viernes, 13 de noviembre de 2009

Jueves de la 26 semana. Israel vuelve a proclamar el libro de la Ley, y festejan la lectura de la Palabra de Dios. El cristiano ha de llevar esta alegría a los demás, ser portador de Cristo

 

 

Nehemías 8,1-4a.5-6.7b-12. En aquellos días, todo el pueblo se reunió como un solo hombre en la plaza que se abre ante la Puerta del Agua y pidió a Esdras, el escriba, que trajera el libro de la Ley de Moisés, que Dios había dado a Israel. El sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era el día primero del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo -pues se hallaba en un puesto elevado- y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: "Amén, amén." Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.

Los levitas explicaron la Ley al pueblo, que se mantenía en sus puestos. Leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: "Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis." Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: "Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza." Los levitas acallaban al pueblo diciendo: "Silencio, que es un día santo; no estéis tristes." El pueblo se fue, comió, bebió, envió porciones y organizó una gran fiesta, porque había comprendido lo que le habían explicado.

 

Salmo 18 "Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón"

La ley del Señor es perfecta / y es descanso del alma; / el precepto del Señor es fiel / e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos / y alegran el corazón; / la norma del Señor es límpida / y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura / y eternamente estable; / los mandamientos del Señor son verdaderos / y eternamente justos.

Más preciosos que el oro, / más que el oro fino; / más dulces que la miel / de un panal que destila.

 

Evangelio: Lucas 10,1-12. En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: "La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el reino de Dios". Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: "Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios." Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.

 

Comentario: 1.- Ne 8,1-4a.5-6.7b-12. Con la diligente colaboración de Nehemías y de Esdras y de los levitas, se llegó a una reconstrucción humana y religiosa de aquella generación que había vuelto del destierro bastante tocada en su identidad social y religiosa. Aquella asamblea de Jerusalén, de la que hoy leemos un resumen -en el libro de Nehemías ocupa los capítulos 8-10 es un acontecimiento fundamental en la historia de Israel: la solemne renovación de la Alianza. Una página espléndida, llena de sentido para el futuro: - se reune la gran asamblea, ya no se centra la atención en el Templo, pues están lejos y se reunen en casas, tiene lugar la costumbre de la sinagoga y su institución - todos escuchan con atención el libro de la Alianza, que proclama el sacerdote Esdras, - se dividen en grupos y los levitas van explicando a todos el sentido de lo que acaban de leer, - la gente se llena de alegría y llora de emoción al escuchar esta Palabra, - y lo celebran después con comida y bebida y una gran fiesta.

Da un poco de envidia el que aquel pueblo se congregara con tanto entusiasmo a escuchar la Palabra que tenían un tanto olvidada, y que los levitas lograran explicárselo "de forma que todos comprendieron la lectura". Ahora escuchamos la Palabra, por ejemplo en la Eucaristía, sin tanta emoción. Y tampoco parece tan eficaz el ministerio de los monitores que la presentan o de los lectores que la proclaman o de los predicadores que la explican y aplican. Sin embargo, eso es lo que Dios quiere. Jesús dijo que la Palabra es una semilla que tiene que producir fruto en nosotros. Sin la solemnidad de aquella ocasión, pero sí con la constancia de la Eucaristía celebrada cada domingo -o cada día- y con la pedagogía de una oportuna homilía, la Palabra de Dios va iluminando nuestro camino y dándonos fuerza para ir mejorando nuestra vida. En esta tarea privilegiada de la evangelización, todos aportan su colaboración: el sacerdote y los lectores y los catequistas. Ojalá también ahora el pueblo cristiano pueda sentir una profunda alegría "porque han comprendido lo que les han enseñado". No se trata de anunciar cosas peregrinas: de la Palabra de Dios es de donde nos viene la luz y la alegría y la libertad. Como dice el salmo de hoy, "los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón... y dan luz a los ojos".

Leeremos una página capital para entender lo que es una «liturgia de la Palabra». En esta época, la ley de Moisés acaba de ponerse por escrito, gracias al intenso trabajo de los escribas. Se inaugurará una ceremonia que pasará a ser tradicional en las sinagogas y las comunidades cristianas. Llegada la fiesta del séptimo mes, todo el pueblo se congregó como un solo hombre en la plaza situada frente a la puerta de las aguas. El primer elemento de la liturgia es la asamblea. El culto verdadero, no es, en primer lugar el cumplimiento formal de unos ritos, es, ante todo, una comunidad reunida. La primera exigencia de una liturgia es estar juntos, codo a codo delante de Dios.

-Se pidió al escriba Esdras que trajera el libro de la Ley... En presencia de la asamblea, compuesta de hombres, de mujeres y de todos los niños con uso de razón. Esdras, vuelto hacia la plaza, hizo la lectura... Estaba de pie sobre un estrado de madera. Todo el pueblo le veía porque dominaba la asamblea. Se realza pues la importancia del Libro, así como la del lector. No se trata de un libro ordinario, ni de una lectura banal: se trata de una Palabra de Dios que se va a proclamar, con solemnidad. Danos, Señor, da a todos los hombres el respeto de tu Palabra.

-Y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: "¡Amén! ¡Amén!" Luego se inclinaron y se postraron ante el Señor, rostro en tierra. Cuando Dios habla, hay que responder. Y la respuesta normal es un asentimiento, un «sí». El «Amén» que hemos conservado del hebreo tiene ese significado. Amén = «es verdad»... «es seguro»... Es el resumen mismo de la Fe, que es la respuesta del hombre a la revelación que Dios nos propone. Notemos que la asamblea no se contenta entonces con un mero asentimiento de los labios: todo el cuerpo participa de ese «sí» que proviene del fondo del ser. Se alzan las manos, luego todos se prosternan hasta el suelo. Espectáculo que sorprende; cuyo sentido se ha perdido en nuestras iglesias occidentales llenas de sillas y de bancos. Los jóvenes HOY encuentran de nuevo esta expresión en la liturgia. Los pueblos africanos y asiáticos pueden enseñarnos algo, respecto a esto. ¡La asamblea de miles de musulmanes haciendo la gran postración es digna de ser contemplada!

-Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido para que los asistentes comprendieran la lectura. Es esencial que la Palabra de Dios sea proclamada en la lengua propia de aquellos a quien va dirigida. ¡Dios habla para hacerse entender! De ahí la finalidad de las múltiples traducciones en todas las lenguas del mundo... y también la finalidad de los comentarios exegéticos y de las homilías que ayudan a comprender y aplicar la Palabra de Dios.

-«Ese día está consagrado al Señor, vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis.» Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley. En efecto, la Palabra de Dios nos interpela. Nos revela nuestros pecados. Escuchar a Dios es oír unas exigencias infinitas que nos hacen sentir tanto más nuestras pobrezas.

-«Id y comed manjares suculentos, bebed bebidas aromatizadas y mandad una ración a quien no tiene nada preparado, Porque este día está consagrado a nuestro Dios: ¡la alegría del Señor es vuestra muralla y fortaleza!» Domina ciertamente la alegría. ¡Una atmósfera de fiesta! La «alegría de Dios» ¿es de veras mi fortaleza? (Noel Quesson).

La proclamación de la Ley aparece ligada a la fiesta de las Tiendas (mencionada en Esd 3,4-6) que ahora presenta novedad, construidas con los ramos cortados en el monte (Lv 23,39-43). No se hace mención de la fiesta de la Expiación, que se celebra el día 10 de ese mes (Lv 23,26-32). En los 7 días de la fiesta de las Tiendas Esdras sigue leyendo la Ley como prescribe Dt 31,9-13 para cuando la fiesta cae en año sabático. Ahí se ve el origen de la "gran sinagoga", un órgano oficial para discernir los libros sagrados que tendrán los siglos siguientes. Esa lectura sagrada será la función principal de las reuniones religiosas (Biblia de Navarra). El Israel vuelto del exilio tiene conciencia de un nuevo principio dentro de la continuidad de la historia de salvación. El pueblo ha vuelto a nacer después de la gran prueba. El recuerdo del primer nacimiento -la liberación de Egipto y la siguiente adquisición por parte de Dios por medio de la alianza del Sinaí- está vivo entre los restauradores. Y se compara la liberación de Egipto con la de la cautividad de Babilonia, que ya Isaías II había descrito como un nuevo éxodo. Hay que completarlo, pues, con la renovación de la alianza. Los primeros regresados habían hecho ya bastante con conservar el rescoldo del fuego sagrado de la esperanza, pero ahora, conseguida una cierta estabilidad, Esdras se dispone a hacerlo con toda solemnidad y convoca, en honor de Dios, una reunión festiva de todo el pueblo -qahal, ekklesía, iglesia-, la asamblea del pueblo congregada para el culto. Israel renueva, actualiza, la antigua alianza. Esto lleva consigo, como en la sinaítica (Ex 20,1-1; 24,11) la proclamación de la ley y un sacrificio de comunión, una comida sagrada (8,1-8.9-12). Palabra y sacrificio de comunión, he aquí dos realidades litúrgicas íntimamente unidas. La reunión festiva de los cristianos, la liturgia eucarística -lectura de la palabra, comida sagrada-, continúa renovando la alianza definitiva entre Dios y los hombres en Jesucristo.

Notemos la importancia y el papel esencial que tiene la proclamación de la palabra.

Asistencia, versión en la lengua del pueblo, esfuerzo por penetrar el sentido -homilía, estudio asiduo, meditación profunda, oración humilde- son requisitos indispensables para una provechosa proclamación de la palabra. Esto ya se advierte en la asamblea de Esdras: «Leían el libro de la ley de Dios traduciéndolo y explicándolo para que se entendiese la lectura» (8,8). Después, la celebración de la fiesta de los tabernáculos (8,13-18) une todavía más la renovación de la alianza con los acontecimientos del Sinaí, cuando el pueblo habitaba en tiendas en el desierto.

Una actuación histórica -liberación de Egipto, liberación de Babilonia- fundamenta la alianza de Dios con el pueblo. La ley da las estipulaciones, pero no tiene sentido si no es en el marco de la alianza y de la historia. No es un absoluto. Dios es señor de la ley y los hombres son los beneficiarios dentro de las circunstancias siempre cambiantes de la historia.

El judaísmo posterior a Esdras -algunos ven su origen en la lectura solemne que Esdras hace de la ley- tenderá a hacer de esa ley un absoluto. Jesús se verá obligado a hacer una reordenación de valores (Mc 2,23-28; R. Vives).

El pueblo se ha reunido para recordar el camino por el desierto, cuando sus padres habitaron en tiendas de campaña y recibieron la Ley por medio de su santo siervo Moisés. Ante la Lectura de las palabras que contienen la Ley de Dios, y ante la explicación de la misma, el Pueblo reconoce que no ha sido fiel al Señor, y se entristece y llora. Pero hay que celebrar al Señor que ha sido misericordioso con su Pueblo; que ha levantado su castigo contra él y, como signo de su perdón, le ha reinstalado en la tierra prometida. Por eso hay que alegrarse en el Señor y celebrarlo, pues celebrar al Señor es nuestra fuerza. Pero no basta con alegrarse con el Señor. Si en verdad hemos vuelto a Él necesitamos, finalmente, volver la mirada hacia los que nada tienen y compartir con ellos nuestros alimentos y lo que tengamos. Quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica; quien no sólo ama a Dios sino también a su prójimo; quien en el amor al prójimo no se limita con respetarle sino que procura su bien, ese ha comprendido las cosas que el Señor nos ha enseñado por medio no sólo de su Palabra, sino por medio de su mismo ejemplo, pues, hecho uno de nosotros, salió al encuentro del pecador para perdonarlo, y al encuentro del necesitado para socorrerlo.

2. Sal.18. Por medio de su Ley el Señor ha iluminado el camino del creyente. Por eso hemos de conocerla y meditarla para convertirnos en sabios y llegar a vivir con rectitud del corazón. El Señor nos ha indicado que quien quebrante uno de estos mandamientos, el más mínimo, y enseñe eso a los demás, será el más despreciable en el Reino de los cielos. Sabemos que la salvación nos ha llegado por medio de Jesucristo; mas no por eso debemos dejar de meditar su Palabra y ponerla en práctica, pues la Ley nos ayuda a manifestar, con obras, la salvación que Dios nos ha concedido, amando a Dios sobre todas las cosas y amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

3. Lc 10,1-12 (cf la primera parte del evangelio del domingo 14C). Jesús se hace ayudar en su misión. Esta vez elige y envía a 72 discípulos (según algunos códices son 70: no importa mucho la diferencia) para que vayan de dos en dos a prepararle el camino. Ante todo quiere que recen a Dios, pidiéndole que envíe obreros a recoger la cosecha, porque "la mies es mucha y los obreros pocos". Es hermosa la comparación de los braceros que trabajan en la siega. En otras ocasiones, Jesús habló de los pescadores que recogen una gran redada de peces. A estos misioneros les da unos consejos parecidos a los que daba el miércoles de la semana pasada a los doce: sin alforjas ni sandalias, sin entretenerse por el camino saludando a uno y a otro, dispuestos a ser bien acogidos por algunos, y también avisados de que otros los rechazarán. Ellos, con eficacia y generosidad, deben seguir anunciando que el Reino de los cielos está cerca.

¡Poneos en camino! La invitación va ahora para nosotros, para tantos cristianos, sucesores de aquellos 72, que intentamos colaborar en la evangelización de la sociedad, generación tras generación. Todo cristiano se debe sentir misionero. De forma distinta a los doce y sus sucesores, es verdad, pero con una entrega generosa a la misión que nos encomiende la comunidad.

Los que nos sentimos llamados a colaborar con Dios en la salvación del mundo, haremos bien en revisar las consignas que nos da Jesús:

- tenemos que rezar a Dios que siga suscitando vocaciones de laicos comprometidos, de religiosos, de ministros ordenados, para que se pueda realizar su obra salvadora con los niños, los jóvenes, la sociedad de nuestro tiempo, los mayores, los enfermos, los pueblos que no conocen a Cristo; ante todo, rezar, porque es Dios quien salva y quien anima a la Iglesia misionera;

- se nos avisa que vamos "como corderos en medio de lobos": no nos han prometido que seremos acogidos por todos;

- no debemos llevar demasiado equipaje, que nos estorbaría; un testigo de Jesús (la Iglesia) debe ser sobrio y mantenerse libre, para poder estar más disponible para la tarea fundamental;

- el encargo es tan urgente que no podemos perder el tiempo por el camino, en cosas superfluas: ciertamente no nos está diciendo Jesús que no saludemos a los demás: él, que siempre tenía tiempo para atender a todos; sino que no nos perdamos por caminos laterales, porque es urgente la tarea principal;

- lo importante es que vayamos anunciando: "está cerca de vosotros el Reino de Dios", y comunicando paz a las personas;

- si nos rechazan, tampoco tenemos que hundirnos, ni tomarnos la justicia por nuestra mano, condenando a derecha e izquierda: ya se encargará Dios, a su tiempo, del juicio.

Jesús nos dice día tras día: ¡poneos en camino!, id, anunciad que el Reino de Dios está cerca. Sin pereza, con sencillez, con ánimo gratuito y no interesado, con serenidad en las dificultades, alegres por poder colaborar en la obra salvadora de Dios, como mensajeros de su paz (J. Aldazábal).

-Entre sus discípulos, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir El. Lucas es el único que nos relata esta misión de los setenta y dos discípulos. Mateo cuenta aproximadamente las mismas cosas, pero a propósito de una misión de los Doce (Mt 9,37; 10, 15). Lucas también dejó escrito una misión equivalente a los Doce (Lucas 9, 1-6). El evangelista debió encontrarse con dos tradiciones diferentes y relató los dos acontecimientos, no muy distantes el uno del otro, y sin duda para resaltar que la misión no es exclusiva de los Doce.

-"La mies es abundante y los braceros pocos; por eso rogad al dueño de la mies que mande obreros a su mies". La visión de Jesús es muy amplia. El campo misionero se extiende hasta los extremos de la tierra. Jesús considera la abundancia de esa mies; el gran número de los que se aprestarían a vivir el evangelio. ¿Estoy yo realmente persuadido de la abundancia de esa mies? ¿Permanezco atento, a mi alrededor a los signos positivos que manifiestan que son muchas las personas que estarían dispuestas a acoger a Jesús? Pero faltan obreros... obreros prestos a entrar en el absoluto, propio de la vocación divina, tal como quedó expresada ayer.

De entrada y ante esa falta de obreros -que no es sólo una deficiencia de nuestra época- ¡Jesús llegó a la única solución... la oración! Es para El evidente que la vocación apostólica es una gracia, un don de Dios. Más tarde dirá san Pablo: "Es por la gracia de Dios que soy lo que soy" (1 Corintios 15, 10). En mi plegaria ¿ruego por las vocaciones? Así decía Juan Pablo II en la encíclica sobre la misión: "La actividad misionera está aún en sus comienzos. Nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan, y nosotros los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu ¡El es el protagonista de la misión!

En la historia de la humanidad son numerosos los cambios periódicos que favorecen el dinamismo misionero. La Iglesia, guiada por el Espíritu, ha respondido siempre a ellos con generosidad y previsión. Los frutos no han faltado. (…)Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu"

-Id, mirad que os envío como corderos entre lobos. Las consignas de Jesús no son en primer lugar unas recomendaciones de orden doctrinal y no se refieren principalmente al contenido de la fe que hay que enseñar. Son consignas que versan sobre el comportamiento de los predicadores de la Palabra, sus actitudes concretas, su indumentaria, sus provisiones. ¿Por qué? Sin duda porque, para Jesús, la "misión es ante todo un acontecimiento, un "acto". Los misioneros anuncian el Reino de Dios ante todo por su modo de vivir. Primera consigna: no-violencia. Los "enviados de Dios", los misioneros, en primer lugar son hombres "indefensos", "corderos" entre lobos. Con ello indican ya que su fuerza no está en ellos... que no han ido para forzar la adhesión, sino para suscitar una adhesión libre.

-No llevéis bolsa, ni alforja ni sandalias; y no os paréis a saludar a nadie por el camino. Segunda consigna: pobreza. Con ello los "enviados" dicen que no cuentan principalmente con los medios humanos... y que no hay que dar excesiva importancia a los valores del mundo presente: el objetivo final de nuestra vida no se encuentra aquí abajo... "tanta ha de ser la confianza que ha de tener en Dios el predicador, que, aunque no se provea de las cosas necesarias para la vida, debe estar persuadido de que no le han de faltar, no sea que mientras se ocupa de proveerse de las cosas temporales, deje de procurar a los demás las eternas" (S. Gregorio Magno).

Efectivamente, ¿por qué tanta preocupación por las seguridades terrestres? La proximidad del Reino que se acerca rápidamente hace irrisorias todas las seguridades. Y el anuncio de esa proximidad es tan urgente que no se debe perder tiempo en saludos ceremoniosos, como suelen hacerlo los orientales...

-Cuando entréis en una casa, lo primero, saludad: "Paz a esta casa". Si hay allí "gente de paz", la "paz que les deseáis", se posará sobre ellos; si no, volverá a vosotros.

Tercera consigna: la paz, la alegría. Una comunicación de paz y de alegría. Hay que volver a leer y a meditar de nuevo esas fórmulas admirables y, a su luz, revisar nuestra vida.

-Curad a los enfermos que haya en la casa o en la ciudad donde estéis y decid a los habitantes: "Ya os llega el reino de Dios".

Cuarta consigna: hacer el bien, apartar el mal, aliviar...

Quinta consigna: Sobre todo ¡el Reino de Dios! ¡Que Dios reine! (Noel Quesson).

Anunciar el evangelio en tierra samaritana. Esta tierra estaba proscrita para los Maestros de la ley y todos los judíos fieles. Jesús saltándose las divisiones étnicas y los conflictos entre el pueblo samaritano y el pueblo Judío, decide comunicar la Buena Nueva a todas las gentes. Para alcanzar este objetivo se apoya en la comunidad de discípulos que sale por mandato de Jesús del mismo modo que antes habían salido el grupo de los doce. El grupo de los 72 representa a toda la comunidad que asume el llamado de Jesús y la misión como un asunto definitivo. Por eso, las exigencias que Jesús les plantea tienden a optimizar el servicio. Para que esto sea así, los discípulos deben ir ligeros de equipaje, no sea que la mucha carga los retarde. Deben ir en actitud de oración ("Rueguen al Señor de la mies") pues no van en plan de conquistadores sino como testigos del resucitado. Deben ser conscientes de los peligros que van a encarar, pues no van a un mundo de ángeles, sino a enfrentar la dureza del corazón humano. Deben ser mensajeros y realizadores de la Paz, pues el Evangelio debe ser anunciado por pacifistas y no por guerreros. Deben adaptarse a las condiciones de los evangelizados, insertándose en sus condiciones de vida, pues van a anunciar como pobres la buena Noticia de Dios para los pobres.

Nosotros hoy como Iglesia debemos ser plenamente conscientes de nuestra misión. Pues, la evangelización no es obra exclusiva de insignes. La misión es la vocación y tarea de toda la comunidad cristiana. Si la comunidad vive en una populosa ciudad, debe formar misioneros urbanos, como Pablo. Si vive en el campo, debe formar misioneros rurales como lo fueron algunos de los discípulos de Jesús (servicio bíblico latinoamericano).

Jesús se dirige a los discípulos de todos los tiempos: "¡Poneos en camino!". A veces soñamos con tener todo claro para tomar una decisión. Pero esperar a ver con claridad nos paraliza. La luz se hace caminando. Porque cada vez que nos ponemos en camino, Él -como nos recuerda el relato de Emaús- "se pone a caminar con nosotros"  (gonzalo@claret.org).

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