Y dio gloria a Dios». Expresión bíblica frecuente que significa «la actitud del hombre que reconoce a Dios y no se apoya más que en El». La incapacidad del hombre para resolver sus problemas más fundamentales no lleva a la desesperación, ni a la «náusea», sino a la «Acción de gracias», a la «Eucaristía»: a la confianza ilimitada en Dios. Así el creyente toma una actitud inversa a la de los ateos, los cuales «no dan gloria a Dios» (Rom 1,21). Señor, sé Tú mi solidez. En mi fragilidad y en mis miedos quiero apoyarme totalmente en Ti y hallar en Ti el dinamismo de mi vida, mi gusto de vivir, mi alegría. ¡Y te doy gloria! Gracias, gracias.

-Porque estaba plenamente convencido de que Dios tiene poder de cumplir «lo que ha prometido». Evoco las «promesas de Dios»... Repito para mí la certidumbre: «estoy plenamente convencido que...

-Por ésta su fe, Dios le «declaró justo». Estas palabras se repiten muchas veces en la epístola a los Romanos. Tres veces en las páginas que meditamos hoy. Bien lo sé, Señor, no es la apreciación que tengo de mí mismo lo que cuenta... sino tu apreciación... ¿Me declaras justo? Tu declaración no es una ficción jurídica, que me dejará tal cual soy, al cubrirme artificialmente con el «manto de la justicia» -ésta fue a veces la interpretación de ciertos protestantes-. De hecho, hablándose de Dios, «declarar a alguien justo», ¡es hacer un verdadero acto! Es "justificar", es «crear en el hombre esta justicia». Señor, crea en mí un corazón puro. Señor, crea en mí la santidad.

-Dios nos declarará justos también a nosotros, porque creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, en Jesús, Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. El objeto central de nuestra Fe, es la «fe en Cristo resucitado». Pablo señala un vínculo muy fuerte entre Cristo y nosotros: fue entregado «por» nosotros, y resucitó «por» nosotros... Es casi inverosímil. Dios entregado por el hombre. Dios entregado por mí... tan pobre, tan pecador, tan insignificante, tan efímero. ¡Me aferro a Ti, oh Cristo, entregado y resucitado! (Noel Quesson).

Los Israelitas, liberados de la esclavitud en Egipto, sólo vieron cumplida la promesa hecha por Dios a Abraham cuando tomaron posesión de la tierra prometida. Así, quienes mediante la Muerte de Cristo hemos sido liberados de la esclavitud al pecado, sólo vemos plenamente realizada nuestra salvación, nuestra justificación, cuando participamos de la Glorificación de Cristo resucitado. Entonces llega a su plenitud la promesa de justificación, de salvación para nosotros, pues ésta no se realiza sólo al ser perdonados, sino al ser glorificados junto con Cristo, pues precisamente este es el Plan final que Dios tiene sobre la humanidad. Aceptar en la fe a Jesús haciendo nuestro su Misterio Pascual nos acreditará como Justos ante Dios, el cual nos levantará de la muerte de nuestros pecados y nos hará vivir como criaturas nuevas en su presencia. No perdamos esta oportunidad que hoy nos ofrece el Señor.

2. En este canto de Lc 1,69-75 se llama a Jesús Señor y Salvador, como lo llamarán también el ángel en el anuncio a los pastores. El pasaje habla de Juan y de Jesús: "Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo… Es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir a la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, atnes de que él lo vea… Finalmente, ance, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre… Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro" (S. Agustín). Con razón es llamado Abrahán "padre de los creyentes" y le miramos como modelo de hombre de fe los cristianos, los judíos y los musulmanes. Abrahán nos enseña a ponernos en manos de Dios, a apoyarnos, no en nuestros propios méritos y fuerzas, sino en ese Cristo Jesús que ha muerto y ha resucitado para nuestra salvación. Como la Virgen María, que es para el NT el modelo de creyente que para el AT era Abrahán, y a la que Isabel alabó por su fe: "dichosa tú, porque has creído". Se trata de que nos descentralicemos de nosotros mismos y que orientemos la vida según el plan de Dios, fiándonos de él. Hoy, en vez de un salmo, como meditación después de la primera lectura, rezamos el Benedictus evangélico, que, en continuidad con Abrahán, nos hace ser más conscientes de lo mucho que hace Dios y de lo poco que somos capaces de hacer nosotros por nuestra cuenta: "el Señor Dios ha visitado a su pueblo... realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días". Es él mismo el que nos "concede" vivir la jornada "con santidad y justicia": no son obras nuestras que le ponemos delante, como exigiendo el jornal al que tenemos derecho.

3. Lc 12,13-21 (ver domingo 18C). Alguien le pide a Jesús que intervenga en una cuestión de herencias. Jesús contesta que no ha venido a eso: él siempre rehusa hacer de árbitro en asuntos de política o de economía. Lo que le interesa es evangelizar y llamar la atención sobre los valores más profundos, como en este caso, en que la pregunta le sirve para dar su lección: "guardaos de toda clase de codicia".

La codicia o la avaricia, el afán inmoderado de dinero, o los peligros de la riqueza, es uno de los aspectos que Lucas más veces trata en su evangelio (y en el libro de los Hechos). Tal vez, cuando él los escribía, en la comunidad habían entrado personas en buena posición social, creando algunos inconvenientes, y por eso Lucas resalta el contraste con la pobreza radical, evangélica, que Jesús practicó y enseñó a los suyos. La parábola es sencilla pero muy expresiva. Uno se imagina al buen terrateniente gordo y satisfecho con su cosecha, haciendo planes para el futuro. Jesús le llama "necio". Su estupidez consiste en que ha almacenado cosas no importantes, que le pueden ser quitadas hoy mismo, e irán a parar a otros. Mientras que él se quedará en la presencia de Dios con las manos vacías. ¿De qué le habrá valido sacrificarse y trabajar tanto?

Una de las idolatrías que sigue siendo actual, en la sociedad y también en la Iglesia, es la del dinero. No hace falta, para aplicarnos la lección, que seamos ricos y que la cosecha de este año no nos quepa en los graneros. La codicia puede ser de dinero, y también de fama, poder, placer, ideologías, afán organizativo, éxitos... Pero siempre es idolatría, porque ponemos nuestra confianza en algo frágil y caduco, y no en los valores duraderos, y eso nos bloquea para otras cosas más importantes. No nos deja ser libres, ni ser solidarios con los demás, ni estar abiertos ante Dios. Ya nos dijo Jesús que es imposible servir a dos señores, al dinero y a Dios. Y que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos: está cargado con demasiado equipaje como para tener agilidad de movimientos. Aquel joven que se acercó a Jesús se marchó triste, sin seguir su llamada: era rico. Al contrario, ¡cuántas veces subraya Lucas que algunos llamados por Jesús, "dejándolo todo, le siguieron"! La ruina del buen hombre nos puede pasar a nosotros: "así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios". Su pecado no era ser rico, ni preocuparse de su futuro. Sino olvidar a Dios y cerrarse a los demás. Ser ricos ante Dios significa dar importancia a aquellas cosas que sí nos llevaremos con nosotros en la muerte: las buenas obras. En concreto, el haber sabido compartir con otros nuestros bienes sí que es una riqueza que vale la pena ante Dios. El examen final será: "me diste de comer". Y el no hacerlo -como fue el caso del rico Epulón- es, para el evangelio, la mayor necedad. No se nos invita a la pereza. El mismo Jesús nos dijo la parábola de los talentos que hay que hacer fructificar.

Se trata de que no nos dejemos apegar a las riquezas. Hay cosas más importantes que el dinero, en la vida humana y cristiana. Aunque ya estemos bien orientados en la vida de fe y centrados en los valores de Dios, podemos preguntarnos si de alguna manera no se nos pega también la idolatría del dinero que reina en el mundo, y si no tendríamos que relativizar algo nuestras preocupaciones materiales (J. Aldazábal).

Jesús no ha venido al mundo con el encargo de dirimir los litigios jurídicos entre los hombres. Él se niega a poner su autoridad en favor de esta o la otra opción, de este o el otro orden social. Él viene a salvar a los hombres, todos e integralmente. Viene a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolvería, evitándolos, todos los litigios entre los hermanos (cf 1 Cor 6,1-11). El hombre se halla siempre tentado a buscar su salvación en los bienes, en las posesiones, a poner en las riquezas su seguridad. El discípulo debe estar siempre en guardia contra esta tentación insidiosa. Los bienes no aseguran ni la misma vida. Menos aún la salvación. El hombre de la parábola dialoga consigo mismo. Este diálogo falla en el orden de la salvación. Le faltan interlocutores. No interviene Dios. Ni intervienen los demás hombres. Querer resolver su destino a solas es insensato. Sólo el que atesora bienes, que sean valores ante Dios y para los hermanos, se muestra cuerdo, saca provecho para un futuro definitivo (cf Mt 6,19-21; Ap 3,17-18).

Es la necedad y la vaciedad de su vida lo que tenemos que denunciar. El dinero... se necesita para vivir. pero nuestro héroe, en vez de hacer fructificar sus bienes para el bien de todos, los ha enterrado; sí, es un hombre estúpido que encierra su cosecha en sus graneros, como si el grano no estuviera hecho para el pan y para la siembra, que volverá a lanzar un himno a la vida. En definitiva, ese hombre no merecía vivir: con su conducta, frenaba la vida.

Bloquear la vida: ¡ése es el gran pecado! Y el dinero no es aquí más que un símbolo: ese hombre creía que podía comprar la vida, encerrarla, dominarla; pensaba "agarrar" la vida, y la vida se le escapa. Fue la conducta de los fariseos la que obligó a Jesús a contar esta parábola: ellos encerraban a las gentes en unas reglas tan estrechas que les impedían respirar. "Estabais muertos... en medio de la concupiscencias de vuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos": Pablo denuncia ese mismo mal que roe el corazón del hombre. Círculo infernal del tener, embriaguez del poder, desmesura del saber...; el resultado es idéntico: la vida queda encadenada. "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma". El grano está hecho para el pan y para la siembra, la religión para el hombre; el don de la vida está hecho para vivir de él.

"Buscad las cosas de arriba". Lo que nos propone el Evangelio es una cura de alta montaña. En el fondo, ni el trabajo ni el capital son la última palabra sobre el hombre; tanto el uno como el otro se quedan sin respuesta ante la muerte, y la muerte es la mayor cuestión que persigue al hombre. "Estabais muertos..., pero Dios, rico en misericordia... nos vivificó juntamente con Cristo". Habéis resucitado; lo que ahora se necesita es vivir.

"Esto no viene de nosotros, sino que es don de Dios". "¿Por qué te afanas y preocupas?", le preguntaba Jesús a Marta al verla tan atareada; "sólo hay necesidad de una cosa". "Buscad el Reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura". En cuanto a vuestro dinero, miradlo con humor; está hecho para la vida; gastadlo a tiempo, compartidlo, hacedlo fructificar para la felicidad de todos. "Estabais muertos y ahora estáis vivos"; entonces, hermanos, haced una cura de alta montaña, respirad bien hondo el aire puro de Dios que es su Espíritu..., el Espíritu de un mundo nuevo, un mundo al revés, ¡el mundo de arriba! (Dios cada dia, Sal terrae).

Lucas es el único, de entre los cuatro evangelistas, que nos relata la página siguiente. Reconocemos, una vez más, su insistencia sobre la "pobreza". -Uno del público le pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". El derecho de sucesión estaba regido, como siempre en Israel, por la ley de Moisés (Deut 21,17). Pero se solía pedir a los rabinos que hicieran arbitrajes y dictámenes periciales. En este caso una persona va a Jesús para que influya sobre su hermano injusto.

-Le contestó Jesús: "¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" ¡Notemos bien este rechazo! Se ha pedido a Jesús asumir una tarea temporal. El ha rehusado. Es una tentación constante de los hombres pedir al evangelio una especie de garantía, una sacralización de sus opciones temporales. Anexionar el evangelio a su partido o a su interés. La razón de ese rechazo, Jesús la da muy clara: no ha recibido ningún mandato, ni de Dios ni de los hombres para tratar de esos asuntos temporales. El Concilio Vaticano II ha insistido varias veces sobre ese principio esencial de una autonomía relativa de las "instituciones temporales": "Es de suma importancia distinguir claramente entre las responsabilidades que los fieles, ya individualmente considerados, ya asociados, asumen, de acuerdo con su conciencia cristiana... y de los actos que ponen en nombre de la Iglesia en comunión con sus Pastores... La Iglesia no está ligada a ningún sistema político". (G. S. 76) El Concilio en ese sentido, no deja de repetir a los laicos que se atengan a su conciencia y a su propia competencia: "Que los cristianos esperen de los sacerdotes la luz y el impulso espiritual, pero no piensen que sus pastores vayan a estar siempre en condiciones de tal competencia que hayan de tener al alcance una solución concreta e inmediata por cada problema, aun grave, que se les presente." (G. S. 43).

-Luego, dirigiéndose Jesús a la multitud dijo: "Cuidado, guardaos de toda codicia porque la vida de una persona, aunque ande en la abundancia, no depende de sus riquezas. " Está claro que Jesús no renuncia a decir algo sobre asuntos temporales. Jesús recuerda un principio esencial. Se mantiene a ese nivel y deja a los jueces y magistrados que hagan la aplicación al caso concreto.

-Y les propuso esta parábola: "Un hombre rico... cuyas tierras dieron una gran cosecha... decidió derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar más grano y provisiones. Se dijo: "Tienes reservas abundantes para muchos años. Descansa. Come. Bebe. Date la buena vida". Pero Dios le dijo: "Estás loco: Esta misma noche te van a reclamar la vida". Tenemos aquí en profundidad, la razón por la cual varias veces Jesús ha rehusado intervenir en lo "temporal": afirma, de modo rotundo, que el horizonte del hombre no se acaba aquí abajo, y que es por "esa otra parte" de la vida del hombre -la parte esencial para Jesús- tan fácilmente olvidada en beneficio de la vida temporal -Come, bebe, date la buena vida-, por la que Jesús no ha dejado nunca de "tomar partido" y de "movilizar" a todos los que quieren hacerle caso. El hombre que olvida o descuida esa "parte" de la vida está "loco", dice Jesús

-Eso le pasa al que amontona riquezas "para sí" y no es rico "para Dios". El uso que hacemos del dinero lo cambia todo: quien lo usa "para sí", está loco, quien lo usa "para Dios", es un sabio. Fórmula lapidaria que condena cualquier egoísmo, cualquier esclavitud del dinero (Noel Quesson).

La existencia cristiana, desde su comienzo, tiene adversarios que acechan a todos los que quieren asumirla. Algunos ya desde ese momento inicial se dejan arrebatar la Palabra sembrada en ellos y destinada a fructificar en su corazón y en el de todos los hombres. Pero las amenazas no se reducen a este momento inicial sino que acompañan al creyente a lo largo de toda su existencia. Cada uno de ellos debe enfrentarse durante toda su vida a "pruebas", amenazas desde el exterior que llevan a considerar una pérdida el seguimiento de Jesús. Este aparece, en ciertos momentos, como amenaza para la estructura social existente que, por un sentimiento de autodefensa, puede asumir formas agresivas persiguiendo a los portadores del mensaje. Un peligro mayor que impide la producción de los frutos reside en la adopción por parte de los cristianos de un estilo de vida en contradicción con la propuesta aceptada. La actitud de desconfianza frente a Dios y la primacía de la búsqueda de posesión y del placer están presentes en el entorno en que el cristiano debe realizar su existencia. Este entorno no es totalmente exterior a la existencia del creyente. El contagio de estos valores predominantes en la sociedad es una posibilidad real que amenaza nuestra existencia, que puede impedir la obtención de la finalidad propuesta y llenar de frustración nuestra existencia. Sólo la actitud de "un corazón noble y generoso" junto a una fidelidad constante y sin límites en la duración puede asegurar la llegada a la meta de la existencia (Josep Rius-Camps).

La vida no depende de las riquezas. Llegado el momento de partir de este mundo todos los bienes acumulados se quedan, y los disfrutan quienes no los ganaron con el sudor de su frente. ¿Por qué no disfrutarlos honestamente y compartirlos con los que nada tienen? El Señor nos dice al respecto: Gánense amigos con los bienes de este mundo. Así, cuando tengan que dejarlos, los recibirán en las moradas eternas. El amor que nos lleva a partir nuestro propio pan para alimentar a los hambrientos, a vestir a los desnudos, a procurar una vivienda digna a los que viven en condiciones infrahumanas, son los bienes acumulados que nos hacen ricos a los ojos de Dios. Si vivimos así, en un amor comprometido hacia los demás, al final serán nuestras las palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel, entra a tomar posesión del gozo y de la vida de tu Señor (www.homiliacatolica.com).

 

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