viernes, 13 de noviembre de 2009

Domingo de la 25ª semana del Tiempo Ordinario. Los que obran la justicia sufrirán persecución, como Jesús. No hemos de querer mandar, sino servir

Libro de la Sabiduría 2,12.17-20. Se dijeron los impíos: «Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones,nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.»

 

Salmo 53,3-4.5.6 y 8. R. El Señor sostiene mi vida.

Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras.

Porque unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte, sin tener presente a Dios.

Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno.

 

Carta del apóstol Santiago 3,16-4,3. Queridos hermanos: Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones.

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9,30-37. En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: -«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó - «¿De qué discutíais por el camino?» Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

 

Comentario: 1. Sb 2,17-20. La perícopa de hoy es fragmentaria. Su mejor contexto sería el leer la unidad a la que pertenece; el discurso de los malvados (2, 1-22), que no tienen bastante con disfrutar de los placeres, sino que no toleran la presencia del justo, porque es un constante reproche para ellos, por eso lo someten a la prueba del tormento y de un fin ignominioso, para ver si Dios, al que el justo llama Padre, le ayuda realmente. Si no es así, la razón estará de su parte. Las palabras de los malvados, dichas de forma irónica, tienen eco en los ultrajes de los escribas y sacerdotes contra Jesús en la cruz (cf Mt 27,40-43; Mc 15,31-32; Lc 23,35-37). Del justo se dice "hijo de Dios" (v 13) como novedad, hasta entonces se aplicaba al pueblo de Israel o al rey que lo representa, pero ya en los libros tardíos (Sir 23,4; 51,14) se vislumbra la paternidad de Dios respecto a cada persona justa, y de modo propio se aplica al Mesías, Justo por antonomasia (Biblia de Navarra).

-Ese justo también los juzga a ellos, simplemente con su conducta diversa, que encarna un sistema de valores opuestos. Ese testimonio "resulta incómodo", "da grima", por lo cual los malvados deciden someterlo a la prueba y eliminarlo. Así demostrarán dos cosas: que la vida del justo termina mal y desacredita su sistema de valores; que Dios no se ocupa de esos pobres desgraciados que "se glorían de tener por padre a Dios". Los malvados se convierten así en jueces del justo: jueces en el plano intelectual de una concepción de la existencia y en el plano jurídico de su poder que formulan así: "sea nuestra fuerza la norma del derecho".

-Humanamente parece que triunfan. Sólo que el autor pronuncia su juicio en instancia superior, condenando a tales personajes y anunciándoles el juicio inapelable de Dios, que presentará en el cap. 5. De esta manera los malvados quedan cogidos entre dos frentes: el juicio mudo y paciente del justo perseguido y asesinado y el juicio del autor que habla en nombre de Dios.

Ese justo es un personaje típico, que puede representar a grupos y a individuos: al pueblo de Israel entre los paganos, a israelitas fieles entre sus paisanos apóstatas, a los justos perseguidos que rezan en los salmos. El sabio se inspira en la figura del Siervo de Yavé para hacer el retrato del justo que vive en medio de los impíos. El pasaje se refiere directamente a los judíos fieles que viven en la diáspora de Alejandría y tienen que soportar la mofa y la persecución de los judíos renegados. Estos últimos son los que se han apartado de las tradiciones paternas y quebrantan sin escrúpulos la Ley. Por cuya razón no aguantan la presencia de los justos, que sólo con su vida denuncian toda clase de impiedad. Sobre todo, a Jesús, el Hijo de Dios, el inocente que juzgado juzga, condenado es reivindicado, muriendo gana el perdón y resucitando da la vida (A. Gil Modrego). Aunque no se trata propiamente de una profecía de la pasión y muerte de Jesús, los autores del N.T. y la tradición cristiana han visto reflejada en este texto la suerte del que es en verdad "justo", de aquel que muere por los injustos y soporta la muerte de la cruz y la afrenta de los pecadores (cf Heb 12,3; Mt 27,43). Los impíos quieren hacer un experimento con el justo y salir de dudas y ver si es tan bueno como parece y Dios está efectivamente con él, quieren someterlo a prueba. Se trata de tentar incluso al mismo Dios, de ver si realmente Dios puede salvar al justo. Aunque el "hijo de Dios" es aquí simplemente un título que se da al justo y no da pie a entender el texto refiriéndolo a Jesucristo, lo cierto es que cuanto se dice aquí del justo se cumple literalmente en la pasión y muerte del verdadero Hijo de Dios (Mt 27,43: "Eucaristía 1982").

La sabiduría contrapone continuamente los impíos, que obran la injusticia, a los justos, que se comportan de acuerdo con los criterios dictados por ella. Son «impíos» quienes con sus hechos, razonamientos, criterios y malas lenguas engendran la muerte. Su visión materialista de la vida los incapacita para valorar lo que sobrepasa la razón, se encierran en sí mismos y contemplan impasibles los sufrimientos que causan a los demás; así se dejan llevar por el pesimismo y la tristeza de una existencia carente de sentido. «Nuestro respiro es humo, y el pensamiento, chispa de un corazón que late; cuando ésta se apague, el cuerpo se volverá ceniza y el espíritu se disipará como aire tenue». Sólo les queda una salida: el desenfreno, gozar de los placeres de la vida sumergiéndose en la espiral de un consumo sin freno, aunque sea a costa de los más débiles, pisoteando sus derechos y hundiendo a los pobres.

Pero ni eso les basta. Hay que ahogar todo intento de crear vida y alegría. Hay que dar muerte al justo que denuncia la injusticia con su conducta. "Lleva una vida distinta de los demás" (2,15). El justo se gloría de tener a Dios por Padre. Tiene una escala de valores diferente y constituye una acusación contra las convicciones mundanas de los impíos. La envidia ciega a los poderosos. Proyectan contra el justo la muerte que los consume: "Vamos a ver si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte; si el justo ese es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos... Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien mira por él» (2,17-20). Mateo parece inspirarse en este pasaje, y en Sal 22,8-9, cuando hace decir contra Jesús a los representantes de la religión, la teología y la política de Israel: «Había puesto su confianza en Dios. Si de verdad lo quiere Dios, que lo libre ahora, ¿no decía que era Hijo de Dios?» (Mt 27,43). No saben que «Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser». Todos los que luchan por la claridad de esta «imagen» defendiendo los derechos inalienables de los hombres y de los pueblos participan ya ahora de la inmortalidad de la justicia (1,15). La comunidad cristiana debe hacer visible este compromiso como un fruto de su vitalidad interior, alimentada por el Espíritu del Señor, que le da cohesión y la centra exclusivamente en la persona de Jesús, el Justo por excelencia (Rius Camps).

El libro de la Sabiduría es casi contemporáneo de Jesús. Escrito en Alejandría de Egipto, en el seno de la poblada colonia judía, afronta un problema serio: cómo vivir la fe bíblica tradicional en un ambiente culturalmente hostil, como era el caso del helenismo. El autor presenta, simplificando, el prototipo de dos actitudes: el "justo", quien se mantiene fiel a la tradición judía, y el "impío", quien se dejó deslumbrar por la cultura secularista del helenismo de entonces.

El c. 2 nos presenta en un díptico las actitudes vitales de ambos personajes: las esperanzas inmanentistas de los "impíos", y la esperanza trascendente del "justo". Fuerte contraste. Además, ya que el "justo", con su forma de vivir, pone en entredicho las pseudoesperanzas de sus contemporáneos, estos deciden condenarlo a una muerte ignominiosa para mostrar así a todos que su esperanza carece de fundamento: con la muerte todo se acaba, el más allá es pura falacia de fanáticos.

El c. 3 se traslada a la acción de Dios, que no deja sin recompensa la fe y la esperanza del justo, aunque aparentemente no sea así. Este mismo Dios cuidará, en su momento, de desenmascarar el engaño existencial de los "impíos".

Nuestro breve texto se inscribe en los razonamientos de los "impíos" que dudan de la veracidad de la esperanza religiosa y quieren demostrarlo a base de un asesinato. La muerte de un inocente prueba, a sus ojos, la despreocupación de Dios por el destino del hombre.

Nuestra mentalidad secularista actual tiene ciertamente puntos de contacto con esta página bíblica. ¿Somos capaces, desde nuestra fe, de desenmascararlos?

El v.18 ("Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará") Mateo lo aplica a la pasión de Cristo, el verdadero justo, poniéndolo en boca de las autoridades judías que se burlan de él y de sus pretensiones (cf. 27,43: Jordi Latorre).

2. Sal. 53. La introducción de este salmo atribuye esta oración a una situación real de la vida de David. Procedimiento literario semítico, muy revelador: la realidad concreta de esta situación histórica es temible. David está acosado por su enemigo Saúl. El primer rey de Israel teme que el joven David le arrebate su trono, tanta es su popularidad. "Extranjeros", entre los cuales se refugió David, están listos a "venderlo" (1 Sam 23,19-28). Este salmo ha sido recitado y releído a lo largo de la historia, en particular en los momentos de persecución de los Macabeos, por todos los "Anawim", los "pobres", oprimidos por los poderosos, orgullosos, sin fe ni ley, que no "tienen en cuenta para nada a Dios". Adivinamos el grado de opresión de este "pequeño" ante los "más fuertes" que él. Su oración se hace vengativa y pide a Dios que aplique a sus enemigos la ley del Talión: "Vuelve el mal contra mis adversarios". Pero su oración termina en la alegría de la acción de gracias: alabanza a la bondad de Dios que libera...

Poniendo este salmo en labios de Jesús encontramos:

-Su oración porque el mundo "sea liberado del mal, y no caiga en tentación".

-Al comienzo de la Pasión, su súplica para "ser liberado de la muerte": "si es posible pase de Mí este cáliz". El v 8 puede aplicarse a Jesús que acepta voluntariamente su muerte (Jn 10,18) como sacrificio de expiación por los pecados de todos los hombres (Hb 10,9; Biblia de Navarra; Catecismo 614).

-Pero a diferencia del salmista, Jesús nos pide orar "por nuestros enemigos"; así lo hizo El mismo por los suyos: "Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen".

-Finalmente, Jesús "dio gracias" (Eucaristía) al Padre por su Alianza en el gran combate contra su enemigo principal, según San Pablo, la muerte (I Cor 15,26). En boca de Jesús, la verdadera liberación es la resurrección.

Este salmo afirma que el "mal" es una potencia "extranjera", contraria al hombre, alienante, diríamos hoy. Pero dice también que Dios combate con nosotros, al lado del hombre, contra todas las potencias "que buscan su perdición". Gracias, Señor. Sí, por tu verdad, Señor, destruye a aquellos que se han levantado contra la humanidad. La victoria del bien está asegurada. Quien ora en este salmo, sabe que será escuchado, y anuncia que "dará gracias": "He visto a mis enemigos humillados". Sin orgullo, sin pretensión, el cristiano debería tener una mentalidad de vencedor... La seguridad de la victoria final de Dios, lejos de inmovilizar, debe da dar ánimo al cristiano para su combate de cada día (Noel Quesson).

«¡Oh Dios, sálvame por el poder de tu nombre!». Adoro tu nombre, Señor, tu nombre que mis labios no se atreven a pronunciar. Tu nombre es tu poder, tu esencia, tu persona. Tu nombre eres tú. Me alegra pensar que tienes nombre, que se te puede llamar, que puedes entablar diálogo con el hombre, que se puede tratar contigo con la confianza y familiaridad con que se trata con una persona querida. Al mismo tiempo, respeto el silencio de tu anonimato al ocultar tu nombre a los mortales y velar el misterio de tu intimidad con la sombra de tu transcendencia. Tu nombre está por encima de todo nombre, porque tu ser está por encima de todo ser.

Tu nombre está escrito en los cielos y lo pronuncian las nubes entre truenos. Lo dibujan los perfiles de montañas en la nieve y lo cantan las olas eternas del océano. Tu nombre resuena en el nombre de cada hombre en la tierra, y se bendice cada vez que un niño es bautizado. Toda la creación expresa tu nombre, porque toda la creación viene de ti y va a ti.

También yo, en mi pequeñez, soy un eco de tu nombre. No permitas que ese eco muera en silencio estéril. «¡Sálvame, oh Dios, por el poder de tu nombre!» (Carlos G. Vallés).

Ante un Dios, justo en la retribución, el salmista no sólo le pide al Señor que le defienda de sus enemigos, sino que extienda su mano en contra de ellos. Nosotros, siendo pecadores y dignos de recibir el castigo merecido a nuestra rebeldías y ofensas al Señor, hemos sido buscados por Él para que recibamos su perdón y la participación de su misma vida. Aquel que puso orden en el caos inicial y lo convirtió en fuente de vida, llega a nosotros para hacer desaparecer el desorden y las tinieblas del pecado, y a concedernos su Espíritu para que ilumine nuestros caminos y nos haga fecundos en buenas obras. Si así hemos sido amado por Dios, quienes nos consideramos hijos suyos, hemos de seguir el mismo ejemplo que Él nos dio amando a nuestro prójimo y buscándolo para que vuelva al Señor.

3. Santiago 3,16-4,3. Domingo tras domingo vamos escuchando la Palabra de Dios, que es la mejor escuela de sabiduría y que va contrarrestando la mentalidad que el mundo nos quiere inculcar. En la carta de Santiago se nota bien esta contraposición. Para él, si vivimos según la mentalidad de este mundo, no podemos escapar de la espiral de las ambiciones y conflictos y codicias. En su tiempo y ahora, el egoísmo parece ser la consigna de los que sólo se guían por miras terrenas. Y eso nos acarrea "envidias y peleas, desorden y toda clase de males". Mientras que si seguimos "la sabiduría que viene de arriba", cambiarán nuestros criterios, porque es "amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera". Nos va bien acudir en cada Eucaristía a la escuela de Cristo, para ir asimilando, en teoría y en práctica, el estilo de vida que él nos enseña a sus seguidores.

En la línea típica de esta carta nos encontramos con una nueva exhortación moral, de tono apasionado. Parecen temas de ética general, pero son cualidades de sabiduría cristiana (cf 1 Cor 1,18-3,3) frente a la falsa sabiduría del mundo, que produce frutos de mansedumbre, misericordia y paz (cf Mt 5,5.7.9; Gal 5,22). Está esto en contraste con los altercados que describe y que perturban la convivencia, y que tienen como causa la codicia y envidia (vv 1-3, y sigue con otras causas, que no entran en la perícopa de hoy; cf Biblia de Navarra). Ante ciertas posturas que buscaban la especificidad de la moral cristiana, o si puede distinguir de ciertos valores meramente humanos, se propone aquí un verdadero humanismo en Cristo, que realza, dignifica plenamente esos valores humanos, los lleva a plenitud en el amor…

Hay una falsa sabiduría de la vida que se opone a la sabiduría de Dios. Es la sabiduría de los "vivos" o de los que "saben vivir", de aquellos que no buscan otra cosa que su proyecto. Esta falsa sabiduría es el origen de todos los males, de las envidias y de las peleas que siembran el desorden y hacen imposible la convivencia. La auténtica sabiduría tiene otro origen, otras cualidades y, en consecuencia, produce otros frutos. Es la sabiduría que viene de Dios (cf 1,5) y que consiste en ordenar la convivencia según las enseñanzas del Evangelio. Las siete cualidades de la auténtica sabiduría la distinguen como don perfecto de Dios. Los que no han recibido la sabiduría construyen la paz y dan el fruto de la justicia. El autor se refiere en especial a la justicia por la que son justificados ante Dios los hombres que promueven la paz. Pero es claro que supone también aquella justicia humana sin la que es imposible la paz.

La ambición y los deseos de placer dividen al hombre en su interior, al no poder alcanzar lo que desea; pero esta división interior produce la envidia y se proyecta al exterior, afecta a la vida comunitaria y da origen en ella a las discordias y a los conflictos. Un consumo desenfrenado que estimula al hombre a tener siempre más es hoy la raíz de muchas frustraciones que, a su vez, desatan la violencia y dan pábulo a la agresividad de todo tipo: "Codiciáis lo que no podéis tener, y acabáis asesinando". El hombre permanece insatisfecho porque no pide a Dios lo que realmente necesita y, por lo tanto, no pide bien ("Eucaristía 1982"), no consigue elevarlos porque lo que piden son riquezas materiales para satisfacer sus instintos.

Hacemos el recorrido, a grandes pasos, de la carta de Santiago. Los domingos anteriores, el autor atacaba los favoritismos comunitarios y la fe desencarnada que no se traducen en obras. Y todo esto por coherencia con Cristo. La sección 3,12-4,12 trata de los frutos que daña conocer la calidad del árbol. Las obras del cristiano han de estar inspiradas en la sabiduría y en un realismo sano. En el centro de la sección hallamos nuestra perícopa, que podemos dividir temáticamente en dos partes. La primera se centra en la sabiduría. El término hebreo "sabiduría" expresa más un estilo de vida que una cualidad intelectual. La sabiduría del AT se basa en el estilo creyente de plantear la propia existencia, basado en la Torah. La sabiduría que propone Santiago a sus lectores cristianos se centra en la caridad fraterna y se manifiesta en la comprensión, la docilidad, la misericordia, las buenas obras y la siembra de la paz.

La segunda participa de la teología.judía de la época. Descubría la raiz del pecado en el "deseo", esto es, en aquel siempre querer más, incluso a costa de los demás; en basar la propia vida en un continuo cúmulo de insatisfacciones. Santiago lo traduce en guerras y contiendas mutuas. El autor contrapone a esta raiz otra: la obediencia de la fe que nos empuja no a seguir nuestras pasiones, sino la voluntad de Dios (cf 4,7: Jordi Latorre).

4. Marcos 9,30-37 (paralelos: Mt 17,22-23; Mt 18,1-5; Lc 9,43-48). Por segunda vez anuncia Jesús a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección al tercer día; pero en esta ocasión añade las siguientes palabras: "El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres". En el A.T. se contrapone esta expresión a la de "caer en manos de Dios, cuya misericordia es grande" (Sam 24, 41; Eclo 2, 18). Hasta qué punto sea terrible caer en las manos del hombre, y no en las manos de Dios, se verá en la pasión de Jesús. Cuando los hombres hayan hecho su obra y todo haya sido consumado, Jesús encomendará su espíritu en las manos del Padre, y el Padre lo resucitará. Los discípulos no alcanzan a comprender que su maestro, a quien reconocen como Mesías, tenga que sufrir tantas afrentas y hasta la misma muerte de cruz. Tampoco entienden nada sobre la resurrección al tercer día. Sin embargo, el miedo que les da preguntar demuestra que en realidad no entienden porque no quieren entender. Los discípulos no pueden aceptar el tremendo programa que les ha revelado su maestro. Por eso prefieren mantener la boca cerrada mientras su corazón se va llenando de tristeza (Mt 17, 23). Un grupo de rezagados comienza a discutir, a espaldas de Jesús, sobre rangos y procedencias entre los discípulos. Jesús no se da por enterado y les deja que se despachen a su gusto. Pero tan pronto han llegado a Cafarnaún, posiblemente ya sentado en casa de Pedro, les pregunta qué habían discutido en el camino. Avergonzados por su conducta y sabiendo que no podían agradar a su Maestro, callan. Los discípulos no responden ahora por las mismas razones que antes no se atrevieron a preguntar al Maestro sobre lo que les había dicho de su pasión. La vergüenza de los discípulos se explica perfectamente ante Jesús, que tiene preocupaciones mucho más profundas y sólo piensa en servir a los demás. Jesús enseña que el mayor honor es el mayor servicio, que el primero es el que se humilla para servir a todos. Durante la última cena Jesús lavará los pies a sus discípulos y les servirá colocándose en último lugar. Cuando al día siguiente sea alzado en la cruz, los discípulos comprenderán el significado de las palabras de Jesús. El último será entonces el primero; el que muere por todos será el Señor de todos. Es menester servir a todos, pero en especial a los más humildes y pequeños. El que sirve a los más pobres y humildes como a este niño, sirve a Jesús y al Padre que lo envía. La actitud de Jesús frente a los niños ha sido frecuentemente mal interpretada. No es que a Jesús le "gustaran" los niños o que los quisiera de un modo especial por su candor o su pureza de corazón. Un niño es para Jesús ni más ni menos que un pobre, alguien que no es habitualmente considerado por los demás y que ocupa el último lugar de la casa. Por eso Jesús lo toma como símbolo de todos aquellos que son sus preferidos y a quienes tenemos que servir si queremos ser los primeros en el Reino ("Eucaristía 1982").

Por segunda vez, Jesús revela a sus discípulos su muy próxima pasión (v 31). Al mismo tiempo, abandona deliberadamente la predicación a las muchedumbres (v 30), decididamente incapaces de comprenderle, para dedicarse exclusivamente a la formación definitiva de discípulos. Pero los apóstoles apenas si comprenden algo más que la muchedumbre. ¿Por qué habría de ser necesario que el Mesías se sometiera al sufrimiento para obtener la realeza? En algunos versículos anteriores a estos (Mc 9, 9-13), Marcos se hace eco de una de las discusiones entre los apóstoles: Elías debe encargarse de todos los preparativos para que el Mesías no tenga más que subir al trono. ¿Por qué, entonces, un Mesías abocado al sufrimiento? La incredulidad de los apóstoles tenía, sin embargo, un medio para salir de tal situación: la Escritura podía revelarles cómo la pasión estaba sugerida por una serie de antecedentes. Parece que las predicciones, por Cristo, de su pasión están tan fuertemente impregnadas de referencias al Antiguo Testamento que se pueden descubrir en él los textos a los que Jesús ha podido hacer alusión. El verbo "ser entregado" (v 31) está tomado de Is 53,6.12 y supone toda la doctrina del Siervo sufriente. La expresión "en manos de los hombres" (v 31) proviene de Jer 33,24 (o 26,24) y de este modo asocia a Cristo al primer gran profeta perseguido. La expresión "sufrir mucho" (v 31) remonta, probablemente, a Is 53,4.11, según un targum arameo (abrumar) y nos remite de nuevo a la imagen del Siervo sufriente. "Ser arrojado" (v 31) recuerda la suerte de la piedra arrojada por los constructores Sal 117/118,22 (cf Act 4,11; Mc 12,10). Los apóstoles poseían un equipo escriturario bastante importante que, al menos, les hacía posible comprender los acontecimientos que iban a desarrollarse.

El segundo tema de discusiones entre los apóstoles nace de la inminencia del Reino: estos comienzan a preocuparse por el lugar que puedan ocupar en el futuro Reino como ministros o consejeros del Mesías (v 34; cf Mc 10,35-40). Jesús aprovecha esta discusión para poner de manifiesto las condiciones de ingreso en el Reino: no solo habrá de pasar por el sufrimiento el Mesías para entrar en el Reino, sino que también los suyos a su vez, deberán presentarse en él como siervos (v 35) y como pobres (v 36; el niño estaba considerado en aquella época como un ser insignificante, y la palabra aramea para designarlo era la misma que para designar al siervo).

No creemos, sin embargo, que las palabras clave establezcan solo un discurso artificial. De hecho, un denominador común reúne las parábolas de Jesús en torno a las condiciones de acceso y de vida en el Reino. Para entrar en el Reino es preciso estar disponible como un niño, es decir, ser sencillo (v 36) y no pretender los primeros puestos (vv 33-35). Dentro del Reino es preciso hacerse el siervo de todos (v 35) y ofrecer su amor a los más insignificantes (v 37, en el que es preciso tener en cuenta que en Israel el niño no es objeto de ninguna consideración). Esta caridad revestirá un carácter especial entre los responsables de la comunidad, que procurarán no escandalizar a los pequeños, es decir, a los cristianos medio ignorantes de la casuística y de la doctrina (v 42) y cuya fe podría bambolearse por teorías excesivamente avanzadas (cf Rom 14,1-15,8).

Es posible que Jesús haya bendecido a los niños, porque estos seres actualmente desdeñados serán algún día los beneficiarios del Reino venido entre tanto. Haremos aquí una indicación precisa sobre las condiciones a satisfacer para entrar en la ciudad futura: aceptar ser hoy tan simples como los niños, estar disponibles para el porvenir y estar poco embarazados por los sistemas y las teorías. Cristo ha querido reducir la ética del Reino a comportamientos infantiles. Apunta a una sociedad que respete al pequeño y tenga en cuenta sus reacciones, pero sobre todo desea que sus discípulos se parezcan a los niños en la aceptación de la dependencia de los otros: el hombre, y el cristiano, "a fortiori", no puede aspirar a salvarse solo. Finalmente, el discípulo será objeto de menosprecio como un ser débil e insignificante -al igual que un niño en la sociedad judía-. Deberá tener en cuenta que este menosprecio constituye, para él, la manera de seguir a Jesús en la subida a Jerusalén (Mc 9,29-32; Maertens-Frisque).

Ser discípulo de Jesús es seguirle en su camino hacia Jerusalén, contando con que la comprensión de Jesús no se adquiere de una vez por todas, sino que deberá ir ampliando y madurando siempre.

La diferencia básica, escribe un autor judío actual, entre los discípulos de Jesús y los de los rabinos es que aquellos se unen a Jesús fundamentalmente para seguirle, mientras que éstos se unen al rabino para aprender.

Ser grande, ser importante, tener rango: indómita aspiración humana. Desde Jerusalén, desde el Cristo muerto y resucitado, esta aspiración recibe un tratamiento radical. Es grande el que es pequeño; tiene rango el que hace algo por los demás (Alberto Benito).

a. El camino es la cruz. Hay que notar que se repite el tema del domingo pasado, y decir que eso nos hace caer en la cuenta de que un cristiano no puede hacer como si la entrega de Jesús hasta la muerte por amor fuera únicamente un hecho a recordar. La cruz de Jesús es el único camino para el cristiano, la única manera de llegar a la vida. La primera lectura nos recuerda, además, que la cruz es vejación, burla, tortura, fracaso. Por eso, sería bueno invitar al agradecimiento por el amor que Jesús ha mostrado con su entrega, afirmar nuestra fe en que de la cruz de Jesús brota vida inagotable, y reafirmar el convencimiento de que el camino de Jesús tiene que ser también nuestro camino.

b. Un estilo de vida. La propuesta de Jesús es un estilo que abraza toda la vida: por poner un ejemplo muy evidente, no seguiría en absoluto a Jesús quien en su casa pegara a la esposa y en cambio fuera muy solícito en ayudar a las ancianas a cruzar la calle: y ocurre que esta manera de actuar, que parece caricaturesca, se da, lamentablemente, más de lo que parece. Sería conveniente que ayudáramos a concretar todo eso según las diversas circunstancias: en el trabajo, revisar si lo que uno pretende es únicamente escalar o si en cambio es capaz de ser solidario con los problemas aunque ello le comporte perjuicios; en casa, revisar si uno refunfuña siempre, o si siempre quiere tener razón, o bien si es capaz de reprimirse y ceder para una mejor convivencia; en el tiempo libre, revisar si uno únicamente busca la tele o cualquier otra evasión, o bien si es capaz de dedicar tiempo a la familia y a labores sociales del tipo que sean; cuando uno tiene dinero y poder, revisar si está convencido de que los menos afortunados tienen tanto derecho como él a vivir bien. Y así sucesivamente (J. Lligadas).

"El hombre es invitado a compartir los sufrimientos de Dios a manos del mundo ateo. El hombre debe zambullirse en la vida del mundo incrédulo, pero sin pretender paliar su incredulidad con una apariencia religiosa y sin intentar transfigurarla... Ser cristiano no significa ser religioso de una manera especial, o cultivar una forma concreta de ascetismo. Ser cristiano significa ser hombre. Lo que convierte al cristiano en cristiano, no es un acto religioso particular, sino la participación en el sufrimiento de Dios en la vida del mundo... Jesús no nos invita a una nueva religión: Jesús nos invita a la vida" (Dietrich Bonhoeffer; la Gestapo se lo llevó poco después y probó en su carne ese sufrimiento de Dios en el mundo).

El análisis del fenómeno de la autoridad ha estudiado el poder: no son lo mismo. Ya Max-Weber distinguía con claridad entre el poder, o probabilidad que tiene uno de imponer su voluntad a los otros, y la autoridad, o probabilidad de que la voluntad de uno sea aceptada por otros. Para tener "poder", basta con que uno pueda imponer a otro sus decisiones, aunque sea recurriendo a medios injustos (opresión, represión, tortura, amenazas, ejecución). Para tener autoridad, uno tiene que contar con la aceptación de los otros. El poder puede recibirse desde arriba; la autoridad sólo puede obtenerse desde abajo. El poder puede entregarse a dedo; la autoridad, sólo por elección de la base. El poder puede ejercerse despóticamente; la autoridad sólo puede ejercerse como servicio. Ahora bien, el servicio de la autoridad no es mandar, sino servir. Es decir, la función social de la autoridad, la que hace su ejercicio legítimo y razonable, no es la de mandar y funcionar como poder, imponiendo sus intereses, criterios y decisiones a los demás, sino la de servir a todos, haciendo posible que todos puedan jugar sus propios intereses y sus propias decisiones.

Para los cristianos está más que claro que la autoridad no puede ejercerse legítimamente como poder, sino como servicio. Y también está clarísimo que las celebradas "dotes de mando" son precisamente los vicios fundamentales que incapacitan para el ejercicio de la autoridad; pues no son aptos para el ejercicio de la autoridad los que sirven para mandar, sino los que están capacitados y tienen voluntad firme de servir. La autoridad, así entendida, es un auténtico servicio a la comunidad y puede ser conferida a una persona responsable; pero el poder no puede enajenarse en manos de nadie, sino que debe fragmentarse de tal modo entre los que mandan, que el pueblo nunca pierda la motivación, la libertad, la ilusión, la autoestima ("Eucaristía 1976").

El camino del servicio a los demás hasta dar la vida se opone radicalmente al camino del dominio sobre los demás hasta no dejarles vivir. Por eso es tan difícil comprender el camino de Jesús, porque la ambición y la voluntad de poder están arraigadas fuertemente en nosotros. Y ésta es la razón también de un gran malentendido: Se dice que la autoridad es un servicio, y lo que se quiere decir con ello es que los que ostentan la autoridad sirven al pueblo mandando. Pero esto es justamente lo contrario de lo que pensaba Jesús cuando decía a sus discípulos: "Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos" ("Eucaristía 1976").

Tenemos un caso concreto de este conflicto de criterios en la escena del evangelio. Jesús tiene una idea del mesianismo, o sea, de la misión que le corresponde cumplir a él y a los suyos para la salvación del mundo. Mientras que sus discípulos, todavía nada maduros en su fe y en su seguimiento de Cristo, están muy lejos de haber comprendido y asimilado esta mentalidad.

Ya el domingo pasado lo veíamos. Cuando Jesús les anunció por primera vez su muerte y resurrección, Pedro se atrevió a "reñir" al Maestro por esta visión que a él le parecía indigna del Mesías. Lo que le valió una dura reprimenda de Jesús. Hoy repite Jesús el anuncio: "El Hijo del hombre va a ser entregado y lo matarán y después de muerto, a los tres días resucitará". Ese es, para Jesús, el estilo para salvar al mundo: no viene en plan guerrero o triunfador, sino como un Siervo que entrega su vida por los demás.

Esta vez, la página del evangelio viene preparada por la del libro de la Sabiduría, en que aparece cómo "el justo", "el hijo de Dios", estorba a "los malos". La presencia de una persona buena da, por una parte, testimonio a los demás y les puede edificar y animar a practicar el bien. Pero, por otra, puede resultar una denuncia callada del estilo de vida que llevan otros: por ejemplo, materialista, despreocupada por las cosas del espíritu, superficial, injusta, egoísta.

La escena se repite: al "justo" del Antiguo Testamento le quieren hacer callar y lo eliminarán si pueden. Estorba. Como estorban todos los que han alzado su voz profética a lo largo de la historia denunciando injusticias o tiranías. A Jesús, el justo del Nuevo Testamento, también le van a llevar a la cruz, porque predica y da testimonio de un género de vida que choca con los cánones de la época. ¿A quién se le ocurre decir que "quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos"? Es un criterio que este mundo ciertamente no nos predica y que no cabe en la mente de muchos.

No queremos entender lo de ser servidores de los demás: Parece como si el evangelista Marcos nos quisiera mostrar qué lentos eran los apóstoles para entender lo que Jesús les quería comunicar. Después del anuncio de Jesús, cuenta un episodio en el que muestran una actitud totalmente contraria a lo que les está diciendo el Maestro y en la que quedan bastante malparados los seguidores de Jesús: "Por el camino habían discutido quién era el más importante". Los apóstoles -y nosotros, tantas veces- se dejan guiar aquí según la mentalidad humana. Este es el criterio del mundo: ser más que los demás, ser los primeros, ocupar los mejores puestos, "salir en la foto", prosperar nosotros, y despreocuparnos de los demás. Y eso puede pasar en la política y en la vida social y en la familia y en la comunidad eclesial. Mientras que Jesús nos enseña que debemos ser los últimos, disponibles, preocupados más de los demás que de nosotros mismos, servidores y no dueños. No es extraño que los oyentes de Jesús -de entonces y de ahora- no entiendan y les "dé miedo" oír estas cosas. A todos nos sirve la lección plástica de Jesús, cuando llamó a un niño y lo puso en medio de ellos y dijo que el que acoge a un niño -que en la sociedad de entonces era tenido en nada y que no podrá devolver los favores- acoge al mismo Jesús. Se nos invita a ser generosos, altruistas, dispuestos a hacer favores sin pasar factura. O sea, a seguir el ejemplo de Jesús, que "no ha venido a ser servido sino a servir", que ayuda a todos y no pide nada, y que al final entrega su propia vida por la vida de los demás. Cada vez que comulgamos en la Eucaristía, comemos "el Cuerpo entregado por" y "la Sangre derramada por": ¿vamos asimilando esta lección insistente de Jesús de la entrega por los demás? (J. Aldazábal).

El evangelio de Marcos nos prepara para vivir el seguimiento de Cristo, para responder desde el amor a Jesús, en el camino de la vida, a los verdaderos problemas que continuamente nos acechan. Las cruces, los sufrimientos, las complicaciones de la vida, el encarar la vida a veces tan llena de contradicciones, a veces parece que nos superan. Marcos se fija siempre en la decisión personal de la relación con Dios… presenta la vida cristiana como un encuentro personal con Cristo, que nos lleva hasta dar la vida por amor. Nunca se debe descuidar el encuentro personal con Cristo, la oración «como trato de amistad con quien sabemos que nos ama», que decía santa Teresa de Jesús. ¿Cuál es el núcleo esencial de este Evangelio? ¿Qué respuesta da al hombre de hoy tan complicado y lleno de complejos? ¿Verdaderamente es buena noticia para el hombre de hoy, sumergido en crisis y en la globalidad de nuestra sociedad, y casi sin esperanza? La respuesta es que Jesús es el camino de la vida verdadera, proyecta una visión distinta. Va, uno por uno, solucionando todos aquellos interrogantes que anidan en el corazón humano. La verdadera respuesta de Jesús es que vivamos con el corazón de niño. Nuestras complicaciones no nos dejan vivir la vida en plenitud. Creo que vivimos sin enterarnos. No somos capaces de abrir nuestros ojos y asombrarnos ante la vida que, vivida desde Jesús, por Él, con Él y en Él, no tiene comparación.  Siempre me he preguntado por qué Jesús pone como clave del Evangelio vivir con corazón de niños. La respuesta que siempre encuentro es porque los niños viven, ante todo, tres aspectos que explican la novedad del Evangelio. Por una parte, la confianza en su padre. No conozco ningún niño que no confíe en su padre, que no se abandone plácidamente en sus brazos. Un niño vive para confiar. El ideal evangélico se acerca al hecho de vivir con la paz, como un niño en brazos de su madre. En segundo lugar, no conozco ningún niño que no viva el momento presente. Alos niños no les angustia el futuro, ni tampoco viven anclados en su pasado angustiado. Lo que han vivido (pasado) o tendrán que vivir (futuro) no les preocupa. Sencillamente viven el momento presente. Disfrutan del presente, se acercan a lo que santa Teresa de Lisieux decía: «La santidad

 es vivir amando en el momento presente». El hombre de hoy no es feliz porque ni en el pasado ni en el futuro podemos ser felices, sencillamente porque no existen. Sólo se vive en el presente. Por último, los niños son sencillos. Conforme se van haciendo mayores, comienzan las eternas complicaciones. El Evangelio es para los sencillos, pues, como dice la Biblia, «los razonamientos complicados nos alejan de Dios». Aquí está una clave evangélica: el Señor ama a los niños porque confían. Viven el momento presente y no son enrevesados ni complicados. Viven con gozo el Evangelio (Francisco Cerro Chaves).

 

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