domingo, 15 de noviembre de 2009

12 de octubre. Nuestra Señora del Pilar. María, por la que nos llegan las gracias del cielo, es pilar seguro que nos protege de todo mal, guía materna que nos lleva hacia el cielo

 

 

Primer libro de las Crónicas 15, 3-4.15-16; 16,1-2. En aquellos días, David congregó en Jerusalén a todos los israelitas, para trasladar el arca del Señor al lugar que le habla preparado. Luego reunió a los hijos de Aarón y a los levitas. Luego los levitas se echaron los varales a los hombros y levantaron en peso el arca de Dios, tal como habla mandado Moisés por orden del Señor. David mandó a los jefes de los levitas organizar a los cantores de sus familias, para que entonasen cantos festivos acompañados de instrumentos, arpas, cítaras y platillos. Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le habla preparado. Ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión a Dios y, cuando David terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en nombre del Señor.

 

Salmo 26,1.3.4.5. R. El Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo.

Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.

El me protegerá en su tienda el día del peligro; me esconderá en lo escondido de su morada, me alzará sobre la roca.

 

(Hechos de los Apóstoles, 1,12-14)

"Después de subir Jesús al cielo, los apóstoles se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos... Llegados a casa, subieron a la sala donde se alojaban: Pedro, Juan, Santiago, Andrés... Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, con sus hermanos"

 

Evangelio según san Lucas 11,27-28. En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: -«Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.» Pero él repuso: -«Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.»

 

Comentario: La advocación de la "Virgen del Pilar", de tan profunda raigambre hispánica, se funda en una antigua leyenda: el apóstol Santiago el Mayor, gran evangelizador de España, en una de sus andanzas se apoyó, extenuado, sobre una columna, y sintió que la Madre de Jesús lo animaba a completar la misión recibida de su Hijo. En el lugar se construyó más tarde una capilla, y después la gran Basílica del Pilar de Zaragoza. A esta advocación se encomendaban los soldados españoles que combatían por expulsar a los moros, y se dice que Cristóbal Colón encomendó a la Virgen del Pilar su trascendental aventura marítima. El papa Clemente XII fijó para el emblemático 12 de octubre la festividad de la Virgen del Pilar. Esta celebración nos exhorta a continuar la labor misionera de Santiago, que propuso el. Evangelio desde el diálogo y la organización de las comunidades cristianas, y no mediante la espada y el aniquilamiento de las culturas autóctonas. La liturgia dedica a María de Nazaret un bello himno con motivo de esta invocación: "Esa columna, sobre la que posa, leve, sus plantas tu pequeña imagen, sube hasta el cielo: puente, escala, guía de peregrinos. Cantan tus glorias las generaciones, todos te llaman bienaventurada; la roca firme, junto al Ebro enhiesta, gastan a besos. Abre tus brazos virginales, madre, vuelve tus ojos misericordiosos, tiende tu manto, que nos acogemos bajo tu amparo" (jesusjorgetorres@yahoo.es).       

Hace unos días celebramos Nuestra Señora del Rosario y hoy la Virgen del Pilar. El pilar de nuestra fe, la roca angular, es Cristo Jesús, a pesar de esa canción mariana que habla de la Virgen como la mujer que "es el pilar de nuestra historia, la roca de la fe". Pero María, con el Espíritu, representa el principio de cohesión de la Iglesia.

1. Luz hermosa, claro día. Amor constante de los españoles y de hispanoamérica. La primera lectura de la fiesta del Pilar, 1 Crónicas 15, recuerda a la Virgen simbolizada por el arca de la alianza, presencia de Dios en medio de su pueblo, a través de María, lo cual es gozo para la Iglesia. La Antífona de entrada: piensa en la Virgen como "la columna que guiaba y sostenía día y noche al pueblo en el desierto", y diremos en el aleluya: "afianzó mis pies sobre la roca y me puso en la boca un cántico nuevo". Domina pues en la liturgia la idea de la presencia de María en la Iglesia y de la firmeza que su intercesión y su devoción procura al pueblo de Dios.

Según una piadosa y antigua tradición, ya desde los albores de su conversión, los primitivos cristianos levantaron una ermita en honor de la Virgen María a las orillas del Ebro, en la ciudad de Zaragoza. La primitiva y pequeña capilla, con el correr de los siglos, se ha convertido hoy en una basílica grandiosa que acoge, como centro vivo de peregrinaciones, a innumerables fieles que, desde todas las partes del mundo, vienen a rezar a la Virgen y a venerar su Pilar.

Muy por encima de milagros espectaculares –que los hay, especialmente la curación de la pierna de aquel que la Virgen se la devolvió-, de manifestaciones clamorosas y de organizaciones masivas, la Virgen del Pilar es invocada como refugio de pecadores, consoladora de los afligidos, madre de España. Su quehacer es, sobre todo, espiritual. Y su basílica, en Zaragoza, es un lugar privilegiado de oración, donde sopla con fuerza el Espíritu.

La devoción al Pilar tiene una gran repercusión en Hispanoamérica, cuyas naciones celebran la fiesta del descubrimiento de su continente el día doce de octubre. Como prueba de su devoción a la Virgen, los numerosos mantos que cubren la sagrada imagen y las banderas que hacen guardia de honor a la Señora ante su santa capilla, testimonian la vinculación fraterna que Hispanoamérica tiene por el Pilar, con la patria española. Abierta la basílica durante todo el día, jamás faltan fieles que llegan al Pilar en busca de reconciliación, gracia y diálogo con Dios (LH).

La tradición, tal como ha surgido de unos documentos del siglo XIII que se conservan en la catedral de Zaragoza, se remonta a la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles predicaban el Evangelio. Se dice que el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, vino a evangelizar a España. Los documentos dicen que Santiago, "pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, Celtiberia, la la Cesaraugusta romana, hoy Zaragoza, en la ribera del Ebro. Allí predicó Santiago y, entre los muchos convertidos eligió a ocho hombres".

En la noche del 2 de enero del año 40, estando Santiago con sus discípulos junto al río Ebro, "oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol". La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, pidió al Apóstol que le construyese allí una iglesia, en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que "permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio".

Desapareció la Virgen y quedó allí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron a edificar una ermita en aquel sitio. Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresar a Judea. Fue la primera iglesia dedicada a la Virgen Santísima. Muchos historiadores e investigadores defienden esta tradición basados en una serie de monumentos y testimonios que demuestran la existencia de una iglesia dedicada a la Virgen de Zaragoza. El más antiguo de estos testimonios es el sarcófago de Santa Engracia, que se conserva en Zaragoza desde el siglo IV, que representa, en un bajorrelieve, el descenso de la Virgen aparececiéndose al Apóstol Santiago.

Asimismo, hacia el año 835, Almoino, monje de San Germáin de París, redactó unos escritos en los que habla de la Iglesia de la Virgen María de Zaragoza, "donde había servido en el siglo III el gran mártir San Vicente", cuyos restos fueron depositados por el obispo de Zaragoza, en la iglesia de la Virgen María. También está atestiguado que antes de la ocupación musulmana de Zaragoza, en 714, había allí un templo dedicado a la Virgen. La devoción del pueblo a la Virgen del Pilar está tan arraigada entre los españoles y desde épocas tan remotas, que el Papa permitió el Oficio del Pilar en el que se consigna la aparición de la Virgen del Pilar como "una antigua y piadosa creencia". El Papa Clemente XII señaló la fecha del 12 de octubre para la festividad de la Virgen del Pilar, pero ya desde siglos antes, en todas las iglesias de España y entre los pueblos hispanos, se celebraba la venida de la Madre de Dios en carne mortal.

Fue una venida extraordinaria de la Virgen, cuando todavía vivía en Palestina: "Con ninguna nación hizo cosa semejante", canta con razón la liturgia del 2 de enero, fiesta de la Venida de la Virgen. Ahí nace la vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea de Santiago de Compostela. Por ello, Zaragoza y Compostela, el Pilar y Santiago, han constituido dos ejes fundamentales, en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad de España.

El pilar o columna: la idea de la solidez del edificio-iglesia con la de la firmeza de la columna-confianza en la protección de María. La columna es símbolo y la "manifestación de la potencia de Dios en el hombre y la potencia del hombre con el poder de Dios". Es soporte de los sagrado y de la vida cotidiana. María, la puerta del cielo, la escala de Jacob, ha sido la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo se han unido en Jesucristo. Las columnas garantizan la solidez del edificio, sea arquitectónico o social. Quebrantarlas es amenazar el edificio entero. La columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes niveles. María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios.

Como en Ex 13, 21-22, una columna de fuego por la noche acompañaba al pueblo de Israel peregrino en el desierto, dirigiendo su itinerario. El pueblo ve en la Virgen del Pilar simbolizada "la presencia de Dios, una presencia activa que, guía al pueblo de elegido a través de las emboscadas de la ruta".

El Papa Juan Pablo II en 1984, al hacer escala en su viaje a Santo Domingo para iniciar la conmemoración del descubrimiento de América, reconoció a la Virgen del Pilar como "patrona de la hispanidad". Aumentó la devoción a la Virgen del Pilar el prodigio ocurrido en la guerra civil de 1936-1939, cuando las tres bombas que cayeron sobre el templo no estallaron en lo que muchos vieron un signo de la especial protección de la Virgen sobre las tropas nacionalistas. De toda España acudían peregrinos a pie a dar gracias a la Virgen por haberlos librado de los peligros de la guerra.

El día 12 de octubre de 1492, precisamente cuando las tres carabelas de Cristóbal Colon avistaban las desconocidas tierras de América, al otro lado del Atlántico, los monjes jerónimos cantaban alabanzas a la Madre de Dios en su santuario de Zaragoza, por lo cual, el 12 de Octubre día de la Virgen del Pilar, es también el día de la Raza. Invoquemos su intercesión para que hoy libre a España de tantos errores, siembre la verdad, barra las mentiras, desbarate las intrigas, aleje para siempre la lacra del terrorismo, eleve el nivel ético y moral de los ciudadanos y purifique la fe de los creyentes y la haga operativa por la caridad y la práctica de las virtudes cristianas, enfervorice a los tibios y haga santos a los que ya son buenos.

Dios se valió de España para llevar la fe salvadora a pueblos innumerables, que hoy permanecen fieles a ella y son la esperanza de la Iglesia, sobre todo en América. Juan Pablo II decía en 1992: "Los marinos intrépidos de Palos, de Huelva, de Moguer, de Lepe, que en el nombre de Dios y de Santa María partieron del puerto de Palos, fueron protagonistas de aquella gran epopeya que llegaría a cambiar la configuración del mundo conocido y que, a la vez, abrió espacios insospechados a la expansión del mensaje cristiano".

Escribió Garcilaso de la Vega, historiador natural de Cuzco, Perú, que "ofrecía su historia para que se den gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a la Virgen María, su Madre, por cuyos méritos e intercesión se dignó Dios sacar del abismo de la idolatría a tantas y tan grandes naciones y reducirlas al gremio de su Iglesia Católica Romana, la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que los crió". Los que propalaron la sinrazón de que España pidiera perdón a los americanos por haberles liberado de sus ritos macabros hasta llegar a sacrificar cada día muchachas para que el sol volviera a nacer al día siguiente, son los mismos que pretenden hoy que nuestros niños y jóvenes crezcan en la ignorancia del barro que les construye por dentro, desconozcan el pensamiento y el arte occidentales, y el fabuloso legado moral sin el cual serían incompresibles conquistas como la abolición de la esclavitud o la condena de la pena de muerte, sin enumerar prolijamente los avances de la civilización que ha ido acumulando el cristianismo. Privar a un muchacho de la religión es como despojarlo de su filiación genética. La moral cristiana instituyó la piedad como regla de conducta, el respeto y el amor al prójimo como pilares de nuestra convivencia.

¿Es lícito escamotear que Dios se hizo un hombre como nosotros, que proclamó el bello poema de las bienaventuranzas, que impidió matar a pedradas a una mujer adúltera y que le pidió agua a una mujer samaritana y le ofreció a cambio el agua de la eternidad gloriosa con Él? ¿Y junto a esto, la creación de una nueva cultura que ha inspirado las más eximias excelencias de nuestros artistas que han trascendido los siglos, y que los hombres de mañana entren en el museo del Prado o en los otros del mundo como papanatas? ¿Qué entenderán del Greco, de Velázquez, de Zurbarán, de Giotto, del Tintoretto, del divino Morales y de Rafael, de los grandes genios de la música y de la arquitectura, de Miguel Ángel, de la poesía, qué de San Juan de la Cruz, qué de la Divina Comedia, de la gran obra civilizadora de la Orden del Císter?... Europa, engendradora de pueblos y patrocinadora del humanismo cristiano, como un árbol envejecidos, se está convirtiendo a pasos agigantados en un tronco seco y sin sabia. Con sentido excepcional de oportunidad este viejo Papa joven, dispuso celebrar en Roma el Sínodo de los Obispos para afrontar la pérdida de fe de Europa.

Ante él, el cardenal belga Jan Pieter Schotte dijo que el principal desafío no es un problema político o social sino el debilitamiento de la fe. Europa sufre un problema de conocimiento de la fe y de su transmisión. Las familias se sienten impotentes, las escuelas encuentran dificultades y en las parroquias se nota menor presencia de fieles. Además, los medios de comunicación crean una cultura no siempre religiosa. La respuesta al panorama incierto y oscuro fue el tema de la asamblea: "Jesucristo viviente en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa". El Cardenal Rouco ha formulado este dilema fundamental: "O Europa se convierte al Dios de nuestros padres, o se desarraiga de las raíces espirituales de las que ha germinado el verdadero humanismo europeo. Nuestra tarea como Iglesia es anunciar con obras y palabras al Dios vivo". Fuera de Cristo no sabemos qué son Dios, la vida, la fe, ni nosotros mismos.

La Virgen María fue la primera misionera que nos dejó en su Pilar el dedo certero que nos señala de nuevo: "Haced lo que El os diga". Al celebrar la fiesta de la Virgen del Pilar, proclamamos que María ha escogido el Pilar para derramar sobre España sus bendiciones. Allí, los Reyes, los Capitanes, los Héroes, han encontrado la fuerza para cumplir su misión providencial. "A los tuyos les diste una columna llameante, guía para un camino desconocido" Sabiduría 18,3. "El Señor les precedía de día en columna de nube para marcarles el camino, y en columna de fuego de noche para alumbrarles" Génesis 13,21.

Así dice la historia que la Virgen los llevó como columna llameante por el camino desconocido: El siete de octubre, Colón está inquieto ante las dudas y peleas lógicas de aquellos noventa hombres, después de setenta días de navegación, y con un problemático retorno. Poco después llegó la calma y se hizo en el océano una gran bonanza. El día ocho, estaba el mar claro y sosegado y eran los aires dulces y olorosos, como si fueran del mes de abril sevillano. El día nueve durante toda la noche los navegantes oyeron volar pájaros. El día diez vieron pasar grajos y papagayos.

El día once aumentaron los indicios. La noche fue una noche clara de luna y en el aire y en el agua flotaba un ambiente de calma suave. De repente, sonó en la Pinta un tiro de bombarda, y se oyó el grito triunfal y esperado: TIERRA. Lo había dado Rodrigo de Triana. Eran dos horas después de la media noche. Y allí hay noventa hombres de pie sobre el puente de las carabelas con los corazones agitados por violenta emoción. Al amanecer apareció la lengua blanca de arena del primer suelo americano. En España, las campanas de los conventos llamaban a Maitines, y todo aquel día 12, la Iglesia de España rezaba a la Virgen del Pilar. Era el día del desembarco y del Descubrimiento.

Cuando un sacerdote, un cristiano llega a América y oye hablar y rezar en nuestra propia lengua a Dios y a la Virgen, se le acelera el corazón, se le hace un nudo en la garganta, y sus ojos lloran lágrimas de asombro, de gratitud, de admiración y de fe. Y cuando en la Basílica de Guadalupe, todo el día abierta y siempre llena de mexicanos, que más que rezar, hablan con la Virgen con un hablar continuo, mezclado de sollozos, gritos, palabras ternísimas llenas de íntima e ingenua confianza, muchos de ellos caminando de rodillas, arrastrando los padres a sus pequeños, siente la gratitud y el gozo de ser español (Jesús Martí Ballester).

2. El Señor es nuestra luz y salvación… pero todo nos llega por María. Ya la primitiva comunidad cristiana estaba en cohesión por ella, cuando Jesús ya no estaba físicamente presente. Y, sin embargo, "todos perseveraban unánimes en la oración", todos recibieron juntos la efusión del Espíritu.

Está claro que en el grupo hay un jefe. De hecho, es Pedro quien toma la iniciativa de elegir a uno que ocupe el puesto dejado por Judas Iscariote. Con todo, no parece que ese espíritu de cohesión que muestra la comunidad se deba a la autoridad de Pedro sino a la presencia de María. No es la cohesión de un ejército a base de disciplina, sino la unanimidad de una familia en la que la madre es capaz de unir a todos con los lazos del amor. Hay en la primitiva comunidad una presencia mariana sin la cual hubiera sido imposible mantener la unión hasta la venida del Espíritu.

¿Os habéis preguntado por qué en muchos de nuestros pueblos la patrona es lo único indiscutible entre sus habitantes? Cuando se trata de la Virgen María (bajo cualquiera de sus múltiples advocaciones) parece que pasa a un segundo plano ser de derechas o de izquierdas, joven o viejo, incluso creyente o no creyente. María sigue ejerciendo hoy entre nosotros una enorme fuerza de atracción y de cohesión. Es como un imán. Ella es capaz de unir a los que están separados. Es, sencillamente, la madre de la familia. En toda familia, la madre entrega su vida para que todos puedan sentirse en casa. En este sentido, ella es "el pilar".

Muchas felicidades a las que lleváis este hermoso nombre. Y también a los que vivís en Zaragoza, en Aragón, en España y en todo el mundo hispánico. Disfrutemos cantando juntos a la Madre que nos hace perseverar en la fe (gonzalo@claret.org).

La segunda lectura (He 1,12) y el evangelio (Lc 11,27) nos hablan también de la presencia de la Virgen en la Iglesia y de las alabanzas que el pueblo le tributa. El prefacio celebra las maravillas que Dios ha realizado en María, "esperanza de los fieles y gozo de todo nuestro pueblo". En la oración colecta se pide por intercesión de la Virgen "fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor", y en la oración de las ofrendas, se muestra el deseo de "permanecer firmes en la fe". en el salmo cantamos que "el Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado".

3. Reunámonos hoy en oración comunitaria y eucarística, como los Apóstoles con María en el Cenáculo, para dar gracias porque nos ha dado a su Madre, "que nos protege en su tienda el día del peligro, y nos alza sobre la roca" Salmo 26. y aclamemos a María, intacta en su virginidad, gloriosa en su descendencia y triunfante en su asunción. Que ella sea nuestro gozo y la causa de nuestra alegría.

4. Con este breve Evangelio, notamos el sabor del pueblo sencillo que —admirado por la figura de Jesucristo— se expresa de una forma espontánea por boca de una mujer: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lc 11,27). Este piropo que a través de Cristo se dirige a María, el Señor lo acepta complacido, pero prefiere añadir algo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). Se podría decir que se añade una nueva bienaventuranza, la de la Palabra, que constituye al mismo tiempo un nuevo piropo a María Santísima, esta vez por parte de su Hijo. Porque Ella fue la primera que escuchó y aceptó la Palabra de Dios en el anuncio del Ángel con su "fiat" incondicional. Su «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38) fue un asentimiento de fe que abrió todo un mundo de salvación. Como dice san Ireneo, «obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano». Esta bienaventuranza de la Palabra nos recuerda también aquel otro pasaje evangélico, en el que Jesús llama familiar suyo a todo el que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21). María es Madre de la Iglesia. María es Madre de todos los que sinceramente aceptan la Palabra de Dios e intentan cumplirla alegremente como hijos suyos. La altura que la Virgen alcanza en la fe, mediante la escucha y la práctica de la Palabra de Dios, la convierte en un claro ejemplo de fe para el discípulo de Cristo. La figura de María nos enseña que creer en la Palabra de Dios (escucharla y practicarla) supone un cambio radical en nuestra vida diaria (Pablo Casas Alhama).

No es su maternidad, en el sentido biológico de la expresión –el vientre que te llevó y los pechos que te criaron–, tal como expresa la mujer del pueblo, la razón profunda de la excelencia de la Madre de Dios. Sin duda, el cuerpo de María ha sido el más perfecto de los cuerpos humanos, después del de su divino Hijo. Pero la maravilla de María está ante todo en su espíritu, pues no es lo corporal lo que caracteriza de modo específico al ser humano. Siendo María toda la hermosura y plenitud física que puede ser pensada en una mujer, sin embargo, si es en verdad la bendita entre todas mujeres, según proclama de ella Isabel, su prima, se debe a que es la llena de Gracia, en palabras de Gabriel.

La Gracia de Dios, que Santa María tiene en plenitud, supone una sintonía con el Creador máxima en Nuestra Madre: la mayor identificación y unión con Dios que es posible en una criatura. Santa María debe su excelencia, no tanto a lo que –podríamos decir– tiene como propio de Ella misma. Cualquier cualidad personal de María, siendo humana, y corporal en este caso, posee un valor necesariamente relativo por ser criatura. La Madre de Dios es ciertamente maravillosa sobre todo en su alma: su ser está en todo momento en máxima sintonía con Dios. Su entendimiento, su imaginación, su memoria, sus afectos, sus ilusiones, todo su esfuerzo; en suma, toda su capacidad de pensar y de amar, se dirige de continuo a Él. Lo demás –lo que no es Dios–, siendo efecto de la creación, María lo contempla como realidades que manifiestan la gloria divina y, en el caso de las personas, como criaturas con capacidad de darle gloria en el ejercicio de su libertad. Las cosas, en sentido estricto, propiamente no pueden ser buenas o malas, ya que no tienen capacidad moral al no ser libres; las personas, en cambio, nos definimos respecto a Dios en cada momento por nuestras acciones libres. Según sea nuestra actitud respecto a Dios, somos buenos o malos.

La alabanza de Jesús corresponde, por tanto, antes que nada a su Madre. Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan, dice el Señor. María "escuchaba" de continuo la voz de su Creador. A cada paso se le manifiesta su querer nítidamente, porque no tiene más interés que descubrir la voluntad de Dios para sí misma, para el mundo, para los hombres. Su exquisita sensibilidad sobrenatural, siendo la llena de Gracia, le hace captar ante todo lo que Dios espera en cada instante: en aquello que le afecta personalmente de modo directo, y en las otras situaciones del mundo de las que tiene noticia. María es la que escucha a Dios por antonomasia. La que descubre el querer divino –siempre amoroso por lo demás– para cada instante: nada la distrae de Dios y así puede agradarle en todo, mientras nos esforzamos, con renovado tesón, en el trabajo fue implantado el Reinado de Dios en el mundo.

Haber descubierto la Voluntad de Dios, de nuestro Creador y Señor, reclama del hombre un empeño por identificarse con esa Voluntad con todas las fuerzas. Nada de lo que reconocemos como querer divino nos debe resultar indiferente. El buen cristiano vibra en deseos de ver establecida la voluntad divina por todas partes: hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo, rezamos muy frecuentemente. Nos consume esa impaciencia, mientras vemos que no son las cosas a nuestro alrededor como las quiere Dios. Y pedimos perdón por los que no saben valorar ese Señorío y Amor divinos que debe establecerse de modo universal.

Sabemos por la fe que el destino del mundo es inseparable de un triunfo clamoroso y glorioso de Dios ante toda la creación. Diríamos, entonces, que la Voluntad de Dios está llamada a triunfar indudablemente: es omnipotente, como Dios mismo. Por otra parte y en otro sentido, la Voluntad de Dios ha quedado encomendada, en algunos aspectos, como una tarea para el hombre. Decimos, por esto, que debemos cumplir la Voluntad de Dios. Ya que gozamos de capacidad de opción en tantas manifestaciones del comportamiento humano, debemos configurar nuestra vida –entendida como tarea que vamos actualizando segundo a segundo– con ese querer divino que podemos descubrir. También a cada paso, levantando los ojos del espíritu hacia Dios, descubrimos lo que espera Nuestro Señor de nosotros hoy y ahora, lo que más le agrada entre las varias opciones que se nos presentan. Amarle consiste, desde luego, en escoger aquello que nos "pide", aunque tal vez nos pueda costar, no sea lo más fácil o lo que más apetece.

Si en María nada distrae de Dios su entendimiento; si, persuadida de su pequeñez y de la grandeza de su Creador, únicamente piensa en Él, y en el mundo que debe manifestar su gloria, de modo particular en la vida de los hombres; de modo semejante sucede con su voluntad. La Madre de Dios es, asimismo, la que guarda por antonomasia la divina palabra, la Voluntad de Dios. He aquí la esclava del Señor, declaró ante el arcángel, manifestando así lo que sería el programa de su completa existencia. La vida de María se consuma, pues, plenamente en la condición que su divino Hijo exige a los Bienaventurados, que escuchan la palabra de Dios y la guardan.

Sigamos el consejo de san Josemaría: Invoca a la Santísima Virgen; no dejes de pedirle que se muestre siempre madre tuya: "monstra te esse Matrem!", y que te alcance, con la gracia de su Hijo, claridad de buena doctrina en la inteligencia, y amor y pureza en el corazón, con el fin de que sepas ir a Dios y llevarle muchas almas (Fluvium).

Esa columna sobre la que posa leve / sus plantas tu pequeña imagen, / sube hasta el cielo: es puente, / escala, guía de peregrinos.

Abre tus brazos virginales, Madre, / vuelve tus ojos misericordiosos, / tiende tu mano, que nos acogemos bajo tu amparo (de un himno de Laudes). Así hacía oración Juan Pablo II: «Doy fervientes gracias a Dios por la presencia singular de María en esta tierra española donde tantos frutos ha producido. Y quiero encomendarte, Virgen santísima del Pilar, España entera, todos y cada uno de sus hijos y pueblos, la Iglesia en España, así como también los hijos de todas las naciones hispánicas. ¡Dios te salve, María, Madre de Cristo y de la Iglesia! ¡Dios te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra! A tus cuidados confío [...] las necesidades de todas las familias de España, las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos y el sereno atardecer de los ancianos. Te encomiendo la fidelidad y abnegación de los ministros de tu Hijo, la esperanza de quienes se preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes del claustro, la oración y solicitud de los religiosos y religiosas, la vida y el empeño de cuantos trabajan por el reino de Cristo en estas tierras. En tus manos pongo la fatiga y el sudor de quienes trabajan con las suyas; la noble dedicación de los que transmiten su saber y el esfuerzo de los que aprenden; la hermosa vocación de quienes con su conciencia y servicio alivian el dolor ajeno; la tarea de quienes con su inteligencia buscan la verdad. En tu corazón dejo los anhelos de quienes, mediante los quehaceres económicos procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos; de quienes, al servicio de la verdad, informan y forman rectamente la opinión pública; de cuantos, en la política, en la milicia, en las labores sindicales o en el servicio del orden ciudadano prestan su colaboración honesta en favor de una justa, pacífica y segura convivencia. Virgen Santa del Pilar: aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad. Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo. Fortalece a los débiles en la fe. Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios. Protege a España entera y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres. Y asiste maternalmente, oh María, a cuantos te invocan como Patrona de la Hispanidad. Así sea.»

Ni la sangre ni la carne ya son la norma de Jesús. Él rompe con la tradición judía y amplía el horizonte del Reino a toda persona que quiera recibir a Dios como el único soberano de su vida. Jesús, lo deja claro. No es la pertenencia a Israel lo que da la garantía de acceder al Reino de Dios, sino al escuchar la Palabra de Dios y el ponerla en práctica. Quien hace fructificar en su vida con actitudes palpables y con acciones reales lo que ha escuchado, ése es verdaderamente dichoso, para Jesús.

Una gran dificultad a nivel cristiano es creernos que somos bienaventurados por haber recibido los sacramentos o por asistir diaria o semanalmente a misa. Eso para Jesús no cuenta, si nuestra vida no está de acuerdo con su propuesta del Reino, y si no demostramos que caminamos con fidelidad y en crecimiento constante por su proyecto.

La única realidad que garantiza el Reino en nuestras vidas son las actitudes coherentes con sus valores. El Reino no se mide por actos de piedad ni por actos de caridad. El Reino se mide por la justicia que tengamos en la vida y la forma responsable como asumamos nuestra existencia. De esta manera seremos dichosos como fue María, no por ser la madre de Jesús, sino por escuchar atentamente la Palabra, meditarla en su corazón y ponerla en práctica. No sin sentido confesamos a María como "la primera evangelizada y evangelizadora". Ella supo pasar de la relación madre-hijo, a la relación de discípulo-Maestro (Josep Rius-Camps).

María es la buena discípula. Encontramos en este pasaje de Lucas, la aclamación de una mujer que simboliza el resto de Israel: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! Esta mujer es representante de una pequeña parte del pueblo que se escapa de la destrucción y constituye el núcleo del «pueblo salvado por Dios», según el lenguaje de los profetas.

Muchos en Israel, siguieron creyendo con sinceridad en los privilegios históricos del pueblo de Dios. Pero Jesús, rechaza esta postura de privilegio y golpe los apegados al pasado. Jesús, ha proclamado una sociedad alternativa, en la que todo hombre y mujer, de cualquier condición, raza, cultura, y religión, tenga cabida. Por eso él repuso: Mejor: ¡dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!

El texto, y hasta la actitud misma de Jesús, que en él se refleja- parecería que tiene una actitud negativa hacia María, como si Jesús no compartiera la admiración de aquella mujer del pueblo que alabó a su madre... Pero no es así; simplemente Jesús quiere decirnos que María misma, es mucho más bienaventurada por haber escuchado la Palabra de Dios y haberle dado acogida, que por «haber llevado en su seno y haber amamantado con sus pechos al hijo de Dios. En el Reino de Dios, la primacía la tiene la fe, el amor, la pasión por la voluntad de Dios. Y es claro que María fue en esto, como solemos decir, «la primera cristiana". O sea, que mucho mayor es su gloria por este capítulo que por cualquier otro.

No sin sentido, confesamos a María como la primera evangelizada y evangelizadora. Ella supo pasar de la relación madre-Hijo, a la relación de discípula-Maestro (jesusjorgetorres@yahoo.es).

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