viernes, 13 de noviembre de 2009

Domingo de la 23ª semana de Tiempo Ordinario: Dios nos promete la liberación, que Jesús nos trae con sus milagros y su Evangelio, es la nueva creación que hace todo bueno otra vez como al principio

Lectura del libro de Isaías 35, 4-7a. Decid a los cobardes de corazón. «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantar. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.

 

Salmo 145,7.8-9a.9bc-10. R. Alaba, alma mía, al Señor.

Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.

 

Carta del apóstol Santiago 2,1-5. Hermanos míos: No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: «Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado.» Al pobre, en cambio: «Estáte ahí de pie o siéntate en el suelo.» Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos? Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman?

 

Santo evangelio según san Marcos 7,31-37. En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: - «Effetá», esto es: «Ábrete.» Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: - «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

 

Comentario: 1. Isaías 35,4-7a. El profeta llama a una nueva confianza en Dios: la victoria sobre los enemigos está conseguida y con ella llega la liberación de Israel. El que redime viene como "salvador" que sana todas las debilidades del cuerpo. Esta profecía tendrá en Jesús su máximo cumplimiento (cf Mt 11,5; Lc 7,22). Durante siglos, los judíos habían contemplado su pasado, ampliando más y más el recuerdo de los prodigios realizados por Dios en la salida de Egipto. Ahora deben mirar el porvenir. Una nueva salida se prepara (esta vez del exilio), a la que acompañarán prodigios superiores a los del primer éxodo.

Los profetas presentan con énfasis esperanzas magníficas en medio de acontecimientos modestos. Este texto en concreto (más allá de las referencias a los simples portentos) se dirige a los creyentes de todos los tiempos, también a los de hoy que tienen bastante ánimo para ser más que oyentes pasivos en la Iglesia. Cuando los creyentes se unen en comunidades reducidas y tratan de reanimar a una Iglesia sin fuerzas, o se comprometen en un esfuerzo para levantar la sociedad en que viven, Dios mismo invita a tener esperanza: optimismo, paciencia, esperanza ("Eucaristía 1988").

Los caps. 34-35 nos presentan una visión escatológica en dos escenas complementarias:

a) Dios interviene en la historia humana trayendo la venganza sobre Edom (cap. 34). La cólera divina se ceba sobre la ciudad y sus habitantes; su espada "chorrea sangre", "su país se vuelve pez ardiente", los cardos y ortigas crecen en sus palacios convirtiéndose así en guarida de chacales y crías de avestruz.

b) Día de venganza contra Edom, pero a la vez "años de desquite para la causa de Sión" (34,8; 35). El Señor en persona viene a liberar a su pueblo. -El horizonte sombrío y escalofriante del cap 34 se disipa en el cap 35. El gozo y la alegría invaden todo el texto: "regocijarse", "alegrarse", "gozo y alegría" (v 1b; pena y aflicción quedan excluidas: v 10). Y esta alegría lo invade todo: la naturaleza como morada cósmica del hombre, la tierra árida ("desierto", "yermo", "páramo" y "estepa": v 1) que recobra la vida y lozanía ("florece" como las zonas fértiles del Carmelo, Sarión y Líbano: v 2: cf Is 41,19; 51,3; Sal 107,35), al mismo ser humano.

-Gozo y alegría por la presencia del Señor que trae la liberación a los desterrados (v 2b.4b).

-Las "manos débiles", "rodillas vacilantes", "cobardes de corazón" son todos aquellos que en sus manifestaciones exteriores (=manos/rodillas) y en su interior (=corazón) dudan, tras el destierro del pueblo, del poder divino. Todos ellos verán la manifestación liberadora del Señor; el miedo quedará desterrado y sus convicciones internas y externas adquirirán madurez y firmeza.

-Lo menos importante a los ojos humanos como la tierra árida (v 1), los hombres indecisos (vv 3-4a), los mutilados: ciegos, sordos, cojos y mudos (vv 5-6a), serán los primeros en participar del gozo y alegría traídos por el Dios liberador.

-Por la Vía Sacra del desierto (v 8) caminan los liberados por el Señor (v 10); el destierro ha terminado y la vuelta a Sión es alegre (v 10; cf Sal 105,43) porque han sido liberados, como sus padres, de la esclavitud. Recuerda cómo los emisarios de Juan el Bautista le preguntan a Jesús: "¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro? Jesús les respondió: Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia" (Mt 11,4-5). Jesús cumple así la gran profecía de Isaías; Él es el gran liberador… Y también tiene un sentido espiritual que nos concierne, esta lectura nos interpela: ¿anunciamos la buena noticia liberadora a los más pobres, a los marginados, a los dejados de lado por nuestra sociedad? (A. Gil Modrego).

Tenemos aquí la parte central del hermoso canto de Isaías al segundo éxodo, esto es, a la liberación de los cautivos de Babilonia y a su retorno a la tierra de sus mayores. Los ojos del profeta descubren que está llegando el venturoso acontecimiento y su lengua se desata para anunciar la salvación a los cautivos. El profeta invita a los que todavía tienen esperanza para que le ayuden a levantar el ánimo de los que ya están cansados de esperar. El primer efecto de la palabra profética ha de ser liberar a los hombres del miedo que les esclaviza el corazón. En el horizonte abierto para la esperanza por la salvación prometida, el vidente ve que se acerca el que está por venir: "Mirad a vuestro Dios que trae el desquite..." Yavé, que hace un asunto personal de las desgracias de su pueblo, ya está llegando para juzgar a unos y salvar a otros. Las señales de la venida del Señor serán las curaciones de todos los achaques corporales y espirituales de los cautivos. Los que ahora no pueden ver, verán la salvación; los que no pueden escuchar, escucharán la buena noticia; los que no pueden o no se atreven a hablar, cantarán, y hasta los cojos saltarán de gozo. Jesús, en su respuesta a la pregunta de Juan Bautista, hace alusión a estas señales como señales mesiánicas (Mt 11,3-6).

Y para que no falte nada, hasta la tierra se alegrará con la presencia del Señor, que libera a su pueblo. El desierto, símbolo de la muerte, engendrará la vida. Correrán las aguas por la estepa y lo reseco será un manantial. Se repetirán las maravillas del primer éxodo ("Eucaristía 1982").

El autor de este texto, que forma parte del pequeño apocalipsis de Isaías, cc 34-35, se inspira en el mensaje del Deuteroisaías que es el primero que describe la caravana de desterrados que atraviesa el desierto camino de la patria… Nadie puede vivir sin esperanza. Todos necesitamos un ideal que dé sentido a la vida. Los pobres, los enfermos son los que necesitan hacer renacer la esperanza. El texto expresa la experiencia de la espera salvífica del pueblo de Israel. El profeta invita al gozo porque con la venida del Señor llegará la salvación. El ciego, el sordo, el mudo son liberados de su enfermedad, del poder del mal. El canto del capítulo 35 se alimenta de la larga historia de la esperanza de Israel y de sus profetas. En él se compendian las promesas en un momento en el que las situaciones históricas en que esas promesas se formularon han casi desaparecido. Pero los destinatarios del mensaje de salvación son los mismos: los oprimidos, los enfermos, el pueblo en el desierto. La promesa profética no quiere ser un sueño. El profeta conoce muy bien la situación del hombre y no la rehuye ni se refugia en un reino ultraterreno. Las curaciones que Jesús ha realizado son como los signos de un maravilloso inicio de realización, pero no consiguen la plenitud de que habla el profeta. La palabra de Jesús no es todavía el resultado de la plena realización de la profecía del A.T. sino que debe entenderse como una palabra de fe (Pere Franquesa).

-"Se despegarán los ojos del ciego"... La venida de Dios es salvadora; Dios no se complace en la disminución de los hombres, sino en su plenitud. Esta plenitud, a la que todos aspiramos, sólo puede venir de él: "Viene en persona, y os salvará". Ante tanta gente que, de una u otra forma se imagina a Dios como envidioso de la felicidad y la alegría de los hombres, qué alegría produce saber que nuestro Dios es un Dios salvador, amigo de la vida, que se complace en repartir a manos llenas la felicidad y la plenitud que le son consustanciales... (Josep M. Totosaus).

El profeta habla de un "camino santo" de vuelta a Jerusalén, habla de Jesús y sus milagros… (Biblia de Navarra), de la redención, como dirá S. Justino: "fuente de agua viva de parte de Dios brotó este Cristo en el desierto del conocimiento de Dios, es decir, en la tierra de las naciones: Él, que, aparecido en vuestro pueblo, curó a los ciegos de nacimiento según la carne, a los sordos y cojos, haciendo por su sola palabra que unos saltaran, otros oyeran, otros recobraran la vista; y resucitando al los muertos y dándoles la vida, por sus obras incitaba a los hombres a que le reconocieran (…) Él hacía eso para persuadir a los que habían de creer en Él que, aun cuadno alguno tuviere algún defecto corporal, si guarda las enseñanzas que por Él nos fueron dadas, le resucitará íntegro en su segunda venida, y le hará con Él inmortal, incorruptible e impasible". Todo nos habla de este adviento, Emmanuel, Dios que llegará y nos salvará.

2. Sal 145. Es un "himno" del reino de Dios. A partir del salmo 145, hasta el último, el 150, tenemos una serie que se llama el "último Hallel", porque cada uno de estos seis salmos comienza y termina por "aleluia". En esta forma el salterio termina en una especie de ramillete de alabanza. Recordemos que la palabra "hallélouia" significa, en hebreo "alabad a Yahveh", "alabad a Dios". El salmista canta el amor de Dios en una especie de carillón festivo, más sensible en hebreo por la repetición, nueve veces, de una misma construcción gramatical que se llama el "participio hímnico": Dios -Que ha creado los cielos -Que mantiene su fidelidad -Que hace justicia a los oprimidos... -Que da el pan a los hambrientos...

Yahvéh -Que libera a los prisioneros...

Yahvéh -Que abre los ojos a los ciegos... -Que endereza a los encorvados...

Yahvéh -Que ama a los justos...

Yahvéh -Que guarda a los peregrinos... -Que protege al huérfano y a la viuda...

(En esta traducción, hemos tratado de hacer sensible la asonancia final ("I M" en hebreo), que crea un efecto de balanceo, como el de un carillón: la misma sílaba vuelve al final de cada verso como una rima).

Podemos imaginar dos coros que se contestan, haciéndose eco. Observad la especie de letanía de desgraciados a los cuales ayuda Dios: los "oprimidos", los "hambrientos", los "prisioneros", los "ciegos", los "abatidos", los "extranjeros", las "viudas", los "huérfanos"...

¡Toda la desgracia del mundo que conmueve a Dios!

Observad la triple afirmación de pertenencia: "Mi Dios"... "Su Dios"... "Tu Dios"...

¡Admirable familiaridad! Es un Himno de Cristo al Padre, su protector, habla de no poner la confianza en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar; San Agustín comenta: "No sé por qué extraña debilidad, el alma humana, al ser atribulada, desespera del Señor en este mundo y pretende confiar en el hombre. Dígase a una persona que se encuentra en algún aprieto: «Hay un varón poderoso que puede salvarte.» Al oír esto, sonríe, se alegra y recobra el ánimo. Pero si se le dice: «Dios te libra», se queda desesperanzado y como helado. ¡Te promete socorro un mortal, y te gozas; te lo promete el Inmortal, y te entristeces! ¡Ay de tales pensamientos! ... Sólo en el Hijo del Hombre está la salvación; y en Él reside no porque sea Hijo del Hombre, sino porque es Hijo de Dios". Por eso, Cristo es el sacramento del encuentro con Dios y los Sacramentos actos de salvación personal de Cristo. No existe otro acontecimiento salvífico, otro nombre en el que podamos encontrar nuestra salvación (Act 4,12), ni otro sacramento que Cristo.

Dichoso el que espera en el Señor, su Dios: Por ser ya bienaventurado, Jesús poseía y gozaba plenísimamente de Dios, que es el objeto primario de la esperanza, y, por tanto, carecía de esta virtud. No obstante, como explica Tomás de Aquino, pudo tenerla -y la tuvo de hecho- con relación al auxilio de su Padre para alcanzar la glorificación e inmortalidad de su Cuerpo. Además, "a lo largo de toda su actividad terrena, el Señor, que experimentaba continuamente a su alrededor el favor de su Padre, percibió de una manera espontánea y vital los sentimientos contenidos en este salmo. Para Él mismo sería grato alabar (v 1) al Padre entonando este mismo himno de alabanza. No obstante, siendo esto verdad, es sobre todo durante las afrentas de su Pasión cuando el Señor obtuvo una experiencia más intensa de este favor con que su Padre le rodea. Parece que el salmo canta en sintonía con el martillo que le cose al madero y, cuando acaban de crucificarle con los mismos instrumentos de su profesión, exclama: 'In manus tuas commendo spíritum meum'. En medio de este confiado abandono recibe la recompensa de su Resurrección gloriosa. Así pues, el salmo, puesto en labios de Cristo resucitado, se reviste de una luz del todo nueva.

El Señor puede dejarnos desprovistos de apoyos humanos y proclamar, en virtud de su experiencia decisiva después de la Pasión, que son verdaderamente dichosos quienes eligen por protector a Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él" (P. Guichou).

"Actualmente Cristo no reina de un modo perfecto en sus miembros porque sus corazones están distraídos en pensamientos vanos... pero cuando este cuerpo mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,24), y abandone el mundo, se desgajará de esas distracciones y, entonces, Cristo reinará de un modo perfecto en sus Santos y 'Dios será todo en todos.' (1 Cor 15,28).

La contemplación del Profeta le empuja a situarse, por así decir, en el final de los tiempos. Entonces, viendo la fragilidad de todo lo que, por ser terreno, resulta caduco, no piensa mas que en alabar a Dios. Este fin del mundo vendrá presto para cada uno de nosotros: vendrá en el momento en el que muramos y nos desliguemos de cuanto nos rodea. Enderecemos, pues, nuestros afanes hacia lo que constituirá, al fin, nuestra ocupación perenne" (Casiodoro; Felix Arocena).

Jesús, lejos de contar en los poderes mundanos, deliberadamente se pone de lado de los pobres, desde el pesebre hasta la cruz, apoyándose únicamente en su Padre. Muchos milagros de Jesús fueron el cumplimiento de esta palabra: la multiplicación de los panes para los hambrientos, la devolución de la vista a los ciegos, la liberación de los prisioneros del pecado... A la sala del festín mesiánico, los pobres, los lisiados, los encorvados, los ciegos, son los primeros invitados. Igual que el salmo, Jesús pronunció también "bienaventuranzas": "bienaventurado aquel cuyo auxilio es Dios... Bienaventurado el que escucha la palabra de Dios..." Y a estas Bienaventuranzas, corresponde una "maldición" igual que en el salmo: "deja extraviar a los malvados"... "Ay de vosotros los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo" (Lc 6,24). Jesús repitió a menudo, con este salmo, que la vida materialista conduce a la nada. Recordemos lo del rico que quería ampliar sus ¡graneros! "No confiéis en los poderosos, ellos vuelven a la tierra, y ese día sus proyectos se desploman". Es obvio que la liturgia relacione este salmo 145 con el Evangelio de Mc 12,38-44 por la alusión a la "viuda pobre" que Jesús exalta... Y por la alusión a los escribas, los poderosos de la época, "que devoran los bienes de la viudas", mientras Dios "¡sustenta a la viuda y al huérfano!"

"Alaba al Señor, alma mía... Aleluia... Quiero alabar al Señor toda mi vida". ¿Sabemos alabar? ¿Sabemos "dar gracias" por todas las maravillas del amor de Dios?

"No confiéis en los poderosos, incapaces de salvar..." Sí, como apoyarse en el hombre, "hijo del polvo", hijo de Adán sacado del barro. Por alto que esté, por grande e inteligente que sea, un día tiene que volver al polvo. No hay en esto ninguna exageración... ¡Ningún pesimismo! Es simple y evidente ¡verdad! Sólo Dios puede "salvarnos". "No hay salvación en ningún otro" (Hch 4,12). Señor, concédenos esta felicidad profunda. Haz que creamos que allí, y únicamente allí está la felicidad estable, que nada, absolutamente nada, puede lastimar ni empañar. "El hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay..." De tiempo en tiempo, hay que cerrar los ojos, y evocar este gran universo creado. Decid al menos, ¡que es fantástico y bello! En una hermosa noche sin nubes, mirad las estrellas, imaginad las galaxias. Pensad en la vida que bulle, en millares y millares de seres sobre la tierra y en el fondo del mar. "El, que guarda fidelidad eternamente..." Seguidamente, luego de evocar el poder creador, el salmista pasa sin previa advertencia, como la cosa más natural, a la "fidelidad amorosa y eterna" de Dios. Podría uno imaginar lejano, este gran Dios del universo. Esto hacen muchos filósofos. Pero escuchad: El se ocupa con predilección de los pequeños, de los maltrechos, de los despreciados, de los desgraciados. Para ellos reserva todas sus bendiciones: "hace justicia"..., "da...", "libera...", "abre...", "levanta...", "desata...", "protege...", "sostiene...". Sólo los orgullosos, los autosuficientes reciben una maldición: basta abandonarlos a su propia suerte, "dejar que se extravíen"... Van hacia el polvo, ya que rechazan el destino divino, eterno, que se les ofrece.

"Si Dios se interesa por los desgraciados... ¿Tú qué? ¿Qué haces?... Proteger, guardar, curar, levantar, sostener. Dios ha confiado al hombre sus propias tareas. Si el hombre es "este humilde polvo inconsistente, tiene la admirable dignidad de poder imitar a Dios. "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto", decía Jesús. He ahí, en las palabras de este salmo, todo el compromiso del cristiano por la promoción, por el desarrollo, por el "servicio", personal y colectivo de la sociedad. "El Señor reinará de generación en generación... ". ¡Venga tu reino, hágase tu voluntad sobre la tierra, en los grupos humanos a los que pertenezco! (Noel Quesson).

«No confiéis en los príncipes»… Aviso oportuno que adapto a mi vida y circunstancias: No dependas de los demás. No me refiero a la sana dependencia por la que el hombre ayuda al hombre, ya que todos nos necesitamos unos a otros en la común tarea del vivir. Me refiero a la dependencia interna, a la necesidad de la aprobación de los demás, a la influencia de la opinión pública, al peligro de convertirse en juguete de los gustos de quienes nos rodean, al recurso servil a «príncipes». Nada de príncipes en mi vida. Nada de depender del capricho de los demás. Mi vida es mía.

Sólo rindo juicio ante ti, Señor. Acato tu sentencia, pero no acepto la de ningún otro. No concedo a ningún hombre el derecho a juzgarme. Sólo yo me juzgo a mí mismo al reflejar en la honestidad de mi conciencia el veredicto de tu tribunal supremo. No soy mejor porque me alaben los hombres, ni peor porque me critiquen. Me niego a entristecerme cuando oigo a otros hablar mal de mí, y me niego a regocijarme cuando les oigo colmarme de alabanzas. Sé lo que valgo y lo que dejo de valer. No rindo mi conciencia ante juez humano.

En eso está mi libertad, mi derecho a ser yo mismo, mi felicidad como persona. Mi vida está en mi conciencia, y mi conciencia está en tus manos. Tú solo eres mi Rey, Señor. «Dichoso aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios» (Carlos G. Vallés).

"El salmo 145, que acabamos de escuchar, es un "aleluya", el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana:  alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara:  "El Señor reina eternamente" (v. 10). De ello se sigue una verdad consoladora:  no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).

Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices. (…) Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40):  esto es lo que dirá entonces el Señor.

Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana. El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice:  "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía:  "Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo" (Juan Pablo II).

3. Santiago 2,1-5. El pasaje anterior de la carta de Santiago (Sant 1, 27) terminaba con una invitación a practicar la religión pura y sin mancha que socorre a las viudas y a los huérfanos. Pero el autor quiere pulsar el eco de esa actitud en las asambleas litúrgicas en cuanto tales. Ya los profetas habían condenado un culto que no terminaba en una vida social equilibrada (Am 2,6-7; Is 1,23; Ez 22,7): el Dios a quien celebra el pueblo ama a los pobres con un amor de predilección (Os 14,4; Jer 5,28; 7,6); se requiere que el culto dé paso a esa predilección. Ahora bien: las asambleas cristianas dedican un lugar privilegiado a los ricos y ultrajan la dignidad de los pobres (vv 1.5). Santiago condenará vivamente esa actitud que no respeta el espíritu de pobreza de la comunidad primitiva de Jerusalén (Act 2,44; 4,36-5,11). Su  idea esencial es el nexo entre el culto verdadero y la actitud social de los participantes. Desde que el culto se ha espiritualizado, el nexo entre rito y vida es más estrecho que nunca y se introduce en el interior mismo de la liturgia. Volverá sobre este mismo tema más adelante (St 2,14-16): dirigir a los hermanos pobres el saludo litúrgico "id en paz" sin hacer nada para que esa paz sea real y concreta es ir contra las exigencias mismas del culto cristiano. Después de la cruz, en efecto, el contenido del sacrificio es la misericordia y el amor, y la bondad vale más que la ofrenda ritual (cf Mt 15,1-10; 23,1-36). La liturgia de nuestras asambleas no ritualiza realmente el sacrificio del Señor sino en la medida en que está al servicio de los demás (Maertens-Frisque).

La carta se dirige a la comunidad que ya ha desviado el mensaje de Jesús. El autor les avisa la contradicción en que viven: mientras Dios ha puesto como condición del reino el rechazo a las riquezas y al poder (cf Mt 6,19-24; Lc 22,24-30), para enriquecer a los que eligen la pobreza (cf Mt 5,3), la comunidad por su parte sigue contando con las riquezas como un valor. Pero la mayor contradicción está en pretender compaginar la fe en Jesús con la discriminación de clases: la comunidad prefiere a los ricos y menosprecia a los pobres. Queriendo conciliar Dios y las riquezas, continúa manteniendo las injusticias del mundo, con las que ha debido romper (cf 1,27); vive en el engaño (cf 1,22s). Prefiere a los ricos, olvida que la riqueza de la comunidad viene de Dios, que se ha hecho cargo de sus pobres (cf Mc 10,17-27): vive como si Dios no fuera su único Señor, y como si el mensaje fuera ineficaz por sí mismo. La afrenta a los pobres es afrenta a Dios y a su mensaje ("Eucaristía 1988").

Se establece aquí un principio general: la fe en Jesucristo, el único Señor de todos los creyentes, no se compagina con la acepción de personas. Por lo tanto, no debemos estimar a los hombres por lo que aparentan o lo que tienen, sino por lo que son delante de Dios. Y para que nadie se haga el sordo, aclara su pensamiento, con un ejemplo que bien pudo ocurrir entonces y que, desde luego, ocurre hoy, por desgracia, en nuestra iglesias. La acepción de las personas que se practica, no ya en el templo, sino en general en la vida de la iglesia, es un escándalo y un desconocimiento de Cristo, el Señor, que se ha identificado con los más pobres. Los criterios del mundo son muy distintos de los criterios cristianos. La máxima del mundo es ésta: "Tanto tienes, tanto vales". Pero Jesús llamó bienaventurados a los pobres. Si halagamos a los ricos y despreciamos a los pobres, nos apartamos en la práctica de la verdadera religión (cf 1,27) y no somos ya discípulos consecuentes de Jesús. Si Dios ha elegido a los pobres del mundo y los ha hecho herederos del reino ellos son los verdaderos ricos en la fe. Por lo tanto, no somos nosotros los que honramos a los pobres cuando los sentamos en un lugar preferente, sino que son ellos los que honran con su presencia nuestras asambleas litúrgicas. Los que aman a los pobres, aman a quien los ha elegido. Aman a Dios, y pueden esperar también las promesas del reino y sentarse con los pobres en el banquete del reino; pero tengamos cuidado en no confundir los "honores litúrgicos" (por ejemplo, el lavatorio de los pies a doce ancianos de un asilo el día de Jueves Santo) con el auténtico amor a los pobres. El trato que reciban los pobres en nuestras asambleas litúrgicas no puede ser otra cosa que el compromiso real de estar con ellos y luchar con ellos en otras asambleas en las que se ventila también el pan de la justicia; pues el rechazo de la acepción de personas dentro de la iglesia nos obliga a defender la igualdad en todo el ámbito de la vida humana ("Eucaristía 1982").

La carta de Santiago quiere un cristianismo de hecho. Tanto el comportamiento concreto de cada cristiano como las determinadas situaciones en el interior de la comunidad deben conformarse a las exigencias del mensaje. La fe no puede andar a su aire, debe legitimarse con una vida coherente. El domingo anterior recordaba la coherencia entre la palabra y la vida. Hoy desde un caso concreto advierte de los peligros que la amenazan. Desde él no se quiere describir la situación de la comunidad. Se trata de un estilo polémico y en la polémica se toma un caso límite para expresar con claridad lo que se quiere decir. Hay oposición entre el comportamiento de Dios y el del mundo. El estilo de los cristianos es inclinarse hacia el pobre, el débil, mientras el mundo se inclina hacia el prestigio social y el dinero. El cristiano no puede mezclar la fe y el favoritismo personal. Mientras se siga la lógica del mundo los débiles serán marginados, pero Dios está con ellos y las promesas que les han hecho empiezan a cumplirse en Cristo. La palabra de Dios debe orientar a la comunidad hacia opciones sociales que sean coherentes para hacer creíble el anuncio de la buena nueva. La situación descrita no puede existir donde se proclame la predilección de Dios por los pobres. La acepción de personas anula la credibilidad del anuncio en el que "ya no cuenta ser judío o gentil, esclavo o libre": Ga 3,28. El servilismo ante los poderosos demuestra la propia incoherencia. Para una aplicación concreta a las situaciones actuales hay que recordar que los ricos equivalen a los "influyentes". Ante Dios no podemos presentar méritos. El reino de Dios no se compra. Hemos sido llamados (Pere Franquesa).

Los pobres, herederos del Reino (Sant 2, 1-5): Pienso que sería difícil disimularlo: si Santiago empieza el capítulo segundo de su carta de esta forma, no es por moverse en lo abstracto, sino para responder a situaciones actuales en su comunidad. En su comunidad judeo-cristiana ha experimentado el hecho de la acepción más o menos consciente de personas, junto con la vaga sospecha de una falta al ideal cristiano. Se ha llegado, ciertamente, a mezclar la consideración de las personas con la fe en Jesucristo. Y ello ha debido de ocurrir incluso en la celebración litúrgica; el "por ejemplo" es diplomático y artificial. Se han dado, por lo tanto, juicios basados en falsos valores. Dios ha elegido a los que son pobres a los ojos del mundo, escribe Santiago, tal como Pablo lo hacia en la 1ª carta a los Corintios: "Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte" (1 Co 1,27). Todo el Antiguo Testamento habla constantemente del tema de la pobreza, y los profetas no dejan de vituperar el desprecio del pobre. La misma preocupación se encuentra ahora en el evangelio, donde el "¡ay de vosotros, los ricos!" y el "bienaventurados los pobres" resuenan como una solemne y ardiente oposición de todo el evangelio. No obstante, ser pobre o rico no constituye un criterio de juicio; el único criterio es el amor. Los que hayan amado al Señor serán herederos del Reino prometido, porque a todos los ha hecho ricos en la fe. La verdadera riqueza es la fe, y la condición de entrada en el Reino es el amor. A todos se nos interroga sobre los criterios de nuestros juicios de valor con respecto a las personas con las que tenemos que tratar (Adrien Nocent).

La fe en el Señor Jesucristo es incompatible con la acepción de personas. Y no sólo porque las apariencias engañan, sino por un principio de sabiduría cristiana, consciente de la imprudencia que encierra cualquier juicio -aunque sea laudatorio- de una persona. Para el creyente, el hombre no es ni más ni menos que eso: un hombre. Y todo hombre, cualquiera que sea, es lo que es a los ojos de Dios y no lo que puede parecernos a nosotros. La caridad cristiana, por su propia naturaleza, exige ir más allá de las diferencias aparentes, reconociendo que todo hombre es persona y, por tanto, un misterio inaccesible. De esta forma el creyente obedece al realismo de la inteligencia, al que lleva la enseñanza de la fe. Las preferencias naturales pueden redundar en detrimento de la caridad. El «amarás al prójimo como a ti mismo» sólo puede hacerse realidad en la decisión de amar al otro, sea como sea y por encima de cualquier antipatía particular. Así, distinguir entre ricos y pobres -aunque siempre haya habido ricos y pobres y no hayan recibido el mismo trato en la comunidad de creyentes- es algo que no se puede compaginar con la fe. De hecho, la palabra que habla de Dios proclama también su predilección por los pobres, a los que enriquece y hace herederos de su reino. La alusión del texto de hoy a la tiranía de los ricos y a sus blasfemias podría referirse a una situación circunstancial, particularmente escandalosa, del pasado. Pero el razonamiento de Santiago no se apoya en hechos semejantes, sino en la comprensión del hombre y de la vida a que le lleva la palabra de «la ley regia», que es totalmente nueva para quien se deja llevar por las apariencias. Quien ha escuchado esta palabra es libre para hacer caso o no. La misericordia, que protege en el juicio, es un sentimiento operativo de la inteligencia. «Porque el juicio será sin misericordia para quien no tuvo misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio» (v 13: M. Gallart).

S. Agustín comenta: "Vosotros, quienes en este mundo sois ricos, haced lo que aconseja el Apóstol: Sean ricos, dijo, en obras buenas; den con facilidad (1 Tim 6,17). ¿por qué han de hacerlo con dificultad, cuando hay de dónde dar fácilmente? Opino que a las riquezas se las llamó también facultades, como queriendo decir facilidades, pues también a la pobreza suele llamarse dificultad. Luego den con facilidad, repartan con los demás. Tengan ellos, sí, pero den al necesitado; ayuden al compañero y aligeren su peso a la vez. ¡Rico!, en esta vida el pobre se ha convertido en tu compañero de viaje. Ves que él se fatiga porque no tiene, y tú te fatigas porque tienes. Él, al no poseer, no tiene dónde apoyarse tú, poseyendo demasiado, tienes algo que te oprime. Ayuda a la pobreza y disminuye tu carga, por esto. se dijo: Repartan con los demás.

El mismo Apóstol dice en otro lugar: No se trata de que para otros haya alivio y para vosotros estrechez (2 Cor 8,13). Por lo tanto, repartan. Tengan; pero lo que tienen de más, repártanlo. Así tienen lo necesario y no pierden lo que hayan dado. Serán más dueños de esto que de aquello con que se quedaron, pues, o bien lo han de dejar aquí, o bien lo han de consumir en sus necesidades. ¿Qué se hará de lo que hayan dado? Óyelo también. Sigue así: Atesoren para sí una buena base para el futuro, a fin de conseguir la verdadera vida (1 Tim 6,19). ¿Qué diste de grande, si has dispuesto emigrar de este lugar donde todo perece? Con lo que diste a los pobres los convertiste en tus portaequipajes. Si sois tales no floreceréis como el heno en la travesía de este mundo, sino como el olivo, que está verde aun en el invierno, y se dirá por vuestra boca: Yo soy como el olivo fructífero en la casa de Dios (Sal 51,10). Pero como olivo fructífero en la casa de Dios, mira lo que sigue: He esperado en la misericordia de Dios, no en la inseguridad de las riquezas (1 Tim 6,17)".

4. Marcos 7,31-37. Marcos presenta el relato de la curación del sordomudo ("mogilalos") de una manera bastante original. Establece, por ejemplo, un paralelo estrecho entre el episodio del sordomudo y el del ciego (Mc 8, 22-26), ya subrayado por estar ambos recogidos en el conjunto llamado la "sección de los panes" (Mc 6, 30-8, 26). En ambos casos encontramos sucesivamente un mismo "apartamiento" del enfermo (7,33; 8,23), una misma insalivación (7,33; 8,23), la misma insistencia de Cristo en recomendar silencio al beneficiario del milagro (7,36; 8,26), una misma imposición de las manos (7,32; 8,22,23), una misma reacción de los amigos que "llevan" al enfermo (7,32; 8,22). De ambos relatos se desprende, pues, una misma lección: no oír y no ver son signos de castigo (Mc 4,10-12; 8,22): la curación de la vista y la del oído son signos de salvación. Pero la salvación otorgada por Dios supone una ruptura respecto al mundo: si Cristo "lleva" al mudo y al ciego "fuera" para que vean y oigan, es porque la multitud, en cuanto tal, es incapaz de ver y de oir.

El relato de la curación del mudo se nos ofrece, en primer lugar, como una réplica de Is 35,2-6. El profeta anunciaba al pueblo, exiliado en Babilonia, un destino en el que no se atrevía a soñar: sería investido con la "gloria del Líbano" y los mudos mismos gritarían de alegría. Ahora bien: Jesús se encuentra en las fronteras del Líbano en un país pagano, y allí realiza un milagro en beneficio de un mudo cuya palabra no podrá ya contenerse. El pueblo va a volver del destierro, enriquecido con la fama de los países paganos y con una alegría incomparable. El milagro anuncia así la era inminente de la salvación. Esta salvación será también un juicio; los sordos oirán (cf Is 29,18-23), pero otros se volverán sordos a la Palabra.

Es casi seguro que Marcos ha incorporado este milagro dentro de un ritual de iniciación al bautismo ya existente. La actitud de Cristo levantando la vista al cielo antes de curar al mudo (v 34) no aparece más que en el relato de la multiplicación de los panes (Mc 6,41). ¿No es esto un indicio del carácter litúrgico de este episodio? Este pasaje parece ser, efectivamente, un eco del primer ritual de iniciación cristiana. Los más antiguos rituales bautismales preveían ya un rito para los sentidos (ojos, en Act 9, 18; nariz y oídos, en la Tradición de Hipólito, núm. 20, etc). Si se tiene en cuenta que, para la mentalidad judía, la saliva es una especie de soplo solidificado, podría significar el don del Espíritu característico de una nueva creación (Gén 2,7; 7,22; Sab 15,15-16). Marcos conserva, sin duda, la palabra aramea pronunciada por Cristo, Ephpheta (v. 34), porque así la había conservado la tradición. Los elementos de este ritual de iniciación podrían ser, pues, un exorcismo (Mc 7,29, inmediatamente antes de este evangelio), un padrinazgo de "quienes les llevan", un rito de imposición de las manos (v 32), un "apartamiento" (v 33, sin ser el arcano, más tardío, refleja ya la toma de conciencia de la originalidad de la fe), un rito sobre los sentidos (v 34), tres días de ayuno preparatorio (Mc 8,3; Act 9,9), y después la participación en la Eucaristía. Así cuenta S. Ambosio: "el sacerdote, por tanto, te toca los oídos para que se te abran a la explicación y sermón del sacerdote (…) Abrid, pues los oídos y recibid el bueno olor de la vida eterna inhalado en vosotros por medio de los sacramentos. Esto os explicamos en la celebración de la ceremonia de "apertura" cuando hemos dicho: "Effeta", esto es, ábrete".

Para terminar, Marcos vuelve a la tradición sinóptica (vv 36-37) cuando hace mención de las alabanzas de la multitud que reconoce en este milagro la llegada de la era mesiánica (Mt 15,30-31), puesto que da cumplimiento a las profecías de Is 61,1-2, ya interpretadas por Cristo en este sentido (Mt 11,5).

Volveremos aquí, a propósito del aspecto particular de las curaciones de mudos en la Biblia, al tema de la fe, que es el punto principal de esta perícopa. La mayoría de los relatos que tratan de la vocación de profetas, es decir, de personajes que han de ser portadores de la Palabra de Dios, refieren al mismo tiempo curaciones de mudos o tartamudos (Ex 4,10-17; Is 6; Jer 1). Se trata de un procedimiento literario cuya finalidad es dar a entender que el profeta es incapaz, apoyado tan solo en sus facultades naturales, de comenzar siquiera a hablar, sino que recibe de Otro una palabra que hay que transmitir. Por eso, la curación de un mudo, que proclama la Palabra, es considerada como un signo evidente de lo que es la fe: una virtud infusa que no depende de las cualidades humanas.

Hay otro elemento que interviene con frecuencia en las curaciones de mudos. En periodos de castigo divino, los profetas permanecían mudos: no se proclamaba la Palabra de Dios porque el pueblo se tapaba los oídos para no oírla (1 Sam 3,1; Is 28,7-13: Lam 2,9-10: Ez 3,22-27; Am 8,11-12; Gén 11,1-9). El mutismo está pues, ligado a la falta de fe: el mudo es muchas veces sordo con anterioridad. Pero si los profetas hablan, y hablan abundantemente, es señal de que han llegado los tiempos mesiánicos y de que Dios está presente y la fe ampliamente extendida (cf Lc 1,65; 2,27-29).

Hay un texto profético muy significativo a este respecto: Jl 3,1-2, que se verá precisamente cumplido con el milagro de Pentecostés (Act 2,1-3). El crecido número de curaciones de sordos y mudos operadas por Cristo es signo de la inauguración de la era mesiánica (Lc 1,64-67; 11,14-28; Mt 9,32-34; 12,22-24; Mc 7,31-37; 9,16-28).

Al final de los Evangelios se presenta también en forma de una vocación profética el envío de los apóstoles a predicar, puesto que se les otorga una lengua nueva (Mt 10,19-20; Rom 10,14-18), como si también ellos tuvieran que salir del mutismo. Este evangelio quiere darnos, pues, a entender que debemos tomar conciencia de que la fe es un bien mesiánico. Mas, al relatar esta curación, Marcos quiere hacer suyo el tema del Antiguo Testamento que relaciona mutismo y falta de fe. El evangelista subraya repetidas veces que la multitud tiene oídos y no oye, y tiene ojos y no ve (Mc 4,10-12, repetido en 8,18). Por otra parte, toda la "sección de los panes" (Mc 6,30-8,26) es la sección de la no inteligencia (Mc 6,52; 7,7, 18; 8,17,21).

Ahora bien: para curar al sordomudo, Cristo le lleva fuera de la multitud (Mc 7, 33), como para subrayar que el mutismo es característica de la multitud y que es necesario apartarse de su manera de juzgar las cosas para abrirse a la fe.

La característica de los últimos tiempos es la de situarnos en un clima de relaciones filiales con Dios, capacitarnos para oír su palabra, corresponderle y hablar de El a los demás. El cristiano que vive estos últimos tiempos se convierte así, en cierto modo, en profeta, especialista de la Palabra, familiar de Dios. Para ello debe poder escuchar esa Palabra y proclamarla: para hacerlo necesita los oídos y los labios de la fe (Maertens-Frisque).

El cuadro constituye una imagen adecuada del programa de Jesús: todo el hombre queda sanado. Las dolencias que deforman la creación de Dios quedan eliminadas y vuelve a brillar el esplendor original. Es un signo de la creación nueva que Dios realizará algún día. En la mañana de la creación todo lo hizo bien (Gn 1), en el día de la consumación todo lo hará nuevo (Ap 21,5). Sólo que Marcos tiene serias dudas de que los oyentes de Jesús estemos dispuestos a secundar este programa de transformación ("Eucaristía 1988").

El episodio de hoy carece de localización concreta y todo él se desarrolla de acuerdo a unas coordenadas muy típicas de Marcos: traída anónima del enfermo, curación evitando la presencia de la gente, encargo de no divulgar el hecho, incumplimiento del encargo a causa del asombro. Relato paradójico entre una primera parte de facilitación del habla y una segunda de prohibición del habla. El resultado es el habla asombrada, mezcla del todo era bueno del Génesis 1, 31 y de las imágenes esperanzandoras de Isaías 35,5-6 (primera lectura de hoy). La historia exegética del texto demuestra que nos hallamos ante un texto simbólico: el sordomudo al que se abren los oídos y la boca representa al hombre que recibe la fe. Beda el Venerable, autor en el siglo VIII del primer comentario conocido de Marcos, opera con la siguiente simbología, de gran influjo posterior: sordo es el que no oye la Palabra de Dios; mudo, el que no divulga la fe (Alberto Benito).

Jesús marcha con sus discípulos hacia el norte, hacia la ciudad de Sión, para descender después, por la parte oriental, al valle del Jordán y llegar hasta la Decápolis, junto al lago de Galilea.

Evita intencionadamente pisar tierra de Israel, y da un gran rodeo, huye de las multitudes y busca la ocasión de estar a solas con sus discípulos. Este alejamiento de Jesús de Galilea y, esta huida de las multitudes señalan un cambio en su actividad, que se va a concentrar en adelante en el pequeño grupo de sus seguidores. Sin embargo, al llegar a la Decápolis, en donde ya era conocido después de la curación del poseso de Gerasa (cfr 5, 20), los nativos notan su presencia y acuden a él para pedirle otro milagro. La curación de un sordomudo.

La imposición de manos, conocida ya en el Génesis (48, 14-19) como rito de bendición, es utilizada frecuentemente por Jesús en sus curaciones (6, 5; 8, 23 y 25). Este gesto significaba también la comunicación del Espíritu de Dios, y como tal ha pasado a la liturgia de la iglesia. Recordemos que el Espíritu, que descendió abundantemente sobre Jesús en el Jordán, es la fuerza vivificante y el "dedo de Dios" con el que Jesús realiza todos los milagros.

Jesús no quiere despertar un entusiasmo ciego y fomentar el sensacionalismo en las multitudes. Jesús retira al enfermo de la multitud curiosa. Aunque generalmente Jesús cura a los enfermos imponiendo las manos y pronunciando su palabra eficaz, aquí realiza también una serie de gestos simbólicos que dan a todo el proceso una solemnidad especial. Por otra parte, son señales necesarias para comunicarse con el sordomudo. La liturgia bautismal ha recogido estos gestos de Jesús, con lo que reconoce que todo hombre debe ser abierto por Dios para que pueda escuchar el evangelio.

Elevar los ojos al cielo es la expresión de una oración en silencio, de una súplica y con frecuencia también de acción de gracias.

Marcos ha conservado en su original arameo la palabra de Jesús al sordomudo "effetá". También esta palabra ha pasado a la liturgia bautismal. Tanto Jesús como la iglesia dirigen esta palabra al hombre, para que se abra a la comunicación y se disponga a recibir el evangelio. Ni el milagro de Jesús ni el rito bautismal son acciones mágicas que actúen en virtud de unos gestos determinados y gracias al poder de una fórmula. Los gestos y las palabras tienen en ambos casos un significado y son, por tanto, apelación de quien ve y escucha. El milagro de Jesús se hace entender primero con gestos visibles por el sordomudo y así lo dispone para la fe, después pronuncia la palabra eficaz. Pero la eficaz de esta palabra no depende de ser precisamente tal, sino que sea la palabra de Jesús escuchada por el sordomudo.

Hay una relación entre la sordera y la mudez. No se puede hablar si no se puede escuchar. Y esto vale también respecto a la audición y confesión del evangelio. Sólo el que cree, el que escucha, puede después proclamar y confesar auténticamente el evangelio. Como dice Pablo: "porque creemos, por eso hablamos".

Aunque Jesús ha realizado el milagro apartándose del pueblo, pronto se conoce lo sucedido y todos se hacen lenguas de lo que ha ocurrido. Este milagro es una de las señales anunciadas por Isaías para los tiempos mesiánicos (cfr. primera lectura de hoy). Es posible que Jesús imponga silencio a estas gentes precisamente por eso, temiendo que la falsa concepción mesiánica que poseían comprometiera su actuación ante los poderes públicos ("Eucaristía 1982").

S. Agustín comenta sobre el "effeta": Si hay un buen cantor hay un buen instrumento. "Una vida sólo la hace buena un buen amor. Elimínese el oro de los asuntos humanos; mejor, haya oro a fin de que sirva de prueba para los asuntos humanos. Córtese la lengua humana, porque hay quienes blasfeman contra Dios. ¿Cómo habrá entonces quienes le alaben? ¿Qué te hizo la lengua? Si hay un buen cantor hay un buen instrumento. Tenga la lengua un alma buena: hablará el bien, pondrá de acuerdo a quienes no lo están, consolará a los que lloran, corregirá a los derrochadores y pondrá un freno a los iracundos; Dios será alabado, Cristo será recomendado, el alma se inflará de amor, pero divino, no humano; espiritual, no carnal. Todos estos bienes son producto de la lengua. ¿Por qué? Porque es buena el alma de que se sirve la lengua. Tenga la lengua un hombre malo: aparecerán los blasfemos, litigantes, calumniadores y delatores. Males todos que proceden de la lengua, porque es malo quien la utiliza".

El milagro del sordomudo, propio de Marcos, ocupa un lugar significativo en el leccionario B. Después de la crisis galilea explicada por Juan, y del desafío de Jesús al corazón del hombre -¡las crisis siempre están en el corazón del hombre!-, hallamos esta intencionada narración de las maravillas de Jesús precisamente entre los paganos. Según esta hipótesis, la interpretación de esta perícopa sería la siguiente: Jesús, acogido triunfalmente por unos, rechazado por los demás, revelador de su condición de Hijo de Dios y a la vez vecino de Nazaret, en el momento en el que se inicia una retirada masiva de las multitudes, anuncia con este milagro, en tierra de paganos, la Iglesia que debe ser el fruto de su misericordia. De hecho la narración se sitúa intencionadamente en tierra pagana, a continuación de la narración sinóptica de la Cananea.

Se ha hecho notar, también, que en la serie de gestos de Jesús se adivina un cierto ritual catecumenal: "apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo -invocación y comunión con el Padre- suspiró -profunda emoción- y le dijo: Effetá".

No es impensable, en efecto, que tengamos aquí el testimonio de algún primitivo ritual, imitador de los gestos de la creación para anunciar la nueva creación. En la conclusión, en verdad, resuena la primera página del Génesis: "Dios vio que todo era bueno...", Jesús "todo lo ha hecho bien..." El texto de Isaías (1. lectura) ofrece también esta clave interpretativa, al presentar la obra de Dios como una gran restauración de los días del paraíso. Todo eso refuerza la interpretación inicial: tenemos en esta perícopa una invitación a la aclamación triunfal de Jesús, antes de entrar -con la confesión de fe de Pedro y el anuncio del misterio pascual- en el momento de tránsito hacia la pasión del Señor, donde se revelará finalmente el auténtico mesianismo de Jesús.

La vocación del cristiano es la de estar abierto a la Palabra -escucharla y cumplirla- y a la confesión de fe. El rito del Effetá es, todavía hoy en el ritual del bautismo, un gesto que nos recuerda esta vocación fundamental. El ministro la hace actualmente al final del bautismo de los párvulos, indicando todo el proceso catequético que se espera para aquel nuevo bautizado.

"Nadie sabe el propio nombre si no es llamado por alguien". Por eso es necesario que los niños bautizados sean llamados como cristianos. La catequesis de los niños, la atención a su desarrollo religioso, la enseñanza sistemática de la fe cristiana en las escuelas, toda la actividad evangelizadora y catequética de la Iglesia, son la continuación del gesto de Jesús. La Iglesia es responsable de hacer esto.

La Comisión Interdiocesana de Liturgia de la Tarraconense, en un reciente documento sobre el bautismo de los niños ha llamado la atención sobre esta responsabilidad: si pedimos garantías a los padres de que estos niños podrán ser educados cristianamente, también la comunidad cristiana se tiene que preguntar sobre las garantías que ofrece a los padres de que, efectivamente, encontrarán educación cristiana para sus hijos. Puede ser una buena reflexión en el contexto del próximo comienzo de curso.

Jesús "todo lo ha hecho bien". La Iglesia, nosotros que actualizamos en el tiempo y el espacio la misión de Jesús, no lo hacemos todo bien. Pero hay que procurar avanzar en fidelidad al Señor (Pere Tena). Con esperanza: sueña un futuro mejor, y lo tendrás, porque serás tú mejor.

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